Por Ángel Garrido
En el año 2010 la arqueóloga china Xu Weihong y su equipo recibieron el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Se les reconocía con dicho premio tanto a Xu como a su equipo el mérito indiscutible de haber descubierto en 1974 cerca de la ciudad china de Xi’an un conjunto de más de 8000 figuras de guerreros y caballos en tamaño natural de arcilla cocida, los cuales serían declarados 13 años más tarde por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
La literalidad de los caracteres chinos del nombre de la ciudad Xi’an se traducen como paz occidental. Ya luego se cambiaría dicho nombre a Chang’an, que significa paz perpetua. En 1943 recuperó la ciudad su antiguo nombre de Xi’an. Pero no son las más de 8000 figuras de soldados y caballos de terracota las que nos han traído hoy a la antiquísima ciudad china de Xi’an sino el hecho de que allí empezó en el siglo I a. C. el fenómeno que se conoce en la historia mundial como Ruta de la Seda. Los chinos tenían el monopolio del preciado tejido y la distribución de la seda llegó a extenderse por toda Asia, por el subcontinente indio, por las tres Arabias: la Feliz, la Pétrea y la Deserta, cuyo adjetivo mantiene su proximidad al latín pero que en español equivale a desértica; se extendió además por Persia, por Turquía y luego por Europa y por África. Es decir, esa fibra natural de origen chino formada por proteínas que provienen de un gusano era antes y poco después de Cristo comercializada en todo el mundo conocido hasta entonces, y nunca se la vendieron a los indios taínos de Quisqueya no por falta de un Cristóbal Colón, sino por la ventura histórica de no haberlo tenido para la época de referencia.
Quien dice Ruta de la Seda, dice primer intento comercial con verdadero ímpetu globalizador. A los patricios romanos les encantó la seda china para sus túnicas otrora de algodón hindú y de lana europea.
Muchos siglos más tarde en pleno Medioevo un aventurero veneciano memorioso y dicharachero conoció en una cárcel de la República de Génova, rival por aquel entonces de su patria veneciana, al escritor Rustichello de Pisa quien recogió en un libro los relatos de Marco Polo. Dicho libro vería la luz bajo el título Il Milione, cuya traducción literal al español sería El millón, pero que se conoció en nuestra lengua con un título que lo aparta de su literalidad italiana: Los viajes de Marco Polo.
Luego surgirían serios cuestionamientos acerca de la veracidad de los relatos de Marco Polo, e incluso acerca de su origen veneciano, sin faltar quien lo sindicara como nacido en una isla del mar Adriático próxima a la costa dálmata de Croacia que se conoce como Korcula y que en español áurico y en italiano se escribe Curzola. La anécdota le parecerá al lector divertida, y ha de serlo sin duda, pero sin embargo es nimia para los fines de este artículo que en este párrafo sólo busca referirse al carácter triangular del comercio que existió a través de la Ruta de la Seda que muchos siglos después de su desaparición dijo haber recorrido, o que tal vez recorriera, un narrador egregio preso en Génova por pretenderse veneciano, hijo y sobrino de diestros mercaderes del Mediterráneo, esposo de mujer que perdió su linaje azul por haberse casado con él, croata o veneciano o ninguna de las dos cosas y fabulador tan convencido de sí mismo al que su propia familia le propusiera en su lecho final que borrara de su libro todo lo que no fuera cierto, y aun próximo a la muerte invirtió en favor suyo el fardo de la prueba: “Sólo he contado parte de lo que vi”, aseveró.
Para lanzarle al lector como en el softball un globito por debajo del brazo con la intención deliberada de facilitarle la acción y el efecto de batear la bola, dígase que la alusión al carácter triangular del comercio a través de la Ruta de la Seda es más gráfico que otra cosa. Es decir, ploteada la ruta sobre el papel engendra la figura de un triángulo, que en el caso que nos ocupa engendraba a su vez otros triángulos intercomunicados.
Historiadores hay que de buena fe creen que el comercio mundial crece siempre sin cesar como si de los círculos concéntricos expansivos de una pedrada en el estanque se tratara. Sí y no. A veces. Porque los factores subjetivos que condicionan el desarrollo objetivo de las fuerzas productivas del mundo juegan a menudo papeles que escapan a la objetividad del desarrollo de dicho comercio.
