Por BENEDICT CAREY
Cualesquiera que sean sus otras características, la memoria es confiable como creadora de problemas, especialmente cuando se trata de navegar su acervo de vergüenzas y tropiezos morales. Diez minutos después de haber comenzado una importante entrevista de trabajo y llegan recuerdos de un desastre pasado: el latte derramado, el doloroso intento por hacer uso del humor. En la segunda cita de una relación que parece volverse más cercana… y llegan recuerdos de una pareja anterior que fue abusiva.
El mal momento para recordarlos es una cosa, pero ¿por qué esos sucesos se pueden sumergir dentro de muchos otros malos recuerdos en el cerebro que comienzan a desvanecerse?
Las emociones desempeñan un papel. Escenas, sonidos y sensaciones dejan un rastro neuronal más profundo si generan una fuerte respuesta emocional; esto te ayuda a evitar esas mismas experiencias en el futuro. La memoria te protege al mantener los focos rojos para que los pueda encender de nuevo posteriormente, para guiar tu comportamiento futuro.
No obstante, olvidar también sirve como protección. La mayoría de las personas encuentran una manera de sepultar, o al menos dar nueva forma, a la vasta mayoría de sus peores momentos. ¿Podría ese proceso ser aprovechado u optimizado de alguna manera?
Tal vez. Desde la pasada década, los neurólogos comenzaron a entender cómo se degrada la memoria y cómo ocurre el olvido. Un nuevo estudio, publicado este mes en Journal of Neuroscience, indica que algunas cosas pueden ser intencionalmente relegadas al olvido, aunque el método para hacerlo es ligeramente contraintuitivo.
Desde hace mucho tiempo, olvidar fue visto como un proceso pasivo de decadencia y enemigo del aprendizaje. Pero resulta que olvidar es una habilidad dinámica, crucial para la recuperación de la memoria, la estabilidad mental y el mantener la sensación de identidad del individuo.
Eso es porque recordar es un proceso dinámico. A nivel bioquímico, las memorias no se extraen de un anaquel como videos archivados, sino armados —reconstruidos— por el cerebro.
“Cuando recordamos algo, el acto de recordar activa un proceso bioquímico que puede solidificar y reorganizar la memoria está almacenada”, dijo André Fenton, un neurólogo de la Universidad de Nueva York.
Este proceso puede mejorar, a largo plazo, la precisión de la memoria. Sin embargo, activar una memoria también la vuelve temporalmente frágil y vulnerable al cambio. Es en este paso en el que puede ocurrir el olvido intencional. Consiste menos en borrar que en editar: al revisar cada vez más, volver a enfocar y potencialmente difuminar el incidente central de la memoria.
Olvidar intencionalmente es recordar de manera diferente, a propósito. De manera importante, para científicos y terapeutas, olvidar intencionalmente también puede ser una habilidad que puede ser practicada y deliberadamente fortalecida.
En el nuevo estudio, un equipo encabezado por Tracy Wang, una becaria posdoctoral de Psicología en la Universidad de Texas, campus Austin, sentó a veinticuatro participantes en una máquina de tomografía mientras realizaban una prueba de memoria. Los coautores de Wang fueron Jarrod Lewis-Peacock de la Universidad de Texas y Katerina Placek de la Universidad de Pensilvania.
En el experimento, cada sujeto estudió una serie de alrededor de doscientas imágenes, una mezcla de rostros y escenas, e identificó las caras como masculinas o femeninas y las escenas como en interiores o en exteriores. Cada imagen apareció durante algunos segundos, después desapareció, momento en el que al participante se le solicitó recordarla u olvidarla; después de un desfase de unos segundos, la siguiente imagen apareció. El escáner cerebral se enfocó en la actividad en la corteza ventral medial prefrontal y la corteza somatosensorial, regiones que están especialmente activas cuando una persona enfoca su atención mental en imágenes simples como estas.
