Por CÁNDIDA FIGUEREO
En el transcurrir del desarrollo del ser humano hay dos momentos de extrema vulnerabilidad que requieren el soporte familiar y del Estado a través de sus distintos órganos funcionales que coadyuvan ante una situación determinada.
Es precisamente ese enlace, que puede parecer no tangible, que salva los momentos de aprietos de un menor o un adulto mayor desamparado por los parientes ingratos que gustan asumir el lado oscuro de la indiferencia.
Esta debilidad es el pan nuestro de cada día, pero transcurre con una normalidad que mueve a espanto como si fuere un indicador de que «algo huele a podrido» en la República Dominicana, se diría parafraseando la tragedia escrita titulada Hamlet atribuida al poeta, dramaturgo y actor inglés William Shakespeare.
«Algo huele a podrido» en la República Dominicana, no esta vez en Dinamarca como dice Shakespeare, porque por una mente sana jamás debe pasar la idea de abandonar a los hijos y a los padres ancianos que no se pueden valer a sí mismo.
Abundan quienes abandonan a sus hijos, sin hacer el menor esfuerzo para sacarlos adelante. Se entendería que si el progenitor está gravemente enfermo, sin posibilidad de sobrevivir, delegue esa carga en la persona apropiada que asuma esa responsabilidad.
De igual modo cuando el padre o la madre son muy mayores precisan del cuidado y seguimiento de los hijos adultos. Las etapas de la infancia y la ancianidad precisan de un cuidado especial.
No faltan los hijos dolidos porque la mamá o el papá los dio en adopción. Esto debe ser muy triste, pero hay que perdonar y ser comprensivos. Figuran, además, padres y madres que se marchan del su país creyendo que se van a arropar de «papelas» para que su muchos tengan mejor condición de vida.
Resulta que cuando una parte de esos padres y madres retornan al país, sin la abundancia de dinero que pensaban, se encuentran con hijos delinquiendo porque no tuvieron la supervisión adecuada.
Esas situaciones van creando resentimientos en los hijos. El sueño americano, europeo o del lugar que fuere no pasa de ser usualmente un simple quimera. Incluye a profesionales que tenían un trabajo digno, aunque ninguna labor es indigna, y pasaron hacer lo que aparezca en otras latitudes.
Tener hijos implica una responsabilidad que no se debe delegar, salvo que la situación sea tan grave que se tenga que decidir sobre la posibilidad de que el menor se críe o sucumba.
Calles y avenidas, no solo en los barrios más desmejorados, son en buena parte dormitorios de personas que evidencian no tener dolientes. Durante el día piden limosna o simplemente se colocan donde menos molesten esperando una migaja.
En el caso de no pocos menores, la puesta en marcha de la tanda extendida ha sido un alivio porque allí tienen resuelto desayuno, almuerzo y merienda. Los ancianos son llevados a los asilos o abandonados en hospitales y otros lugares.
En todo este andamiaje hay una responsabilidad estatal y ciudadana que precisa un mayor sacudimiento de ambas partes. Cada quien debe asumir su rol para una mejor convivencia en familia, una familia muy cambiante por cierto. ¡Por Dios! No abandonen a sus viejos ni a sus niños. ¡Ingratos! Hoy por ellos y mañana por ti.