Si ese comercio mundial en lugar de desarrollarse como se desarrolla se desarrollara como creen los más felices, entonces al impulso de la Ruta de la Seda los mundos Viejo y Nuevo se habrían encontrado entre sí sin vikingos y sin Colón antes que naciera Jesús de Nazaret. No sucedió así porque la Ruta de la Seda se fue a pique de la misma manera que a la caída del Imperio romano escapó de las manos de diestros artistas y artesanos la técnica de la fundición del cobre. La humanidad recuperó siglos después la preciada técnica.
Como si de refundir nueva vez el cobre se hubiera tratado, por ahí vuelven los chinos con la Nueva Ruta de la Seda a ritmo de La llamada de Joan Manuel Serrat, y con el bien sincopado anuncio de que por ahí vienen los morenos, preguntan los chinos por sus barbas, su galera de felpa, su largo bastón, sus lentes y su camisa a rayas.
China propone para la Nueva Ruta de la Seda el más grande plan de inversiones infraestructurales jamás conocido para unir los tres continentes que constituían el mundo historiado la vez aquella del último baluarte del abencerraje en España y de la llegada a América de Cristóbal Colón. Se mencionan con fines de inversiones públicas y privadas la astronómica cifra de 110 mil millones de euros, pero que en el primer decenio de su existencia podría ascender a 26 billones de dólares. Ojo lector que la última cifra viene dada en billones de la escala larga de 12 ceros a la derecha de los dígitos que indican cantidad, que equivalen al trillón anglosajón. A la mente humana le cuesta un trabajo enorme concretar cifras tan elevadas. Dígase entonces para aliviar el parto aritmético que hablamos de invertir en un decenio el producto interior bruto de EEUU durante casi un bienio.
En un mundo como el de hoy en el que cualquier holgazán le ha dado cinco veces la vuelta al mundo, es justo pensar que dentro de 13 siglos, cuando la Nueva Ruta de la Seda consiga su Marco Polo y su Rustichello de Pisa, ya no constituirá hazaña de tipo alguno el haberse recorrido la nueva ruta de punta a punta. Los remedos del siglo XXXIV de Polo y de De Pisa lo contarán todo en un libro postdigital que se proyectará en el acto frente al lector sobre un telepronter intangible con la magia mnemotécnica de sólo evocar el título del libro o el nombre de uno de los autores.
Entonces contarán que los pródromos de la nueva ruta coincidieron con la agonía en Taormina, Sicilia, del grupo de países que se identificaba a sí mismo con el numerólogo G-7. Citarán que Paolo Valentino reportaba desde la cumbre para el diario italiano Il corriere della sera que los siete estaban de acuerdo en no estar de acuerdo: “I sette sono d’accordo di non essere d’accordo”, escribía.
Reseñarán los cronistas del futuro que no podían estarlo los representantes de siete economías del pasado que se pretendían a la cabeza del comercio mundial en medio del fraude histórico de excluir a la por mucho segunda economía mundial que era la china; de excluir a la hindú que era por mucho la séptima en favor de la italiana que era la octava, así como a la brasileña que era novena en favor de la canadiense que era la décima.
El presidente estadounidense Donald Trump es un empresario en cuya mente no cuadran las cifras del actual G-7. La canciller alemana Ángela Merkel entiende tan poco que no la entienda que al término de la cumbre hizo un vehemente llamado a la europeización de Europa: “Ya no podemos contar nunca más con la solidaridad de EEUU”, dijo. Cuando sus socios europeos querían traer a la cumbre el tema de Vladimir Putin, Trump se oponía a rajatablas.
Los europeos propugnan por un mundo de siete con una OTÁN sufragada en un 75% por EE.UU. A Trump le parece un mal negocio en una coyuntura en la cual el recurso de la convencionalidad de la guerra está vedado por la capacidad de respuesta nuclear de Rusia y China, entre las cuales se invierten de manera inusual los papeles en virtud de la herencia dejada a Rusia por la URSS: China, segunda potencia económica del mundo, está en el terreno nuclear muy por detrás de Rusia, que si bien es cierto que sólo tiene un décimo de la población china, en el terreno económico es apenas la duodécima potencia mundial.
Enrolle el lector ese trompo, y rehíleselo en la uña si busca una idea aproximada del mundo en que vivimos.