Por Irving Alberti Tió*
SANTO DOMINGO DE GUZMAN, RD.- Me he decidido a escribir esta historia, porque ya paso de los 77, y no quisiera morir sin que el pueblo sepa que las cosas no fueron siempre color de rosa, como dice el título de este artículo.
Mi padre fue trujillista por las circunstancias de la época, sin doble moral, no como otros, que fueron grandes trujillistas con beneficios y maldades, y ahora ellos o sus descendientes lo quieren negar a toda costa.
Como músico, gozó del privilegio, para entonces, de ser el director de orquesta escogido por el dictador, 1ero.: para imponer el merengue como música representativa de nuestra dominicanidad en los salones de la alta sociedad, donde era repudiado este ritmo, y 2do.: para que de ahí en adelante se convirtiera en la orquesta preferida para todas sus fiestas.
En eso pasó mi padre, Luis Alberti, cerca de 30 años. Prácticamente desde el comienzo de la dictadura, en las famosas revistas cívicas, hasta casi al final de la Era, etapa en la que sucedió lo que voy a contarles.
Muchas personas consideran a Porfirio Rubirosa casi como si fuera un Don Juan, héroe legendario de los viejos tiempos, apreciación incorrecta, pues los músicos, camareros, soldados de menor rango, etc. sufrían a menudo su prepotencia y sus desplantes, que a veces se tornaban peligrosos -dada la importancia que este señor tenía como amigo y «maipiolo» de Ramfis y por su posición privilegiada dentro del engranaje de la dictadura. He sabido de algunos de los grandes músicos dominicanos que sufrieron la embestida de este jactancioso abusador.
Resulta que en la casa de Nene Trujillo se celebraba el cumpleaños de alguien de la familia, y todo transcurría con normalidad, como siempre sucedía en tantas fiestas de este tipo, hasta que al Sr. Rubirosa se le ocurrió solicitar a los músicos una pieza que había pasado de moda hacía mucho tiempo y, por tanto, la orquesta no la tenía en el repertorio.
De nada le valió a mi padre, con todo el respeto y la precaución que mandaba el momento, luego de pedirle excusas, indicarle que ellos buscarían en sus archivos para tener lista la pieza para la próxima ocasión.
El hombre masculló algo entre dientes, y aparentó que había aceptado las razones, aunque dio la impresión que no había quedado conforme.
En el momento en que la fiesta está en su clímax, y los tragos están haciendo su efecto sobre los fiesteros, se procede a tocar uno de los merengues de loas al dictador.
Todo el mundo baila, y cuando se termina la pieza, uno de los perros de presa de Ramfis abraza a Rafael Colón, y se lo lleva por uno de los pasillos de la casa donde nadie lo veía.
Pedro Tejeda, el trombonista de la orquesta, se va detrás sin que lo vean, y observa aterrorizado cuando este señor le propina varios maquinazos a Rafael, quien cae al suelo en un baño de sangre. Inmediatamente, Pedro va donde mi padre, y le dice: «Luis, allí están matando a Rafael».
Mi padre va al sitio que Pedro le señala, y encuentra a Rafael en el piso y al militar con su pistola en la mano, arrodillado a su lado. Cuando mi padre le increpa por lo que está haciendo, este señor le pone la pistola sobada en la cara a mi padre, y le dice: «Luis, tú y yo somos amigos, pero por Ramfis yo hasta a mi padre lo mato».
Eso creó un malestar muy grande entre los músicos de la orquesta, porque sabían que de ahí en adelante no se sentirían seguros, aparte de tratar de apaciguar a Tapacán, que era hermano de Rafael, y quería ir a tomar cuentas.
Pedro aprovecha un descuido de estos señores, y monta a Rafael en la guagua de los músicos y le dice al chofer, que era de mucha confianza, llévate a Rafael para su casa en San Cristóbal, y no te detengas por nada ni por nadie.
Transcurrido el tiempo los militares notan la ausencia de Rafael, y comienza un interrogatorio para saber dónde está.
De los músicos, el único que lo sabe es Pedro Tejeda, y calla, porque piensa que donde esté lo van a buscar para matarlo, y por esta razón se mantiene en silencio.
Incómodos porque no aparece Rafael, los músicos son llevados al patio y puestos frente a una pared, donde el gran «moralista» Porfirio Rubirosa les da una cátedra de moral, y les reprocha a los músicos que no sirven para nada, y que él lo que debería hacerles es aplicarles la fusta para que sepan de respeto.
Luego aparecen varios guardias con ametralladoras y fusiles, y se paran frente a los músicos como cuando se va a ejecutar a las personas.
En esta situación no sabemos cuánto tiempo pasó, pudieron ser 5 minutos, 10 minutos o 15 minutos, pero lo que yo sé es que mi padre me contó que fue el tiempo más angustioso de su vida. Luego parece que recapacitaron, y los obligaron a tocar de nuevo, hasta que la fiesta se terminó.
Al otro día, parece que luego que bajó el efecto de la borrachera, mandaron a buscar a Rafael Colón y a Pedro Tejeda en un jeep de la aviación.
Pedro, en un gesto increíble para la época, se metió en su casa, tomó un machete y les dijo: «Si me quieren matar, mátenme dentro de mi casa».
Al ver la actitud de Pedro, siguieron para donde Rafael, y se lo llevaron a la aviación. En dichas oficinas, uno de los amigos de Ramfis le pidió excusas a Rafael, y le dieron RD$500.00, con lo que ellos pensaron que quedaba todo zanjado.
Este suceso y otras cosas que pasaron después, hicieron que mi padre sufriera una gran depresión y una complicación mayor de la diabetes que ya sufría, lo que se constituyó en la causa principal de su renuncia en la orquesta.
Luego de la partida de los Trujillo, mi padre se fue recuperando paulatinamente de la depresión, hasta volver de nuevo a su estado normal.
Con esta narración volvemos al título de este artículo, «No todo fue color de rosa», aún para las personas cercanas a Trujillo, como lo fue mi padre Luis Alberti.
* Tomado de Diario Libre