Por JOSE ALDUEY SIERRA
Como hecho político perverso golpea fuerte a la democracia, más que a los propios perredeístas, muchos de los cuales están en otra cosa. La inapelable división del PRD está consumada.
Es evidente que a Hipólito Mejía lo venció el Estado a través de Miguel Vargas Maldonado. Este nuevo capítulo divisionista obliga a reflexionar sobre el conflicto entre los dos grandes líderes fundadores del PRD, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez. Ambos libraron una batalla política que hoy es obligatorio referente histórico.
En aquellos tiempos duros y difíciles habían valores, principios y compromiso. El fraude electoral y el crimen de Estado dominaban el escenario político nacional. Joaquín Balaguer era invencible. Bosch decía que las elecciones eran un matadero electoral.
Peña Gómez pensaba distinto y concibe la estrategia de alianza con los liberales de Washington y Europa. Eran dos visiones ideológicas distintas que sellaban la división mayor del PRD en el siglo XX. Los años 70s sembraban las más sólidas bases de la naciente democracia.
Bosch, el gran maestro, líder y conductor del PRD, abandonaba el barco para fundar el PLD en 1973, con ideas marxistas que lo enrumbaban hacia la izquierda. Y Peña Gómez, desafiante, autocalificándose como el astro con luz propia, emergía como el líder de masas más grande de toda la historia del país, tomaba control del PRD como su líder máximo. En las calles, los murales rezaban en las paredes Peña y Juan Bosch, buenos son los dos.
Ambos líderes daban cátedras de política e intelectualidad en sus insuperables discursos retransmitidos en cadena por la radio nacional. Mientras Bosch y Peña Gómez dividían el PRD y el Acuerdo de Santiago, con Antonio Guzmán como candidato, desaparecían del escenario político de las urnas, Balaguer cosechaba los frutos y conseguía anclarse en el poder por tercera vez consecutiva en 1974, legitimado por el minúsculo Partido Demócrata Popular, y su líder el ex-contraalmirante Luis Homero Lajara Burgos, único contrapeso de esas elecciones.
Con ese juego político, Balaguer completó sus primeros doce años hasta que en 1978 es sacado del poder por el voto popular. El hacendado Antonio Guzmán y el PRD ganan las elecciones.
Las grandes movilizaciones del PRD en las calles fue lo que ayudó a cimentar el liderazgo de Peña Gómez, y a llevar el PRD al poder.
La constancia de su accionar político internacional con la sistemática denuncia del fraude electoral y la criminalidad le hizo construir una plataforma sólida de reputación, confianza y credibilidad política en organismos como la OEA, la Organización de las Naciones Unidas y en Washington.
Pero también con sus alianzas estratégicas con los liberales como la familia Kennedy en el Congreso de los Estados Unidos, y en Europa con líderes como los presidentes de entonces Felipe González, de España, Francois Miterrant, en Francia y todas las personalidades que reunió en la República Dominicana con la Internacional Socialista para conseguir respaldo internacional a su lucha contra Balaguer.
El Pacto de las Corbatas Azules, como engendro político de complicidad para destruir el PRD, debió denunciarse en el 2010. Lo mismo que el préstamo de 15 millones de dólares a Miguel Vargas y todas las maniobras sucias tejidas desde el poder. No ahora. Fueron años de silencio, sin denunciar al mundo los dardos envenenados de la conspiración. Hipólito Mejía cayó en la trampa de Leonel Fernández y Miguel Vargas. Ya es muy tarde para ablandar habichuelas.