Los intelectuales inútiles

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Manuel Núñez
Manuel Núñez

POR MANUEL NÚÑEZ*

En las actuales circunstancias, dos grandes riesgos se proyectan sobre la nación dominicana.

1. La amenaza a su propio ser. Vale decir, la destrucción de su capacidad de autodeterminación, mediante la suplantación demográfica del pueblo dominicano. Al admitir a los haitianos como derechohabientes en el Estado dominicano, al romper el equilibrio jurídico, social y político entre los dos Estados que comparten la isla de Santo Domingo, se anulan los resultados históricos de la Independencia nacional de 1844.

2. La amenaza a lo que tenemos. En primer lugar, la destrucción de nuestras conquistas sociales. Los modestos progresos que hemos logrado se volverán agua de borrajas, importando el repertorio las enfermedades que se ensaña sobre esa nación; echando sobre las espaldas del pueblo dominicano el 70% de sus desempleados, sus gravísimos problemas sociales: falta de instrucción, descomposición social, oscurantismo. En segundo lugar, perderíamos el territorio. Los haitianos consumen más de seis millones de metros cúbicos de madera por año, nuestros bosques están amenazados como nunca antes de quedar completamente carbonizados, tal como ha ocurrido en el propio territorio haitiano. Estamos importando sus probados hábitos de depredación del bosque, que han reducido la superficie boscosa haitiana a menos de 1% del territorio.

Con semejantes debilidades, la República Dominicana sería manipulada por los aventureros implantados en las instituciones supranacionales , por las ONG conducidas por otros Estados y por los peones del intervencionismo internacional. Llegados a este punto, el Estado dominicano no podrá representar a una sociedad fragmentada, sin conciencia sí, despedazada en su unidad interna, que sería fácilmente conquistada por las mafias, el crimen organizado y por las multinacionales, deseosas de apoderarse de sus grandes riquezas mineras, de sus infraestructuras, ciudades y de todo lo que nos resulta hermoso.

En estas gravísimas circunstancias, ¿qué papel desempeñan los intelectuales?

Algunos permanecen encerrados en un discurso embrollado. Lejos de la observación, desentierran el cadáver de Trujillo y proclaman que todo aquel que oponga a la desaparición de nuestra autodeterminación como pueblo y como nación independiente, es partidario de la reimplantación de esa dictadura imaginaria. Se trata de fabricar el adversario, empleando el miedo al pasado para rehusar referirse al problema central de nuestra existencia. Que no es, desde luego, el resurgimiento del régimen que quedó decapitado el 30 de mayo de 1961. Los que defienden la patria deben enfrentarse continuamente con palabras que no han dicho y con discursos que no han sustentado.

Ninguna de esas imaginerías puede salvarnos del toro real que enfrentamos en el ruedo. Los enfoques de los problemas que sobrevienen entre las dos naciones que comparten la isla de Santo Domingo, poco o nada tienen que ver con las distintas preferencias políticas, fundadas en las elecciones entre izquierda o derecha. De cualquier modo, los dominicanos han tomado distancias de todas estas circunstancias. Entre otras razones, las alianzas políticas de los últimos procesos electorales, las han vaciado de contenido.

La única idea que sobrevive, tras el naufragio de todas las ideologías y de los experimentos sociales, es la nación. Todo lo demás ha quedado en el zafacón de las ciencias sociales. ¿Qué hacer con ella? ¿Puede un intelectual que tenga alguna responsabilidad cívica permanecer in albis, en las nieblas ante un problema en el que está en juego lo que somos, la unidad de la sociedad que hemos forjado y lo que tenemos, el territorio, las conquistas sociales, el deseo de vivir juntos, sin interferencias extranjeras?

Durante años, los intelectuales combatieron la sociedad de mercado, el capitalismo, imaginaron que tomarían el cielo por asalto y que implantarían sociedades perfectas. Todo ese mundo se derrumbó en 1989. Entre los escombros, algunos siguen reclamando el derecho a experimentar con nuestras propias vidas. El experimento que ha asumido como una utopía la Compañía de Jesús, las ONG pro haitianas y los intelectuales , compañeros de ruta, consiste en desmantelar al Estado dominicano, y crear un Estado binacional. Es decir, que suplantemos el proyecto nacional en el cual vivimos los dominicanos desde 1844 por la sociedad fantasiosa que tienen estos grupúsculos en sus cabezas. ¿En nombre de qué principio puede este grupeo de individuos decidir el tipo de sociedad en la que han de vivir de 10 millones de dominicanos? ¿En nombre de qué justicia, de qué superioridad moral pueden desmantelar el Estado en el que hemos vivido, para suplantarlo por una pesadilla?
Hagámonos una pregunta al estilo de Bertrand de Jouvenel. ¿Por qué los intelectuales dominicanos odian a la nación?

