CARTA PUBLICA AL CONGRESO NACIONAL

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El derecho a la vida no se decide por mayoría; es inherente a cada ser humano e inalienable.
El derecho a la vida no se decide por mayoría; es inherente a cada ser humano e inalienable.

Distinguidos/as  Sres./as. Legisladores/as:

Cuando quien les escribe tenía unos cinco o seis años, pasando por los alrededores de una clínica cercana a donde residía mi familia, me tocó presenciar una desagradable escena que ha permanecido indeleble en mi memoria.

Un perro callejero, a todas luces acosado por algún empleado de la clínica que lo perseguía, aferraba en sus fauces un feto que no liberó hasta que, en su carrera fogosa, desapareció entre los callejones.

Nuevamente el Congreso se aboca a enfrentar la alternativa de decir sí o no a la vida humana que se encuentra  en gestación en el seno de una mujer madre.

En su reciente comunicación, observando el abortado intento por lograr la promulgación de la pieza que ordena el inventario de sanciones aplicables a quienes transgreden las leyes, el Sr. Presidente de la República le ha dado generosamente un espectro de amplias posibilidades para otorgar la ciudadanía legal a un hecho a todas luces criminal.

Esta encomienda se les da a pesar de que en este mismo recinto sagrado, se sancionó con la mayor de las solemnidades, el 26 de enero del 2010, la Constitución que establece en su artículo 37 la inviolabilidad de la vida desde el momento de la concepción hasta su muerte natural.

El Código, para que no quedase dudas en torno a situaciones de conflicto de conciencia que exigen medidas heróicas para la generalidad de los casos, estableció el estado de necesidad  en el artículo 22.

El derecho a la vida no se decide por mayoría; es inherente a cada ser humano e inalienable.

Señores legisladores/as, el hecho de haber aprobado, hace apenas poco días el Nuevo Código Penal, les compromete a ser coherentes, so pena de que este país llegue a una encrucijada en que no se sepa quién lo podrá defender.

Es cierto que uno puede cambiar la forma de pensar, pero no en cuestión de “horas”, más todavía cuando este tema ha sido el que por años largos ha impedido la promulgación del Código ¿O es que nuestras decisiones están al vaivén de los vientos que soplen, y no orientados a la luz de un horizonte de valores?

Y digo promulgación porque es al menos la segunda vez que el Poder Ejecutivo, en administraciones diferentes, devuelve el Código aprobado en el Congreso, abortando  así la esperanza de tener un instrumento legal que permita testimoniarle al mundo que este es un país que se respeta, porque respeta la vida.

Pero ustedes saben, mejor que yo, que en la intención de quienes se opusieron a la promulgación del Código, exigiendo que en él se estampe la alternativa de lo que se ha dado en llamar “aborto terapéutico”, hay algo más, un “ultra petita” como dirían los abogados en otros contextos.

El Sr. Presidente de la República ha complacido con creces ese tácito reclamo, abriendo incluso un espectro de posibilidades a la eventual enmienda que ustedes le puedan hacer a la pieza, aún por encima de la Constitución.

El estorbo constitucional, que podría dar motivo a un recurso de inconstitucionalidad, en el caso hipotético de que la mayoría de los/las legisladores aprobasen la despenalización del aborto, sería fácilmente  superado porque en sus manos están las leyes y hasta la misma Constitución, más si se cuenta con el concurso generoso y poderoso del Poder Ejecutivo.

Si se pretende, con un paso tan desatinado, “no pasar vergüenza” frente al coro de países que han abierto sus puertas a este crimen con licencia de corso, es bueno recordar que la dignidad no se vende por un simple “que dirán” o por cualquier otro interés.

Si, en cambio, lo que nos puede empujar a creernos dueños de la vida es el mediocre orgullo de hacernos pasar por un país que avanza, cabe recordar que no hay verdadera revolución, progreso o desarrollo que no tenga como base el respeto sagrado a la vida humana, sin discriminación alguna, menos de quien no puede defenderse.

¡“Manos a la obra”, señores legisladores!

¡Que Dios los bendiga!