Domínguez Vs Bautista

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En lo tocante a la posición del embajador de los Estados Unidos, quien disfrazó su injerencia en un supuesto apoyo a la lucha contra el crimen organizado—en lo cual todos estamos de acuerdo--, se trata de una labor de procónsul que en pleno siglo veintiuno pocos países permiten, entre ellos el nuestro.
En lo tocante a la posición del embajador de los Estados Unidos, quien disfrazó su injerencia en un supuesto apoyo a la lucha contra el crimen organizado—en lo cual todos estamos de acuerdo–, se trata de una labor de procónsul que en pleno siglo veintiuno pocos países permiten, entre ellos el nuestro.

Por Nelson Encarnación

Sectores empresariales, de la llamada sociedad civil, religiosos y hasta diplomáticos extranjeros se han venido expresando su respaldo a las acciones judiciales del procurador general de la República, Francisco Domínguez Brito, contra el senador Félix Bautista.

Esos segmentos de los grupos de presión han basado su apoyo al funcionario del Ministerio Público en el entendido de que su embestida contra el legislador oficialista busca enviar un mensaje en la dirección de enfrentar la corrupción administrativa.

 En los casos citados vale la pena analizar, fundamentalmente, dos de ellos, uno por la peculiaridad de lo expresado por sus voceros, y el otro por la gravedad que encierra, aunque en nuestro país ya estamos curados de espantos.

Me refiero, primero, al argumento expuesto por voceros empresariales tras su visita al procurador, acerca de lo cual dijeron que la misma tuvo el propósito “de evitar que terceros trataran de influir en el proceso” que lleva a cabo el funcionario.

Fue un argumento bastante peculiar, para no decir descarado, pues da la casualidad de que ellos también son “terceros” en ese proceso y su presencia en la Procuraduría buscaba, precisamente, influir en el proceso, en su caso contra el senador Bautista.

(Antes de que cualquier sicofante de los tantos que abundan en nuestro país quiera insinuar segundas intenciones, aclaro que no me une relación alguna con el senador Bautista).

En lo tocante a la posición del embajador de los Estados Unidos, quien disfrazó su injerencia en un supuesto apoyo a la lucha contra el crimen organizado—en lo cual todos estamos de acuerdo–, se trata de una labor de procónsul que en pleno siglo veintiuno pocos países permiten, entre ellos el nuestro.

Siempre es bueno establecer las comparaciones, por lo cual resulta oportuno preguntar cuál sería la reacción del Departamento de Estado si cualquier embajador extranjero se aparece a una instancia judicial de los Estados Unidos a abordar temas de su ámbito interno. La respuesta sería obvia.

Lo correcto en el caso del senador Bautista y todos los demás, es que iglesia, sociedad civil, empresarios, embajadores y todos los demás elementos ajenos al proceso, saquen sus manos del mismo y dejen que sea la Justicia (así con mayúscula), la que actúe.

No deberíamos de llegar al cinismo de considerar que unos «ajenos» son ajenos de verdad, en cuanto otros que también los son, se sientan en la libertad de pretender influir desde lejos, mientras se critica a los demás.

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