Por ROSARIO ESPINAL
El merengue fue a pedir ayuda al Palacio Nacional. Cuando leí la noticia me pareció curioso. Una foto del presidente Danilo Medina rodeado de reconocidos merengueros es documento para la historia. Pero cuando leí el propósito de la visita quedé boquiabierta. Los merengueros fueron al Palacio a pedir que el Presidente intervenga para revivir el ritmo que anda de capa caída.
Si el objetivo es revivir y proyectar el merengue, al último lugar que debieron acudir los merengueros fue al Palacio Nacional, porque para revivir el merengue no se necesita intervención gubernamental. Se necesitan nuevas y buenas composiciones, y jóvenes intérpretes que capten la sensibilidad de las nuevas generaciones.
El merengue es patrimonio nacional, ¡qué bueno! Es un ritmo cadencioso que nadie interpreta ni baila mejor que los dominicanos. Pero su popularidad no depende de una política oficial, sino de la creatividad musical que no sale de ninguna oficina pública. Distinto ocurre con la historiografía musical, en la que sí puede ayudar el Estado.
La música no es estática; y bien lo saben los merengueros que a través del tiempo innovaron con ese ritmo del alma dominicana. Excluyendo la Era de Trujillo, cuando el dictador lo llevó al salón, el merengue salió del pueblo, de sus entrañas, y de sus músicos.
El merengue se transformó y llegó a la madurez en la década de 1980. Ahora está en receso porque los artistas jóvenes han encontrado en otros ritmos sus formas de expresión, ya sea en la suavidad de la bachata o en la fuerza del reguetón.
La marca-país no es exclusiva del merengue ni tampoco de la bachata. Es fabuloso que un país tenga dos ritmos que han alcanzado fama internacional. Para mantenerlos en la cima, la intervención gubernamental no es el camino.
En manos del Estado el arte se petrifica, aunque la apariencia sugiera lo contrario. El Ministerio de Cultura puede nombrar un vice-ministro de merengue con un presupuesto y eso no revivirá el merengue; de la misma forma que el auge actual de la bachata no es producto de la intervención estatal, sino de la creatividad de un grupo de artistas que poco a poco fue ganándose el apoyo del público.
La función principal del Estado es la organización y la regulación de la sociedad, no la creación, y eso tiene implicaciones importantísimas para el arte, que por definición se dedica a la creación mágica de lo impensable, expresado en palabras, en tonalidades musicales, en la brocha, la escultura, la imagen fotografiada, o en los movimientos teatrales o danzantes.
En vez de ir al Palacio, los merengueros deben reunirse con grupos diversos de jóvenes dominicanos, entender sus sensibilidades, sus preocupaciones, sus formas de diversión, sus atuendos, sus dilemas. Quizás de ahí surjan nuevas inspiraciones, nuevas letras, nuevas melodías para un merengue que sintonice con ellos. Quizás esos merengueros ya maduros podrían realizar talleres con músicos jóvenes y transmitirles su pasión por el merengue; y hacerlo por iniciativa propia, no auspiciados por el Gobierno, sino motivados por el deseo de que las nuevas generaciones vibren con un merengue, al igual que lo hacen ahora con otros ritmos.
La marca de un país no es lo que se escoja como marca-país, sino lo que se haga bien en ese país y sea sui-generis. El merengue ha sido declarado patrimonio cultural dominicano y también puede serlo la bachata. Lo importante en ambos casos es la calidad de las piezas musicales y sus intérpretes, y la capacidad de llegar al público que siempre determina lo que está de moda.