Por Cándida Figuereo
Doña Dulce madruga diariamente para vender té, café colado y otros productos para que el transeúnte que viaja temprano por la carretera Duarte, en dirección hacia el Cibao, no lleve el estómago vacío.
José, en cambio, se pone su machete sujeto al cinto y se dirige al conuco a sembrar, desyerbar o arreglar la empalizada según sea el caso. La mujer o el hijo le llevan la comida y retornan en la tardecita al hogar.
Cristina baña a sus hijos menores, los viste, les da de comer y los lleva al colegio o la escuela pública. Luego se dirige a su trabajo en el sector público, no sin antes encomendar a un familiar que recoja los niños si la salida de éstos no coincide con su horario.
Pedro y María trabajan y estudian. Él arreglando zapatos y ella en un salón. Se proponen ser útiles profesionales para ayudar a sus padres que se esfuerzan en contribuir a que ellos no sean otros más del montón
Juancito, un joven que tiene el barrio al garete, se acuesta bien entrada la noche luego de concluir sus andanzas nada santas en compañía de «amiguitos» de la misma calaña que él. Sus padres saben que lleva dinero a la casa, pese a que no trabaja ni saben como consigue esos fondos. Todo amén, lo importante es que lleva cuartos.
Candela solo aspira a conseguir un hombre que la mantenga a ella y a su hijo, preferiblemente que sea viejo y esté casado para ella estar «libre» la mayor parte del tiempo. Aún no ha podido identificar al padre de su vástago entre el grupo de sus adoradores. La prueba en un segundo examen de paternidad le salió foul. ¡Estudiar yooo!-dice- ¿Para qué?. No, no, noooo. La vida hay que gozarla porque es una sola y muy corta, refiere.
República Dominicana es un pueblo bueno donde abundan las personas (hombres- mujeres) trabajadoras, íntegras y con aspiraciones de superación.
Quienes tienen trabajo se esfuerzan en dar lo mejor de su experiencia, a fin de quedar bien. Otros se dedican a trabajos o negocios independientes que les permiten subsistir.
Solo los menos, como Juancito y Candela, gustan de lo fácil sin importar el costo ni el que dirán. Estos desmeritados de la vida suelen ser los más ruidosos y gustan infundir temor.
El pueblo bueno que es la mayoría, calla, observa y ocasionalmente denuncia las fechorías cuando está hastiado de ciertos abusos. Sin embargo confía y apuesta a un mundo mejor para el que todos debemos contribuir pese a lo que hagan Juancito y Candela, quienes representan las lacras sociales que tarde o temprano irán a parar al zafacón del olvido si no se enderezan.
Apostamos a este pueblo bueno, trabajador, íntegro y con aspiraciones de superación a que como siempre, unido en ese propósito, saldrá airoso a los desafíos del diario vivir.