·En primer lugar, por ignorancia. La mayoría desconoce la naturaleza de la sociedad haitiana; omite las consecuencias que padecerían los dominicanos incrustando en su interior un elemento que dinamitará todo lo que hemos logrado. Desintegración de su unidad nacional; destrucción del proyecto nacional; desmantelamiento de la idea de progreso y de su porvenir.

·En segundo lugar, por arrogancia. Los intelectuales intervienen, con el prestigio ganado en otras áreas del conocimiento, en un dominio en los cuales no son expertos. ¿Qué valor tienen las recomendaciones económicas y sociales de Vargas Llosa cuando defiende como una fiera el Gobierno neoliberal de Margaret Thacher, y la convierte en una heroína de su ideario político? ¿ Quién puede concebir que el desmantelamiento de todos los servicios público del Reino Unido, que la arrogancia imperial de la dama de hierro represente un gobierno digno de imitarse? Los primeros en darse cuenta de esa engañifa fueron los británicos que le retiraron su apoyo, y se libertaron de ese espantajo. En suma, Los intelectuales han dicho muchas estupideces (véase el Estupidiario de los filosófos, Madrid, Cátedra, 2004, C. Roche, JJ Barrere). Una de ellas, es que debemos renunciar a la aplicación de nuestra Constitución y nuestras leyes, para que los derechos de los extranjeros se impongan sobre los derechos de los dominicanos. Su absoluto desprecio por el funcionamiento de la economía, su falta de comprensión de cómo funcionan las sociedades los lleva a ignorar que en esta operación necesariamente hay ganadores y perdedores.

·En tercer lugar, nos hallamos ante personajes sin ideales, que prefieren traicionar a su patria, ante que darle la espalda a la Humanidad. Según esto, los dominicanos no formamos parte de esa Humanidad. La operación de despojo de nuestros derechos, comienza con una idealización de las víctimas, que no tienen, al parecer, ninguna responsabilidad. Se exhibe la miseria sin nombre de los haitianos. En segundo tiempo, se culpabiliza de semejante horrores a los dominicanos, los vecinos más próximos. Y, finalmente, se manipula a la opinión nacional e internacional para presentar a la República Dominicana como la solución a un problema extraterritorial y extra nacional.

Todas estas creencias se sustentan en la mentira. Con encuestas de expertos, glosas y cuadros estadísticas se nos quiere demostrar que la inmigración haitiana nos aporta pingues beneficios. Hemos leído montaña de estudios realizados por una cáfila de mercenarios, que, apoyados en sus “hallazgos maravillosas”, nos demuestran que destruir la mano de obra dominicana, y traspasarla a los haitianos, resulta beneficioso; que importar enfermedades del país más insalubre, es una gran aportación al desarrollo, y que los gobiernos deberían dedicarse a promover la salida de los dominicanos del proyecto nacional. En todas estas consideraciones, campan por sus respetos, la falta de probidad, la falta de patriotismo y la ceguera ante los hechos históricos.

Desde el Informe Misión to Haiti (Nueva York, ONU, 1949) los expertos de las Naciones Unidas saben, perfectamente, que la sociedad haitiana es inviable. Que todos los esfuerzos emprendidos hasta ahora no detienen el progresivo hundimiento de esa sociedad.

¿Cuáles razones llevan a los intelectuales a mentir, a rechazar sus responsabilidades cívicas de defender su país? En realidad, hay dos tipos de intelectuales.

·Los que actúan, seducidos por ideas abstractas. Se dejan subyugar por las extravagancias de sus palabras cohetes y por la visión de sociedades imaginarias. No instruyen; no educan; no explican; se enamoran de sus discursos embrollados. Son los intelectuales inútiles. Tienen una idea rotundamente distorsionada de su propia importancia.

·Quedan los intelectuales que defienden la nación, que actúan en función dominicanista. Que luchan por el engrandecimiento moral del pueblo dominicano. Que no quedan arropados y atrapados en la angustia y en la indignación. El deber no está en echarse a un lado o en mirar a las estrellas o en volverse indeciso, sino asumir su responsabilidad.

En resumidas cuentas, nos enfrentamos a un Estado que está en contra de los intereses del pueblo, que obedece más a las decisiones extranjeras que a la propia Constitución. Promueven la llegada de la tragedia, porque piensan que de la destrucción de la unidad de la sociedad, que de la importación de las marejadas de pobreza haitiana, nos llevará al centro de la catástrofe. Vivimos una crisis de frontera, hemos perdido el control del territorio. Vivimos una crisis de identidad, nuestros dirigentes políticos no defienden ni la historia ni el Estado ni la sociedad. Enfrentamos la colonización extranjera, el terrorismo moral y las fuerzas del caos.

* El autor es historiógrafo, poeta y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.