Diomedes Díaz: «Me gusta componer para cantar»

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Compositor y cantante, Diomedes Díaz fue todo lo que el folclor vallenato representa. El Cesar y La Guajira lo despiden como a un grande. Aquí reunimos voces que retratan su impacto musical.
Compositor y cantante, Diomedes Díaz fue todo lo que el folclor vallenato representa. El Cesar y La Guajira lo despiden como a un grande. Aquí reunimos voces que retratan su impacto musical.

—Cacique, ¿qué prefiere ser, compositor o cantante?

—Jaime, compositor para poder cantar.

En uno de los programas que se le han dedicado a Diomedes Díaz por estos días se escuchan apartes de esta entrevista que hizo con Jaime Pérez Parodi, locutor y su presentador durante más de una década, pero esta respuesta lo contiene todo: su talento, su amor por la música y su ingenio.

Como artista, Díaz despertó pasiones infinitas. En un carro de bomberos, como el que recorría ayer las calles de Valledupar con el féretro, se le recibió hace años cuando salió en libertad tras la confusa desaparición de Doris Adriana Niño. Ese gesto de la ciudadanía vallenata despertó la ira de la prensa nacional y de las autoridades. Ni en ese entonces, ni hoy, los seguidores de Diomedes Díaz ponen en duda su admiración y devoción, a pesar de las aristas oscuras de su vida.

Como cantante, Diomedes fue un bendecido. Desde muchachito su voz tuvo poderes para espantar pájaros y causarles el encanto a quienes se le acercaban. Luis Mendoza, en la biografía titulada Un muchacho llamado Diomedes, narra la anécdota de su trabajo como espantapájaros en el maizal de su tío. Isaac Carrillo, periodista experto en música vallenata, define las particularidades de su voz: “La voz de Diomedes tenía la vibración del oro. Se escuchaba en todas partes, la potencia y el timbre eran inigualables”; de igual manera, su modo tradicional y ‘criollo’ de interpretar las canciones lo identificaban en una época en la que la música de acordeón empezó a buscar formas más refinadas de interpretación, como lo hiciera Rafael Orozco, voz del Binomio de Oro.

“La gracia de Diomedes era que él sabía lo que cantaba, tenía una miel que se le metía a la gente al alma”, dice José Alfonso, el Chiche Maestre, acordeonero y compositor de muchos temas que grabó Diomedes como El culpable soy yo, Águila, Romántico (1990), Más allá del cielo, No era el nido y, la última, Por dos mil siglos. Con mucha autoridad, el Chiche afirma que Diomedes no pedía cantos por encargo y esto es una cosa rara en los intérpretes de hoy. “Como compositor, él sabía que los cantos por encargo no salen de aquí”, dice señalando su corazón, y por eso no funcionan bien. En esto Diomedes también fue un tradicionalista del vallenato.

El Chiche que le prestó su destreza en el acordeón para algunas parrandas lo confirma. También le gustaba el toque tradicional. De hecho, tanto Pérez Parodi como otros que lo conocieron cuentan que su mayor afinidad era con acordeoneros de nota más tradicional. El primero fue Naferito Durán, hermano de Alejo. Luego vendría El Debe López, rey vallenato; Juancho Rois, cuya nota distinta les trajo discusiones, pero grandes triunfos, hasta cuando murió en un trágico accidente. Y luego el acordeonero con quien Diomedes se convirtió en el ídolo que conocemos: Colacho Mendoza, y con él su momento dorado. Incluso, más de un experto coincide en afirmar que fue Mendoza su mejor compañero en el acordeón.

Pero al Diomedes Díaz cantante, ídolo de masas, no se le puede desconocer su vena de compositor y verseador —que es la forma más pura de la composición, pues es el poema improvisado, la capacidad para componerlo rápida y oportunamente. Esta no fue menos importante, porque de sus múltiples éxitos muchos fueron escritos por él, como Tres canciones (conocida como La ventana marroncita) El cóndor herido, El muchacho, Bonita, Mi primera cana, Tu cumpleaños o Volver a vivir.

Y una vez más aquí todos coinciden, lo que hizo grande a Díaz como compositor era ese talento para narrar sus vivencias con gracia y filosofía, la de la tierra, la del hombre campesino sencillo y básico en apariencia, pero profundo como la vida misma.

Escribir frases como “se va mi juventud llena de gratitud y me deja solo con mi vejez”, cuando lea canta a sus canas, o decirle a su hijo en Mi muchacho “por eso es que la vida es un baile, que todo el tiempo damos la vuelta”, para transmitirle lo variable de las circunstancias, es lograr encerrar lo profundo de la vida en una metáfora hermosa precisamente por su sencillez y claridad.

Diomedes Díaz representaba lo que los amantes del vallenato buscan en esta música: autenticidad y una profunda relación con la tierra y las costumbres locales. Todas las aristas que formaban su personalidad y el mito alrededor de él sólo vinieron a complementar un talento que sería imposible desconocer y que deja huérfano al folclor vallenato.