Bergoglio, un Papa a la sombra de la Dictadura Argentina

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También se le acusó de haber apoyado y colaborado con la Junta Militar que gobernó hasta 1983, tal y como lo hizo la cúpula católica argentina en su totalidad, sin ápice de autocrítica hasta la fecha.
También se le acusó de haber apoyado y colaborado con la Junta Militar que gobernó hasta 1983, tal y como lo hizo la cúpula católica argentina en su totalidad, sin ápice de autocrítica hasta la fecha.

POR CECILIA GONZALEZ

-Corresponsal de Notimex-

BUENOS AIRES.- El cardenal Jorge Bergoglio, a partir de hoy Papa Francisco I, será un sumo pontífice acosado por la sombra de la última dictadura argentina, ya que fue acusado de haber entregado a un par de compañeros jesuitas a los represores.

Bergoglio ya era miembro de la Compañía de Jesús en Argentina cuando, en 1976, se impuso el último y más sangriento régimen militar de este país, que se caracterizó por el secuestro, torturas y desaparición de decenas de miles de víctimas.

Hace varios años, una denuncia periodística aseguró que Bergoglio, cuando era arzobispo de Buenos Aires, denunció ante los militares a los curas Orlando Yorio y Francisco Jalics, quienes trabajaban en una villa miseria en Buenos Aires.

Bergoglio les había pedido a sus compañeros que abandonaran su trabajo pastoral, pero ellos se negaron y entonces los denunció, por lo cual, en mayo de 1976, ambos fueron secuestrados y torturados.

También se le acusó de haber apoyado y colaborado con la Junta Militar que gobernó hasta 1983, tal y como lo hizo la cúpula católica argentina en su totalidad, sin ápice de autocrítica hasta la fecha.

El cardenal nunca se refirió a las acusaciones, hasta que en 2010 se publicó «El Jesuita», un libro con un perfil sobre él escrito a partir de una serie de entrevistas con los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti.

En ese libro, Bergoglio advirtió que «si no hablé en su momento fue para no hacerle el juego a nadie, no porque tuviese algo que ocultar».

Contó entonces que, más que denunciar, protegió a tres curas que eran perseguidos por los represores.

«Saqué del país, por Foz de Iguazú, a un joven que era bastante parecido a mí con mi cédula de identidad, vestido de sacerdote, con el clergiman y, de esa forma, pudo salvar su vida», aseguró.

Además, dijo, «hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba, para abogar por personas secuestradas».

Incluso, contó, llegó a ver dos veces al dictador Jorge Rafael Videla y al almirante Emilio Massera, dos de los personajes más tenebrosos del gobierno militar.

«En uno de mis intentos de conversar con Videla, me las arreglé para averiguar qué capellán militar le oficiaba la misa y lo convencí para que dijera que se había enfermado y me enviara a mí en su reemplazo», recordó Bergoglio en «El Jesuita».

Después, le pidió a Videla hablar con él, «siempre en plan de averiguar el paradero de los curas detenidos», aunque reconoció que «a lugares de detención no fui, salvo una vez que concurrí a una base aeronáuticapara averiguar sobre la suerte de un muchacho».

Las declaraciones de Bergoglio continuaron sembrando dudas en los organismos de derechos humanos, ya que aún siendo arzobispo y cardenal se negó a condenar a los dictadores y nunca cuestionó el apoyo que la iglesia Católica les dio a los represores.