Por Leonel Fernández
Por la preeminencia ideológica, política e intelectual que sostenía a escala mundial durante mis años de formación, siempre contemplé la idea de algún día visitar la tumba de uno de los más influyentes pensadores de todos los tiempos: Carlos Marx.
Así pude hacerlo, al girar una visita recientemente, junto a un grupo de amigos, al cementerio de Highgate, al norte de Londres, Inglaterra, donde se encuentran sus restos mortales.
El día de nuestra visita, un viento helado circulaba en el entorno. Una luz opaca, como entre neblinas, se filtraba en el lugar; y un aire de solemnidad, de respeto y de decoro reinaba en el ambiente.
Entre los ilustres personajes, cuyos restos allí se encuentran, figuran, entre otros, el destacado filósofo, antropólogo y sociólogo, Herbert Spencer; el físico, Michael Faraday; los padres y hermanos del gran novelista inglés, Charles Dickens; el historiador Eric Hobsbawm; y el sociólogo Ralph Miliband.
Pero entre todos los mortales allí sepultados, el que más atrae la atención de los visitantes, el que más curiosidad suscita y el que mayores comentarios provoca es, sin lugar a dudas, Carlos Marx.
El pensador
Marx, conocido como un destacado filósofo alemán, economista, sociólogo, periodista y activista revolucionario, nació en Prusia, actualmente Alemania, el 5 de mayo de 1818.
En 1835, a los 17 años de edad, se matriculó en la Universidad de Bonn, para estudiar filosofía y literatura. Su padre, un prestigioso abogado, de origen judío, insistió, sin embargo, que estudiase Derecho.
Por tales motivos, al año siguiente, en 1836, ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Berlín. De inmediato, sin embargo, se fascinó con la filosofía. Se interesó por las ideas del filósofo alemán, Friedrich Hegel, cuyas opiniones eran ampliamente debatidas en los círculos intelectuales de la época.
Se incorporó a un grupo de pensadores radicales, conocidos como jóvenes hegelianos, los cuales, a pesar de ser muy críticos con lo que consideraban eran las premisas metafísicas de Hegel, adoptaban, sin embargo, su método dialéctico.
Ese método dialéctico les sirvió para criticar, desde una perspectiva de izquierda, la economía, la política y el orden social establecido de aquellos tiempos.
En 1841, a los 23 años de edad, escribió su tesis doctoral: La Diferencia sobre la Filosofía de la Naturaleza entre Demócrito y Epicuro. Al año siguiente, se trasladó a Colonia, Alemania; y luego a París, donde siguió una carrera como periodista de medios radicales, que lo condujeron a la expulsión de esos lugares.
En el desarrollo de su pensamiento revolucionario, se apoyó en el estudio de la economía política inglesa, especialmente de los textos de Adam Smith y David Ricardo; del socialismo utópico francés, de Saint Simon, Proudhon y Charles Fourier; y la filosofía clásica alemana de Kant, Fichte, Schelling y Hegel.
Esos factores constituyen los pilares fundamentales en los cuales se fundamenta la teoría marxista, que procura una interpretación materialista de la historia, una crítica del sistema capitalista y una promoción de la clase trabajadora, o proletariado, como núcleo de vanguardia en la creación del socialismo.
Desde 1844, cuando en la República Dominicana se proclamaba la independencia nacional, Carlos Marx cultivó una estrecha amistad, que perduró hasta el final de sus días, con otro notable filósofo, economista y sociólogo alemán: Federico Engels.
Juntos escribieron varios textos de importancia, como el Manifiesto Comunista, publicado en febrero de 1848, considerado uno de los textos más importantes en la historia del pensamiento político.
Ese documento, en inolvidable lenguaje poético, correspondiente al romanticismo alemán de la época, empezaba por señalar: “Un fantasma recorre a Europa: el fantasma del comunismo”.
Luego, en forma de síntesis, exponía toda una visión del materialismo histórico, al señalar: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases.”
