WASHINGTON.- El presidente de EE.UU., Barack Obama, cumplió este domingo 52 años centrado en consolidar la recuperación económica del país tras un periodo de escándalos que han dañado la imagen de su Gobierno y con pocos logros cosechados en el primer semestre de su segundo mandato.
Obama regresó a la Casa Blanca tras haber pasado apenas 24 horas en Camp David (Maryland), la residencia presidencial de descanso, en compañía de su esposa, Michelle, y de un grupo de amigos de su infancia en Hawai, donde nació el 4 de agosto de 1961, y de su etapa en Chicago.
«¡Felicidades, Barack! Tu pelo está un poco más gris, pero te quiero más que nunca». Así felicitó la primera dama a su marido en Twitter y colgó una foto en blanco y negro en la que se ven ambos de jóvenes sentados en un sofá.
Según la Casa Blanca, durante el fin de semana Obama ha estado recibiendo información de sus asesores sobre la amenaza de un posible ataque terrorista de Al Qaeda que llevó a EE.UU. a cerrar 22 embajadas y consulados en países del mundo musulmán y a emitir una alerta de viaje para sus ciudadanos que durará todo el mes.
Obama ya tuvo que lidiar con el terrorismo el pasado 15 de abril cuando los hermanos Tsarnaev, de origen checheno, presuntamente colocaron dos bombas en la recta final del maratón de Boston y mataron a tres personas, además de dejar heridas a más de 280.
En estos primeros meses de su segundo mandato, iniciado en enero pasado, a Obama le han llovido los escándalos.
Las críticas de los republicanos a la actuación de su Gobierno tras el ataque al consulado de EE.UU. en Bengasi (Libia) del 11 de septiembre de 2012 coleaban aún en mayo cuando estallaron dos asuntos polémicos: el excesivo escrutinio del Servicio de Impuestos (IRS) a grupos conservadores y el espionaje a la agencia AP.
Ambos casos hicieron mella en la popularidad de Obama pero lo más grave estaba por llegar, ya que lo que realmente hizo daño a las promesas de transparencia con las que quería distanciarse de su predecesor, George W. Bush, fue la revelación de los programas secretos de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA).
Esos programas, que incluyen espionaje en el extranjero, causaron mucho recelo entre los socios europeos de EE.UU. justo cuando estaban a punto de lanzarse las negociaciones para el acuerdo bilateral conocido como Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por su sigla en inglés).
Además, el hombre que dio a conocer esos programas y que recibió asilo en Rusia, el extécnico de la NSA Edward Snowden, ha sido el causante del enfriamiento de la relación con ese país, hasta el punto de que la Casa Blanca está evaluando cancelar una reunión prevista para septiembre próximo entre Obama y su homólogo ruso, Vladímir Putin.
Para intentar pasar página ante tantos «falsos» escándalos, como él mismo ha dicho sin mencionar ninguno directamente, Obama puso en marcha una nueva estrategia hace dos semanas que consiste en recorrer varios puntos del país haciendo énfasis en la necesidad de centrar esfuerzos en la recuperación económica.
El primer discurso al respecto lo dio el 24 de julio en Illinois, siguieron otros en Misuri, Florida y Tennessee, y este martes volverá a la carga en Phoenix (Arizona), donde repasará viejas ideas y aportará otras nuevas para mejorar el mercado hipotecario y de la vivienda.
Junto a dar prioridad a la recuperación económica, Obama se fijó en enero una agenda progresista en la que no ha podido avanzar demasiado.
El Congreso se fue de vacaciones sin aprobar una reforma migratoria antes del receso veraniego, como quería Obama, que ha tenido que establecer como nuevo plazo finales de año.
El Senado aprobó en junio un proyecto de reforma que abre la vía a la legalización de los indocumentados, como busca Obama, pero los republicanos, que controlan la Cámara de Representantes, quieren presentar su propia versión de la ley y algunos se oponen a otorgar a los inmigrantes un camino a la ciudadanía.
Si los legisladores han comenzado a debatir sobre la reforma migratoria, no ha ocurrido lo mismo con la lucha de Obama por normas más restrictivas para el control de las armas de fuego, a la que la mayoría ha dado la espalda.