¿Qué tan malo es Maduro?

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Imputarle a Maduro todos los problemas de Venezuela es tan injusto como adjudicarle e
Imputarle a Maduro todos los problemas de Venezuela es tan injusto como adjudicarle el mérito de los logros sociales que este país puede exhibir.
Por Julio César Londoño

COLOMBIA.- Maduro no lleva un año en el poder. Los problemas de Venezuela son parte del legado de Chávez. También son suyos los méritos de las buenas cifras en salud, educación y vivienda. Pero no se puede olvidar que la oposición, los excontratistas del gobierno, la derecha internacional y Colombia colaboran con entusiasmo en el desbarajuste del país.

Maduro es un líder desbordado por gravísimos problemas (corrupción, desabastecimiento de alimentos, energía y combustibles, inseguridad, censura, concentración de poderes), eclipsado por el omnipresente fantasma de Chávez y limitado por la presión del tenebroso Diosdado Cabello.

Es verdad que Maduro es ingenuo y que su formación académica no es la mejor. Pero, me pregunto, ¿de qué le ha servido a Colombia, digamos, esa legión de cachacos de Harvard que han manejado el país por decenios? ¿Quizá para tener uno de los peores Gini del mundo, por encima solamente de Haití y dos países del África subsahariana?

Los problemas de Venezuela son reales (el “totalitarismo light”, como lo llamaba Petkoff, se está poniendo cada vez más “hard”), pero están magnificados por la prensa de derecha y por los descendientes de unas castas letales que han saqueado el país desde que Bolívar estaba chiquito (Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez, Lusinchi, Herrera Campins, Carlos Andrés Pérez, Cisneros, los Capriles, Caldera).

Un Capriles señalando la corrupción de los “boliburgueses” resulta tan cínico como Uribe criticando los métodos de Santos para reelegirse. En ambos casos, la escasa autoridad moral del acusador termina casi legitimando la inmoralidad del acusado.

Leopoldo López no es exactamente una pera en dulce. Organizar, como hizo, una marcha de jóvenes del municipio del Chacao, fortín de la oposición, al municipio del Libertador, sede de los “motorizados”, unos colectivos chavistas paramilitares, fue una irresponsabilidad macabra, una tragedia anunciada que tenía que terminar mal.

Colombia ha colaborado bastante exportando varias de sus plagas, como el narcotráfico, el paramilitarismo (exportado principalmente al Táchira) y las Farc (asentadas en varias zonas fronterizas). Pero Colombia también “importa”: la Guardia Nacional Venezolana vende millones de barriles de gasolina en Cúcuta a plena luz del día y en las narices de nuestras autoridades. Este es uno de los factores de los problemas de desabastecimiento.

Pero no todo puede ser malo allá porque, como dice William Ospina, Venezuela es el único país donde los ricos protestan y los pobres celebran.

Ernesto Samper, quizá el político más inteligente del país, ha dicho que “el Chavismo partió en dos la historia de Venezuela. Trazó las bases de un modelo de desarrollo de inversión social basado en la utilización del presupuesto en beneficio del pueblo”.

El hecho de que Venezuela pertenezca al Eje del Mal, ese satánico club del que forman parte Irán, Irak, Libia, Rusia y Corea del Norte, no debe hacernos olvidar que Colombia es un correveidile del Eje del Pésimo, la secta que conforman Estados Unidos, Israel y las naciones de Europa Occidental, esas señoras vetustas y morrongas que le encargan el trabajo sucio a Estados Unidos.

El peor escenario para Venezuela en este momento es la caída Maduro, que sería reemplazado inmediatamente por Diosdado, un sujeto ansioso por bañar en sangre a Venezuela