Derrotas inmerecidas

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POR GUIDO GÓMEZ MAZARA

En la historia de los pueblos, interpretar las señales del tiempo coloca en contexto la razón y origen de nuestras tragedias. Así, el curso de los acontecimientos nos coloca en la ruta de la actuación correcta en capacidad de detener, desde sus inicios, las manifestaciones del derrumbe institucional que nos espera, y haciéndolo con un altísimo sentido de responsabilidad ciudadana tendremos la posibilidad de evitar daños de catastróficas consecuencias.

Las fuerzas conservadoras que actuaron en la orquestación de toda la conspiración de septiembre de 1963, consiguieron el objetivo de desplazar a Juan Bosch de la presidencia.

Ahora bien, el carro de la historia democrática se detuvo inmisericordemente y retardó procesos llamados a transformar la sociedad. Cuando la fuerza de los votos señaló el camino del cambio en 1978, retener la mayoría senatorial sobre triquiñuelas y tecnicismos jurídicos mantuvo en manos politiqueras la sana administración de la justicia y se cerró el camino de sanciones penales anheladas por los sectores progresistas.

Podría reputarse de masoquismo, pero la cuota de dolor y estremecimiento provocan una reorientación del rumbo de las organizaciones políticas en capacidad de representar los cambios que demanda la sociedad. Con posterioridad al ajusticiamiento de Trujillo, aunque fundado en el exilio en 1939, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) sirvió de correa de transmisión al deseo libertario de amplísimos núcleos que entendían la urgencia de edificar instituciones plurales y abrir las compuertas de la democracia. Un legado a preservar. En ese mismo orden, la perturbadora convivencia de José Francisco Peña Gómez y Juan Bosch en una misma organización creó el ambiente para la salida del expresidente y la inmediata estructuración de su plataforma partidaria: el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

Tanto Juan Bosch como José Francisco Peña Gómez asumían la política con un profundo sentido de la historia, y sus actuaciones han sido y serán materia de análisis porque en su noción de trascendencia cuidaban el juicio que respecto de ellos interpretaran las futuras generaciones. Por eso, en la jurisprudencia de hábitos “normales” de los nuevos exponentes del sistema de partidos no guardan relación con los parámetros de las figuras legendarias y referenciales que, si bien es cierto interactuaron en otra época, nunca sus conductas se caracterizaron por el amor al dinero, la ausencia de contenido en sus mensajes y su escaso sentido de la historia.

Si la obra partidaria de mayor importancia de José Francisco Peña Gómez ha sido el PRD, tengo la impresión de que un coloso de su dimensión se sentiría derrotado ante la tragedia de un instrumento que significó para él y una gran parte de su generación: sangre, exilio, prisión, persecución y muerte.

Un paralelismo podría servirle como anillo al dedo a Juan Bosch que, inspirado en darle continuidad a la obra del patricio Juan Pablo Duarte, construye en 1973 el PLD. Y en el más allá, debe observar el colapso ideológico-ético con tintes de insuficiencia retratado en una propuesta de aspiración presidencial sustentada en el dinero público y afán de blindaje judicial con posterioridad a agosto/2020.

La administración de las siglas del PRD en manos de Vargas Maldonado como la propuesta de aspiración presidencial de Gonzalo Castillo ponen de manifiesto el descalabro y pobreza de la clase política. Ambos, no tienen la menor posibilidad de aprobar con éxito los parámetros fundamentales que toda sociedad exige a un dirigente del siglo 21. De ahí, las “derrotas inmerecidas” del PRD y PLD porque el juicio de la historia tendrá que emitir sentencias desfavorables al régimen de complicidades en capacidad de tolerar semejante barbaridad.

Nadie le entrega a Drácula la supervisión de un banco de sangre. Resulta perturbador para un padre aceptar las tendencias violentas del compañero sentimental de su hija. Corre un riesgo incalculable el que sube a un vehículo conducido por un borracho. Llamaría profundamente la atención, la posibilidad de operarse de corazón abierto con un médico no especialista.