Las canciones de la Orquesta Aragón hoy día preservan una indiscutible vigencia por la esmerada elegancia y el exquisito gusto con que han sido concebidas
CUBA.- Cuando una nación enaltece la riqueza musical que contribuye a su crecimiento espiritual, estamos ante un suceso cultural que se extiende mucho más allá de la cotidiana celebración de las correspondientes efemérides.
Si hace tan solo semanas honramos al Benny Moré en el centenario de su natalicio, al igual que los 50 de Los Van Van o el cuarto de siglo de Adalberto Álvarez y su Son, a esta carga de semejante diversidad con alto rango artístico se suma el homenaje a La Charanga Eterna, la octogenaria Orquesta Aragón.
Nadie se atrevería, ni siquiera a pensar, que tal reconocimiento al legado vivo de esta afamada agrupación implica nada más que una dosis circunstancial de respetuosa nostalgia por los éxitos de antaño.
Creerlo sería pecar de una peligrosa ingenuidad que nos pudiera impedir el hecho de ratificar la perdurabilidad del profundo entramado de las raíces mismas de nuestra música.
Escuchar canciones de la Orquesta Aragón como El baile del suavito, Naranjo y Lucas o El Cuini tiene bandera, representan la avanzada de decenas y decenas de títulos de donde escoger que, si en su momento alcanzaron una notable popularidad, hoy día preservan una indiscutible vigencia por la esmerada elegancia y el exquisito gusto con que han sido concebidas.
Es que, con la obra de esta entrañable orquesta, se pone de manifiesto lo que habitualmente sucede como consecuencia del desempeño profesional de grandes músicos cubanos.
No estamos hablando de acentuar solamente el valor que traen consigo las emblemáticas piezas de la Aragón, al convertirse en canciones imprescindibles para la memoria afectiva, sino que a través de ellas saboreamos las esencias de un sello de identidad que aparece impregnado en el orgullo de ser cubanos.
Como en pocas ocasiones, con la Orquesta Aragón tenemos el privilegio inédito de poder ver la música que interpretan para nosotros, de sentirnos sumamente felices al descifrar, con admiración y respeto, el misterio del encantamiento que la distingue.
Por tales razones, al imponerse como explícito símbolo todo lo que encierra la síntesis de quienes pintaron en una acera del municipio santiaguero de San Luis la frase «¡Van Van es Cuba!», también de la Aragón podemos argumentar otro tanto, porque se trata de una condición similar que, por medio de su sabiduría natural, el pueblo solo la otorga a quienes se han merecido tan honroso calificativo.