Alicia Alonso ha sido un ser especial, tocado por lo divino. No tiene alas y vuela, tiene la fuerza de un huracán cuando cruza la escena, sus pies son libélulas que revolotean los escenarios, su temple es de acero, y su pasión, su amor por la danza, la vida y los demás es una llama, como su ejemplo en este tiempo
POR TONY PIñERA
LA HABANA.- Hay días, hay momentos que uno no quisiera llegaran nunca. Pero son parte de la vida.
Alicia Alonso ha sido un ser especial, tocado por lo divino. No tiene alas y vuela, tiene la fuerza de un huracán cuando cruza la escena, sus pies son libélulas que revolotean los escenarios, su temple es de acero, y su pasión, su amor por la danza, la vida y los demás es una llama, como su ejemplo en este tiempo. Cuando bailaba era un volcán en pleno ascenso, y su lava –arte del bueno– calentaba los corazones del lado del aplauso en ese breve, pero seductor y atractivo instante en que nos llenaba los interiores de un hálito que venía de otra dimensión. Quizá, de un lugar lejano y extraño que solo ella visitaba cuando desandaba las tablas, siendo ella y muchas otras criaturas que habitaban su ser. Al pasar, las entregaba de mil y una formas, para retener ese momento en la eternidad.
Por eso ha sido y será siempre inspiración de poetas, coreógrafos, músicos, escritores, críticos, bailarines, artistas de la plástica, periodistas, amigos… Y está multiplicada en el tiempo en todas las artes que le han dedicado muchas obras. En la magia de la creación regresa la intensa bailarina que está hecha de cuatro elementos: aire, porque nos llega como brisa fresca o como ciclón; agua, que nutre de alimento los adentros para seguir el camino; tierra, porque cree en la eternidad de las cosas que valen y nos ha entregado muchos frutos; y fuego, desde las mismas entrañas, con llamas que exhala repleta de pasión, ímpetu, convicción, firmeza… y tantos otros sustantivos como sentimientos crucen por el lenguaje verbal, danzario, pictórico.
Qué decir de ese instante supremo de felicidad cuando uno cree ver el aire mismo; ante el desafío del artista con la escena, cuando logra derrumbar, sin apenas una huella, las paredes del teatro, para alzarse con la vida obviando teorías biológicas y del tiempo. Qué decir de todo esto, que tanto sentir reclama palabras. Alicia bailando tanto… Sorprender. He aquí el verbo que audazmente esgrime siempre, dejando en el tiempo la huella fértil de su genio y su sensibilidad, la poesía de sus movimientos, cosiéndonos recuerdos… De Giselle a Odile, de Carmen a Lissette, de Yocasta a la Diva… ahí está el genio corporeizado de Alicia, quien, por su arte y atractivo carisma fisonómico, con ritmo de música y contorsiones telúricas, encabezó en el tiempo en calidad de personaje y símbolo la diversificada interpretación artística visual nuestra.
Alicia es ella y ese otro ser que vibra en la escena. Y una vez más nos sorprende. En ella yace el mágico verbo que conjuga su presencia. Viste personajes, pero es Alicia, con su ánimo divino, la que los mueve a su forma. Verla bailar es poner en juego todo el ánimo que convoquen los sentidos. Ella es una mujer que porta en sí muchos destinos. Es símbolo de esta Isla. La Alicia de muchos quilates, que encandila las miradas y el alma, está aquí. Es la impronta de la diva, la estrella de mucha luz, la Prima Ballerina Assoluta que convoca a esos dioses que la animan en cada acto de su vida. Alicia, no hay duda, es el viento que no se detiene. Por eso cruza por nosotros y otros en el tiempo, como algo infinito, como estas obras que la dejan ver más allá de su imagen, hecha pueblo.
Para captar a Alicia, ya sea en foto, cine, dibujo, pintura, ballet, teatro… hay que acudir a la magia, porque ella es la danza y la danza es movimiento, y el movimiento es muy difícil de atrapar. Pero hay más, ella no es lo que se ve a simple vista, sino la artista que lleva adentro, esa que sale, como transformada en espíritu cuando toca la escena.
En ese mágico espacio de las tablas dejó eternos instantes. Theophile Gautier solía afirmar que las principales virtudes de una gran bailarina eran la «sensibilidad, la pasión, el entusiasmo, el alma demasiado prodigada». El «elán», decía, es virtud principal de todas las grandes de la danza. Nuestra Alicia también posee ese hálito de misterio, esa condición irradiante, ese algo más tan difícil de definir. Y no solo en la escena, donde todo el mundo ha tenido la ocasión de comprobarlo. Sino en la vida cotidiana, como ser humano, como mujer, que es quizá, la tarea y el rol más difícil de interpretar. Pues en ella no solo tenemos la cristalización de toda la danza concurrente y remodelada en nuestra historia y cultura, y a una de las más personales y señeras bailarinas de los escenarios de la humanidad, sino a una mujer identificada con los destinos de un pueblo, amén de constituir una de las imágenes de la realidad y del arte que han colaborado en la formación de una poética variada de la cultura nacional.
A Alicia, nuestra Alicia, los agradecidos, que somos muchos, la llamamos también Madre, porque a veces cuando uno no conoce a la persona, no dialoga, o convive, trabaja, crea y pasa horas, días, semanas, meses y años junto a ella, no la puede calibrar, como tuve la oportunidad de hacerlo durante cerca de 40 largos años. Alicia es un ser extraordinario, palabra que en este contexto lleva bordados otros significados, como pueden ser mágica, creadora, fuerte, pasional, eterna, inteligente, y humana en mayúsculas. Alicia siempre ha sido ella, y los otros, porque ha vivido pendiente de la vida, del sentir de todos aquellos que la han rodeado en las tablas, la escuela y más allá de esas fronteras. Nada humano le ha sido ajeno…
En una entrevista, cuando le pregunté a Alicia si era la danza, me dijo: «Al menos es mi vida. Es que tiene una magia que es el dominio del ser humano de su cuerpo, y lo más importante, la conversación con el público, con esa masa de gente que está ahí frente a uno, esperando. Eso es como entrar al mundo de la magia». Por eso, ella emerge real, espontánea, pura, como la danza, alcanzando con su baile un sitio seguro en la eternidad.
Alicia, la de las maravillas danzarias, seguirá a partir de este día nefasto de octubre, bailando eternamente, para nosotros, transformada en una legión de bailarines que llevan su impronta cubana y universal. De su pueblo, agradecido, al que entregó su más bella obra, junto a Fernando y Alberto: el Ballet Nacional de Cuba, recibirá siempre las sonoras ovaciones, flores y su más sincero cariño.