Después de que los participantes terminaron, les dieron un breve descanso y después una prueba. Observaron una serie de imágenes —unas que habían visto previamente y unas que no— y calificaron qué tan seguros estaban de haber visto cada una. Obtuvieron buenos puntajes: recordaron entre el 50 y el 60 por ciento de las imágenes que les pidieron recordar y habían olvidado exitosamente alrededor del 40 por ciento de las imágenes que intentaron borrar de la memoria.
Olvidar intencionalmente es recordar de manera diferente, a propósito.
La recompensa llegó con los resultados del escaneo. Cuando la actividad cerebral de un sujeto —una medida de atención mental interna— era especialmente alta o especialmente baja, típicamente correspondía a un intento fallido de olvidar una imagen.
Un esfuerzo concentrado para olvidar una memoria no deseada no ayudó a difuminarla ni el ignorarla mentalmente. En cambio, parece que hubo una combinación ideal —ni muy poca atención mental ni mucha— que permitió que una memoria llegara a la mente y después se desvaneciera, al menos parcialmente, por su propia cuenta. Tienes que recordar, tan solo un poco, para olvidar.
“Esto indica una nueva ruta para olvidar de manera exitosa”, concluyeron los autores. “Para olvidar una memoria, su representación mental debe ser aumentada para detonar el debilitamiento de la memoria”.
“Cuando las personas tuvieron éxito al hacer esto, hubo una caída significativa en la confianza de su capacidad para reconocer imágenes”, dijo Lewis-Peacock. “Ya sea que la intención de una persona sea debilitar memorias como parte de una terapia, o para cambiarlas o vincularlas con otras cosas como parte de la vida cotidiana, este hallazgo habla directamente sobre eso”.
Lili Sahakyan, profesora asociada de Psicología en la Universidad de Illinois, que no estuvo involucrada en la investigación: dijo: “Esta idea de que las memorias tienen que ser fortalecidas antes de que puedan ser debilitadas es sorprendente porque no es la manera en la que suponemos que funciona la memoria. Pero es un hallazgo muy sólido, y le daremos seguimiento”.
La revelación se incorpora a un creciente cuerpo de investigación que arroja dudas a un modelo puramente lineal de olvido, el cual asegura que menos atención mental significa menos recuerdo. Ese modelo parece mantenerse para algunos tipos de memorias; ignorar de manera deliberada es crucial para la estrategia de olvido conocida como supresión.
Otras estrategias no son estrictamente lineales, porque requieren alguna interacción con la memoria. Una es la sustitución: vincular de manera deliberada una memoria no deseada con otros pensamientos, que ayudan a alterar el contenido no deseado cuando es posteriormente recuperado. Por ejemplo, un recuerdo humillante podría ser desvanecido al enfocarse menos en la sensación de vergüenza y más en los amigos que ofrecieron apoyo posteriormente.
Los científicos todavía no han descifrado qué estrategias son las mejores para tipos particulares de memorias no deseadas. Pero cualquier entendimiento más claro sería un regalo para los terapeutas que trabajan con personas con memorias incapacitantes de trauma, de vergüenza o de abandono. Dichas memorias no se desvanecen; permanecen, ya sea como recuerdos vívidos o como fuentes subconscientes o parcialmente conscientes de miedo y desesperación. La labor de un terapeuta es guiar al paciente de regreso a través de estas memorias de una manera que le reste poder a su efecto, en vez de reforzarlo —un proceso arriesgado y a menudo doloroso—.
Lewis-Peacock dijo que su laboratorio está buscando usar retroalimentación neuronal en tiempo real para conducir a las personas que intentan desvanecer una memoria a un estado mental sugerido por el nuevo estudio: moderar la interacción con la memoria, ni demasiada ni muy poca.
“Tenemos la esperanza de que puedan usar eso para decir: ‘Piensa más’ o ‘Piensa menos’, para ponerse a sí mismos en ese estado mental ideal”, dijo.