Por Ángel Garrido
Nieto y lazarillo de senador estadounidense y disidente fervoroso desde su temprana juventud que planteaba que la política exterior militarista de EEUU lo convertiría sin remisión en un imperio decadente, el celebrado novelista y ensayista Gore Vidal sentó reales en Italia, y allí vivió largos años. En un viaje suyo a Madrid, el periodista español que lo entrevistaba le espetó a quemarropa que qué raro que un escritor con su mentalidad se estableciera en Italia, país que la versión romántica de la historia sindica cuna del cristianismo. Al oír aquel huevo de yegua echado en perra clueca Gore Vidal reaccionó airado: “¿Usted es loco? Italia es un país precristiano en su más acabada rotundidad. El cristianismo nunca penetró ese país”.
Quien leyere los reportes y los vídeos viere de la común rueda de prensa ofrecida en fecha reciente por el presidente Donald Trump y el primer ministro canadiense Justin Trudeau, bien podría parafrasear a Gore Vidal y acusar de loco a quien sostuviera que el capitalismo ha penetrado alguna vez a los Estados Unidos. Sobre todo lo pensaría si comparara el trato dispensado por Trump a Trudeau con el hace poco dispensado al presidente mexicano Enrique Peña Nieto.
EEUU y Canadá comparten entre sí la frontera más larga del mundo, aunque para alcanzar dicho récord no basten los 6,416 kilómetros que separan ambos países entre los océanos Atlántico y Pacífico; si bien es cierto que esa enorme distancia sería sólo segunda de los 6,886 kilómetros que separan a Rusia de Kazajistán. Pero sucede que a la gran distancia interoceánica que separa a los Estados Unidos de Canadá habría que añadirle los 2,477 kilómetros que separan la Península alasqueña de Canadá, para llevar entonces los kilómetros fronterizos entre ambos países a la imbatible distancia de 8,893 kilómetros. Pocos hombres, si alguno, han de pisar el planeta Tierra luego de haber recorrido por tierra la totalidad de la frontera entre EEUU y Canadá. Y si alguien lo ha hecho, puede decir que ha recorrido casi la cuarta parte de la circunferencia terrestre, y más de dos tercios de su diámetro.
Desde el punto de vista demográfico, tantísimos kilómetros para separar EEUU de los 35 millones de habitantes que tiene Canadá. Si se pusieran en fila los 35 millones de canadienses a lo largo de su frontera con Estados Unidos, no podrían hablar a viva voz entre sí porque apenas habría 4 canadienses por kilómetro lineal.
La frontera que separa EEUU de México, en cambio, mide sólo 3,141 kilómetros; pero bien vistos los puntos cultural, lingüístico, histórico, social y económico, esa es la frontera entre EEUU y los 625 millones de habitantes que tiene Latinoamérica. Si se pusieran los latinoamericanos en fila a lo largo de dicha frontera, habría unos 199 por kilómetro lineal; es decir, habría un latinoamericano cada cinco metros.
Como se ve la frontera entre EEUU y México es la de mayor densidad lineal en el llamado hemisferio occidental, sólo superada por los países que hacen frontera con los gigantes poblacionales asiáticos. Ese criterio demográfico de densidad fronteriza lineal no existe. Acabamos de crearlo al advertir que no hay en nuestro hemisferio otra frontera que separe a 625 millones de 330, ó de 365 si se sumaran las poblaciones de EEUU y Canadá.
Carlos Marx se refería a EEUU como el ejemplo más acabado de Estado moderno. Y lo sería sin duda en tiempos de Marx. Y lo es desde luego al día de hoy. Es el único país capitalista del mundo que no tiene en sus cimientos un modo de producción distinto del que le da nombre al sistema. Cierto que habría que tomar en cuenta a la población indígena a la llegada del colonizador europeo; así como el sojuzgamiento de la etnia africana. Pero ni los indios ni los africanos implantaron en EEUU un modo de producción feudal, prerrequisito para que haya capitalismo en sentido estricto.
