ESPAÑA.- Ángela Bachiller es fruto de su método y de la disciplina de su familia. A los 30 años, la primera concejal con síndrome de Down de España tiene la ropa ordenada por colores y es la primera en levantarse en casa. Concretamente, a las seis y media de la mañana.
“A mí me despierta ella”, asegura Isabel Guerra, su madre, enfermera del Hospital Clínico Universitario de Valladolid, en el que coincidió durante años, desde 1995, con el alcalde Javier León de la Riva, ginecólogo de profesión. Pero la plácida rutina de Bachiller ha sido interrumpida por su nombramiento en el Consistorio. La joven auxiliar administrativa está superada por su protagonismo repentino. “Me paran por la calle para felicitarme”, dice con esfuerzo una mujer para la que, hasta ahora, su mundo se limitaba a la oficina, los amigos y sus múltiples actividades. Toda una fatiga con la que ha conseguido una capacidad de esfuerzo y de concentración que le han permitido superar las expectativas.
Ángela Bachiller fue la primera persona con síndrome de Down en obtener el título de formación profesional de Castilla y León. Había estudiado en el mismo colegio público e instituto que su hermana mayor, de 33 años —“su referente en todo”, reflexiona Isabel Guerra, su madre—. “Lo más importante es que su familia no ha buscado la sobreprotección”, indica Rosa Hernández, concejal de Bienestar Social y Familia, departamento en el que Bachiller trabajó durante tres años como auxiliar administrativa. Después de seis meses en un programa de integración laboral para discapacitados, Bachiller logró un contrato para seguir en el Ayuntamiento.
Cuando León de la Riva, político del Partido Popular, la sorprendió durante un viaje a Florencia al llamarla para proponerle el puesto número 18 de la lista popular en las elecciones municipales de 2011, Bachiller se lo tomó con entusiasmo, aunque nunca imaginó que lograría un asiento en el pleno. A pesar de esto, se volcó en la campaña. Acudía a los actos y repartía “pines, mecheros y banderillas” entre los electores y globos para los niños. “En la lista había representantes de todas las minorías”, afirma su madre. Concurrían con ella un homosexual, José Antonio Gil; un gitano, Enrique Jiménez, y una inmigrante, la búlgara Mariya Yancheva. De ellos, sólo Gil se coló en la primera vuelta. El alcalde, que oficia todas las bodas y alardea de tener un concejal gay, sólo se niega a casar a las parejas de homosexuales, según varios lugareños.
Después de una semana de vorágine por la toma de posesión para relevar a Jesús García Galván, que dimitió por corrupción, Ángela Bachiller se retira a Mallorca de vacaciones con su familia. “Me eligió a mí porque me tiene mucho amor”, explica orgullosa la nueva edil, que no tendrá ninguna responsabilidad. Lo que más le gusta de Valladolid, una de las ciudades españolas con mejor nivel educativo, es la Plaza Mayor. “Es preciosa”, apunta. Lo que cambiaría: “Parquesol [el barrio donde vive]: le faltan árboles”.
Bachiller llega al Ayuntamiento cargada de ideas de sus viajes. “En verano, toca España, pero en Semana Santa, una capital europea. Ya las conoce casi todas”, tercia su madre. París, Ámsterdam, Praga, Roma, Berlín… aunque su favorita es Venecia. “La hemos hecho viajar mucho porque la estimula. Ve otras formas de comer, de vestir, de funcionar”, continúa la progenitora, aunque lo que fascina a Bachiller son los museos. Sigue el rastro de Monet y Van Gogh, sus favoritos, “por los colores y la luz”. Este invierno se ha maravillado con el Pérgamo de Berlín y sus mastodónticas reconstrucciones de ruinas antiguas. Antes de la entrevista, unos turistas la saludan ante el Consistorio. La conocen por la prensa y la felicitan. En el Ayuntamiento se siente como en su casa. Desde hace tres años trabaja en el área de Bienestar de la administración local. Las carpetas donde archivaba sus documentos siguen alineadas al milímetro sobre un escritorio ante el que se siente feliz: “Escanear”, “fotocopiar”, “fax”, se puede leer con una letra infantil pero impoluta. “Es muy obediente. Le pidas lo que le pidas, lo hace con todo su empeño”, asegura su compañera —y “amiga del alma”, en palabras de la edil— Loli del Río, que coordina los centros de día para dependientes.
La madre recuerda que su hija nació con los músculos muy débiles. Ella y su marido, el forense Ángel Bachiller, se empeñaron en la estimulación precoz, con ejercicio y música, para activar cuerpo y alma. Con el tiempo se convirtió en una disciplina de deporte y arte, además del colegio, primero, y el instituto, después —nunca fue a centros de educación especial—. Solfeo, natación, piano, baile, informática, inglés… además de logopedia y otras actividades.
“Es mundial”, repite su madre con una sonrisa, negando con la cabeza como si no pudiera evitar cierta incredulidad. “No pudo evitar una lagrimilla cuando salió con su caja de cartón del trabajo, con todas sus cosas, como en las películas americanas”. La concejal guarda ahora en su habitación la planta que tenía en el escritorio, al que espera volver si las cosas no van bien en la próxima legislatura. Bachiller, que hace pocos años piensa en la política —de pequeña quería ser masajista—, ya ha cumplido su reto. El Congreso no se le pasa por la cabeza.