En su trayectoria intelectual, Carlos Marx escribió, entre otros textos, La Lucha de Clases en Francia, el 18 Brumario de Luis Bonaparte, Contribución a la Crítica de la Economía Política y El Capital, en tres volúmenes.
El legado
A pesar de reconocer que el capitalismo ha constituido en la historia una fuerza revolucionaria, Carlos Marx llegó a sostener que como consecuencia del desarrollo de sus fuerzas productivas, en algún momento desaparecería como sistema, siendo sustituido por el socialismo.
En la realidad de los hechos, el socialismo no se estableció, en principio, en un país con alto desarrollo de sus fuerzas productivas. No ocurrió así en Rusia, con el triunfo de la Revolución bolchevique en 1917; ni con los países de Europa oriental, al término de la Segunda Guerra Mundial; ni con la Revolución china; ni con ninguna de las revoluciones que durante la segunda mitad del siglo XX tuvieron lugar en varios países de África, Asia y América Latina.
Todo eso trajo como resultado que con la caída del Muro de Berlín, el desplome de las denominadas democracias populares de Europa oriental y el colapso de la Unión Soviética, el marxismo, como teoría, cayera en una especie de desprestigio.
Pero hoy comprendemos que el marxismo constituye todo un universo de múltiples corrientes de análisis y reflexión. Además del marxismo clásico, existen las diversas escuelas del marxismo occidental, esto es, el marxismo francés, el italiano, el austríaco, el alemán, el británico, y de cuántas variedades nacionales resultan imaginables.
Además, hay un neo-marxismo, una nueva izquierda, una escuela crítica de Frankfurt, y otras modalidades de pensamiento estructuralista, modernista y post-modernista, con raíces inicialmente marxistas.
Pero dentro de corrientes de pensamiento originalmente no marxistas, ha ido surgiendo el concepto de que el capitalismo, tal como lo proclamó Marx, no es inmutable, sino que va experimentando continuas transformaciones que podrían llevarlo a su extinción.
Entre esos pensadores se encuentra, en primer término, Daniel Bell, el célebre investigador de la Universidad de Harvard, quien desde los años sesenta y setenta venía elaborando el concepto de sociedad post-industrial, en la que el sector servicios genera mayor riqueza que el de la manufactura.
Posteriormente, distintos investigadores trabajan en la elaboración de los conceptos de post-fordismo, para referirse a una etapa superior de producción al de líneas de ensamblaje en la producción de vehículos, aplicado por Henry Ford, en las primeras décadas del siglo XX; de sociedad de la información; de economía del conocimiento; de modernidad tardía; y de modernidad líquida.
Peter Drucker, el gran maestro de los estudios de gerencia, ha escrito ampliamente sobre la sociedad post-capitalista. Manuel Castells, el reconocido sociólogo catalán caracteriza la época actual como una sociedad de redes, a partir del impacto de la Revolución digital; y Jeremy Rifkin, en su último libro, La Sociedad de Coste Marginal Cero, llega a la conclusión de que debido a su espectacular desarrollo, el capitalismo será reemplazado por nuevas formas de relaciones sociales.
A pesar del estrepitoso hundimiento del modelo socialista, a fines de los años ochenta, a casi doscientos años del natalicio de Carlos Marx, sus ideas empiezan a ser reivindicadas por un pensamiento diverso y renovado que ve en el progreso y no en el atraso, como él lo concibió, el proceso paulatino de extinción del sistema capitalista.
Marx fue enterrado en la parte oriental del cementerio de Highgate, luego de 64 años de existencia. Al hundirse su cuerpo en la tierra, Federico Engels, su amigo entrañable, pronunció estas palabras:
“El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos unos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre”.
Al visitar la tumba de Carlos Marx, para rendir tributo a su genio creativo, a su admirable labor intelectual y a su devoción por los oprimidos, satisfice una aspiración, largamente contemplada.