Hay hombres que nacen para ser eternos y universales porque sus quehaceres en la vida pública trascienden la mezquindad humana; su nobleza se sobrepone a la maldad en pos de la felicidad humana.
Se trata de hombres que no compiten para engrandecerse, sino que solo procuran la equidad para una mejor convivencia grupal porque están convencidos de que los colores de la piel resultan una nimiedad para provocar rivalidad.
La bien ganada reverencia mundial al expresidentes Nelson Mandela, tras su deceso, no es más que el reconocimiento a su labor que desbordó las fronteras tras su trabajo a favor de una democracia multirracial en Sudáfrica.
Su lucha contra la odiosa segregación racial fue exitosa, pero aún requiere el seguimiento de hombres que imiten la entereza de Mandela, cuya fortaleza no pudo ser maleada por 27 años tras las rejas.
Su lucha debe continuar siendo tarea de todos cuando de segregación se trate. La grandeza de un hombre solo viene dada en función de su nobleza, de su entrega a causas por la humanidad, a favor de todos aquellos que por una u otra razón no tiene firmeza para emprenderla.
Esto explica que Mandela no muere, sino que ahora vive más que antes en el espíritu de cada persona que le recordará por su sacrificio a favor de la no discriminación.
El mayor reconocimiento a este Premio Nobel de la Paz es el que le tributa el mundo en estos momentos, contrario a tantos que aunque tuvieron todo el oro del mundo solo son recordados como viles parásitos.
En sus funerales estarán presentes 53 jefes de Estado o Gobierno, pero toda la gente llana que no puede estar presente ha sentido su deceso y siempre le recordará como el hombre que no claudicó en su lucha por tan tantos vilipendiados por su color, un color tan hermoso como los demás.
En definitiva, lo importante es como te recuerden y Mandela será recordado como una gloria que no tiene sustituto.