Ni la vulgaridad ni la mediocridad podrán mellar la riqueza de la música cubana

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Orlando Vistel Columbié, Presidente del Instituto Cubano de la Música (ICM)

«Ni la vulgaridad, ni la mediocridad podrán mellar la riqueza de la música cubana; para ello trabajamos coordinadamente desde las instituciones culturales con todos los factores que intervienen en la promoción, difusión y uso social de las producciones musicales».

Orlando Vistel Columbié,
Presidente del Instituto Cubano de la Música (ICM)

Por PEDRO DE LA HOZ

Así se expresó Orlando Vistel Columbié, presidente del Instituto Cubano de la Música (ICM), al abordar, en entrevista exclusiva con Granma, ciertos fenómenos que laceran la sensibilidad popular, atentan contra la ética ciudadana y desvirtúan la verdadera imagen de la creación artística.

«Tenemos plena conciencia, y en consecuencia actuamos, de la altísima sensibilidad de la mayoría de nuestro pueblo cuando advierte que se le quieren homogeneizar en patrones ajenos, que vulneran los más elementales principios de la ética», afirmó.

«No podemos olvidar —precisó— que en nuestra población se registran elevados niveles de instrucción y una cultura acumulada a lo largo de más de medio siglo de empeños educacionales y culturales».

¿Pudiera caracterizar esos fenómenos contraproducentes y transgresores?

«Nos referimos a entregas seudoartísticas, que para nada tienen que ver con nuestra política cultural ni con la ética de nuestra sociedad, ni con la tradición picaresca, ni con nuestro sentido del humor, ni con la amplísima diversidad estética que asumimos.

«Por un lado textos agresivos, sexualmente explícitos, obscenos, que tergiversan la sensualidad consustancial a la mujer cubana, proyectándola como grotescos objetos sexuales en un entorno gestual aún más grotesco. Todo ello en soportes musicales cuestionables o de ínfima calidad, donde impera el facilismo y la falta de rigor formal, que algunos justifican bajo el pretexto de una pretendida búsqueda de contemporaneidad mediante la ruptura de códigos dogmáticos y elitistas, que impiden la comunicación con el gran público.

«Puedo asegurarte que la tradición musical cubana nada tiene que ver con códigos obsoletos ni elitistas, todo lo contrario, nuestra música ha gozado de la oportuna contemporaneidad que le aporta nuestra siempre renovadora identidad cultural, identidad que nada tiene que ver con lo banal, lo chapucero, ni lo grotesco, y sí es reflejo del constante crecimiento de los niveles de instrucción y la cultura de nuestra población.

«Esos fenómenos contraproducentes y transgresores como tú le has llamado, constituyen, además, una muestra de subestimación a la capacidad de apreciación de nuestro pueblo y una grave ofensa a su sensibilidad.

«Existe lamentablemente un sector del público que estimula esas expresiones, que van más allá de la música y tienen que ver con actitudes marginales visibles en ciertas zonas de nuestra realidad y, peor aún, con intermediarios, falsos promotores y funcionarios administrativos que no solo conviven, sino lucran con tales manifestaciones».

Para ser precisos, ¿estamos hablando del reguetón y de algunos reguetoneros?

«No se trata exclusivamente del reguetón. Expresiones vulgares, banales y mediocres se registran en otras prácticas musicales. De modo que no debemos particularizar en un género. Pero no es menos cierto que en el reguetón esto es mucho más notorio».

¿De qué manera se ha venido propiciando esa distorsión? ¿Cómo encara la institución este problema?

«Debemos aclarar que el problema se da en dos instancias. Una, la de individuos que de un modo u otro, se han instalado en el sector profesional; ingresan formando parte de un colectivo artístico con determinado repertorio y perfil, que luego abandonan para presentarse como si fueran ellos mismos un nuevo colectivo artístico. Otra, la de quienes al margen de las instituciones responsabilizadas con la ejecución de la política musical, copan espacios en varios segmentos de la programación y la difusión, contando, al igual que los primeros, con la anuencia de personas que debían velar desde sus responsabilidades para que esto no suceda.

«El ICM y su sistema de instituciones ha adoptado medidas, que van desde la descalificación profesional de aquellos que violen la ética en sus presentaciones hasta la aplicación de severas sanciones a quienes desde las instituciones, propician o permiten estas prácticas. Estamos enfrascados en un proceso de depuración de los catálogos artísticos de nuestras entidades, que va encaminado a erradicar cualquier práctica que por su contenido se aparte de la legitimidad de la cultura popular cubana. Pero ello no basta: nos empeñamos en consolidar formas prácticas para lograr que en los espacios recreativos y turísticos, y por supuesto, en la radio y la televisión, haya una presencia representativa de lo mejor de los catálogos de nuestras instituciones.

«Será de gran ayuda la instrumentación de una norma jurídica, en la que ya estamos trabajando, que deberá regir los usos públicos de la música, en un espectro que cubra los medios de difusión, las programaciones recreativas, las fiestas populares, y la ambientación sonora de lugares públicos. Obviamente, cada quien es libre de escuchar en su privacidad la música que desee, pero esa libertad no incluye el derecho de reproducirla y difundirla en restoranes y cafeterías estatales o particulares, ómnibus para el transporte de pasajeros y espacios públicos en general.

«Las instituciones culturales y los Consejos de la Administración en las provincias y los municipios cuentan con la autoridad y el deber de velar por la correcta aplicación de la política cultural. Pero insisto: las medidas administrativas y jurídicas no son efectivas por sí mismas si no van acompañadas por una labor de orientación, esclarecimiento y convencimiento acerca de los valores que debemos promover».

¿Alguien pudiera pensar que existe una crisis de calidad en la música cubana?

«¡Para nada! Ni de calidad ni de cantidad. Contamos con un privilegiado sistema de enseñanza artística a lo largo del país de donde surgen anualmente decenas de talentos formados con mucho rigor, con un movimiento profesional que abarca los más variados estilos y modos de realización sonora, con un movimiento coral formidable, con orquestas y solistas de primer nivel, con portadores de tradiciones que preservan y transmiten valores ancestrales. Del son y la salsa al jazz y de la canción y la rumba a las formas sinfónicas y de cámara se multiplican nuestros exponentes y no pocos de ellos cuentan con gran reconocimiento internacional. Esa es la verdad de la música y de los músicos cubanos».

«La necesidad de poner coto a expresiones vulgares y hacer cumplir por nuestra parte lo que aprobamos en la Primera Conferencia Nacional del Partido —el Objetivo número 61 es explícito al definir el trabajo orientado a la erradicación de manifestaciones de chabacanería y mal gusto que atenten contra la dignidad de las personas y la sensibilidad de la población— obedece a nuestra responsabilidad de revelar y promover jerarquizadamente en todos los espacios posibles los auténticos valores de nuestra producción musical, en viva interacción con lo más connotado del arte a escala internacional, como expresión de la vocación de universalidad que siempre nos ha caracterizado».