Lo que sucede es que el motivo de la rebeldía del escritor Gore Vidal, nacido West Point, nieto de quien fuera por varios períodos senador por Oklahoma y candidato sin éxito el propio Gore a legislador por Nueva York y por California, ha devenido realidad y el timonel de la nave es hoy un capitalista del área de bienes raíces que piensa que una frontera con una densidad poblacional de 4 habitantes por kilómetro lineal es mejor mercado que una de 199.
Juan Bosch ha visto en el colonizador europeo llegado a Norteamérica desde Inglaterra, Irlanda, Escocia y desde la tierra firme europea no española al pequeño artesano que dominaba un oficio y que bajo pretexto religioso huía de los últimos coletazos impositivos del feudalismo, así como de sus onerosos gravámenes en sentido exacto y estricto; en tanto que desde España nos llegaba el brazo a caballo terminado en sable de los grandes capitanes que buscaban oro y plata luego de ocho siglos de lucha contra el árabe. No podían enseñarnos un oficio que ellos mismos no dominaban. No nos vedaron la gloria incierta de ser ejemplo más acabado de Estado moderno, como dijo Marx de EEUU; pero nos dejaron a merced del poder devastador de quienquiera que lo fuera.
Justin Trudeau, a poco de despedirse de Trump en cuya presencia insistió de manera velada y no tan velada en el derecho de Canadá a disentir de EEUU, armó viaje hacia Europa. Piropo bastante para el chovinismo francés lo sería sin duda el encomiable dominio de la lengua de Molière recién reivindicada por Trudeau en rueda de prensa en la Casa Blanca, y segunda lengua oficial de su país. Tan pronto se vio en Berlín elogió el liderazgo de la canciller Ángela Merkel, y en un acierto semántico digno de encomio en cualquier lengua romance la llamó tremenda.
Entre los cientistas sociales que han asimilado conceptos fundamentales del materialismo histórico se habla de capitalismo tardío para referirse al nuestro, al de los países del llamado tercer mundo, a los que no hicieron su acumulación originaria de capitales en los tiempos en que lo hicieron los que hoy forman el por oposición el llamado primer mundo. Hemos recurrido al prefijo tardo- para referirnos a la presente etapa avanzada del capitalismo, y le hemos regalado este párrafo para que no se confunda el capitalismo tardío con el tardo-capitalismo al que hoy aludimos.
En la diferencia productiva entre el filo ecuestre del colonizador español y la fragua al rojo vivo del artesano inglés, bien podríamos encontrar la respuesta histórica de la hosca torpeza del trato dispensado por Trump a Peña Nieto, cabeza de puente éste para llegarle a 625 millones de latinoamericanos; y la marcada cortesía del presidente estadounidense hacia el jefe de gobierno de los 35 millones de canadienses.
Es numerónimo el neologismo español que buscamos, calcado éste de su cognado inglés numeronym, término que la moderna cibernética ha acuñado para referirse a las palabras compuestas de letras y de números. Por el numerónimo G3+1, así como suena, antecedido por un sustantivo común que para entonces ya habrá hecho su entrada triunfal al diccionario de la RAE, se conocerá en un hipotético año que viene el grupo de países que nos espera al doblar la esquina, si tanto yerro y tanta desaprensión no conducen a la humanidad a la autodestrucción.
Si los preindicados yerros y desaprensión nos condujeran a esa última opción que ninguna persona sobria desearía, los últimos sobrevivientes despavoridos del sur de Chile y del norte de Nueva Zelanda sortearían de alguna manera las sórdidas cenizas nucleares de los cráteres del fin del mundo en busca de las manos insensatas que empecinadas y desaprensivas pulsaron los primeros botones rojos que iniciaron su propia incineración. Y los buscarían sólo para revivirlos y carbonizarlos de nuevo como criminales que materializaron el exterminio total de su propia especie.
Esos últimos chilenos y neozelandeses insomnes sin remisión por el escozor abrasivo de sus ulceraciones incurables y que verían en el último instante de su inmisericorde agonía el despegue final de la Luna calcina por los calores terrestres y solares, usarían sin duda los aludes desparramados de los cenizales del satélite de los poetas cuando los hubo para escribir con esas mismas cenizas el anatema terrestre que perseguirá por siempre en los espacios siderales a los guerreros de oficina: ¡TOTALICIDAS!