La corrupción no es una enfermedad mental, ¡ladronismo, y otras desaprensiones sí!

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De las denominaciones atribuidas a la corrupción, la que más podría corresponder, en nuestro humilde juicio, es: “distorsión de un principio moral” (Pierre Lascoumes), y que se menciona dentro del trabajo tomado como referencia: “La corrupción es una enfermedad mental” (Periódico “Diario Libre”, del 15-7-15, página 32).
De las denominaciones atribuidas a la corrupción, la que más podría corresponder, en nuestro humilde juicio, es: “distorsión de un principio moral” (Pierre Lascoumes), y que se menciona dentro del trabajo tomado como referencia: “La corrupción es una enfermedad mental” (Periódico “Diario Libre”, del 15-7-15, página 32).

Por Rolando Fernández

Los seres humanos siempre andamos buscando la forma de acotejar las cosas. Entre ellas, se estila el dar nombres a determinados flagelos sociales despreciables, para que se reporten menos sonoros,  a los fines de que no irriten tanto a los pueblos, máxime cuando las acciones para su combate frontal se tornan bastante difíciles.

Es el caso urticante y “enfadador”  de la corrupción, en el marco de las sociedades, a todos los niveles.  Ahora, se le viene catalogando como “enfermedad mental crónica”, bajo una serie de argumentaciones sociológicas entendemos, y hasta de carácter científico puro podría decirse. ¡Qué bien!

A partir de esa denominación a la corruptela de cualquier tipo, como algo patológico, ya los que incurren en la misma no son ladrones de cuello blanco, que gozan de un amplio entorno de impunidad; gente desvergonzada, hipócrita, simuladora, embaucadora, amoral, etc.; sino, personas “pobrecitas enfermas mentales”, al parecer iguales a los orates harapientos que deambulan por las calles y avenidas de este país, por ejemplo, recogiendo migajas para comer, y pernoctando donde les coja la noche, a la intemperie muchas veces. Aunque algo ilógica la comparación, esos también están afectados mentalmente; no disponen de mucho raciocinio para sus actuaciones.

La proclividad hacia las acciones indebidas, entre ellas la corrupción a cualquier nivel, o modalidad atribuida, es un condicionamiento mental, no afección o enfermedad. Sí, como una inducción proveniente de todo ambiente permisivo se reporta, que oferte a cualquiera las condiciones para observar sin riesgo alguno tal proceder. ¡Las oportunidades hay que aprovecharlas!

Ese es un tipo de ladronismo algo sofisticado. También, de otras malas prácticas punibles todas, que se verifican donde las leyes se tengan como adornos, más que otra cosa; en que no haya real separación entre los poderes del Estado; y por consiguiente, la instancia judicial existente se acomode de acuerdo con los intereses políticos prevalecientes. En que los gobiernos miren hacia lo personal, y a los grupúsculos que les respalden; que  los patrocinen bajo condiciones “reciprocatorias”.

En países donde esas condiciones no se den; en que se tengan gobiernos que se respeten y se hagan respetar; donde los actores judiciales administren ese ejercicio, y apliquen las leyes como se debe hacer, al margen de toda parcialidad política, difícilmente la propensión hacia los actos de corrupción prospere.

De las denominaciones atribuidas a la corrupción, la que más podría corresponder, en nuestro humilde juicio, es: “distorsión de un principio moral” (Pierre Lascoumes), y que se menciona dentro del trabajo tomado como referencia: “La corrupción es una enfermedad mental” (Periódico “Diario Libre”, del 15-7-15, página 32).

El violentar los cánones morales, no es enfermedad en sí, sino desobediencia clara, ante las permisividades prevalecientes en determinados entornos. A que si aparecen quienes controlen y administren en todos los sentidos, al igual que la castiguen como se debe – la corrupción -, la misma desaparece como por arte de magia.

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