Por Rolando Pérez Betancourt*
Presentado durante el último Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y próximo a ser exhibido, Los dos Papas (Fernando Meirelles, 2019) clasifica entre los filmes más polémicos del último año.
¿Cómo contar una historia cuyos protagonistas son los Papas Benedicto XVI y su sucesor, el Papa Francisco, líderes de la iglesia católica, con estilos de vida y maneras de pensar diferentes en no pocos aspectos, y lo más difícil, ¿de qué manera reconstruir en diálogos, dramatismos y hasta humoradas los momentos en que ambos eclesiásticos, conversando a solas, se confiaron lo humano y lo divino?
Lo primero a tener en cuenta es el predominio de la ficción en Los dos Papas, al punto de inventarse hechos y situaciones no acontecidos, las consabidas licencias de creación que permiten reelaborar realidades en busca de una verdad artística otra, aunque tanto el director del filme como su guionista, Anthony McCarten(Bohemian Rhapsody), hayan declarado que las fuentes para alimentar la imaginación fueron vastas y probadas.
El resultado es un producto artístico tan admirable como propenso a críticas, y en este último aspecto han cargado las tintas nombres de la iglesia católica, prestos a señalar que el Papa Francisco sobresale en el filme en inteligencia y ternura por sobre Benedicto XVI, que es presentado como un ser calculador y poco simpático, principalmente en la primera mitad del metraje.
Lo anterior resalta, en el punto de vista de los realizadores, nada dados a ocultar su interés en el cardenal Jorge Bergoglio a partir de que en 2005 su nombre sale a relucir en la votación para elegir al nuevo dignatario de la iglesia, tras el fallecimiento de Juan Pablo II, cónclave que elige a Benedicto XVI y escenas todas magníficamente ambientadas, como otras que reconstruyen estancias en el palacio del Vaticano y de la Capìlla Sixtina.
Más allá de las polémicas acerca de lo que ocurrió o no en la vida real, de lo que aparece en el filme, o fue velado, el gran triunfo de la película se basa en las actuaciones de Anthony Hopkins, como el papa alemán, y Jonathan Pryce, en la piel del cardenal argentino, este último con un parecido extraordinario con el personaje real. Actuaciones amparadas en sólidos diálogos que terminan por cautivar al espectador desde una argucia conflictiva no pocas veces explotada en el cine, la de dos personalidades diferentes, el agua y el aceite, que a partir de un primer acercamiento ríspido van encontrando puntos en común que les permiten pasar a planos mayores del entendimiento.
El duelo entre Hopkins y Pryce vale el filme con un punto extra en favor del primero, capaz de otorgarle una cordial transformación al conservador Papa alemán, siempre dentro del aire sentimental que envuelve una historia concebida para todos los públicos y que no sobrepasa ciertos límites de contención en cuanto a entrarle de lleno a las causas que motivaron la renuncia del Papa Ratzinger, a quien se le atribuyen en el filme estados anímicos motivados por conflictos de fe, lo que también han criticado personalidades de la Iglesia, empeñadas en simplificar la entrega de Meirelles como la historia de «un Papa bueno y un Papa malo».
Los escándalos de pedofilia que sacudieron a la institución bajo el mandato de Benedicto xvi y otros asuntos escabrosos no se pasan por alto, pero tampoco son abordados con profundidad, e incluso, en un momento íntimo en que el Papa alemán le habla al oído al cardenal argentino, hay que adivinar la trascendencia de lo que le está diciendo al respecto.
Los dos Papas se ocupa también de recrear el pasado de Bergoglio, atribuyéndole una novia, ya de adulto, que según sus biógrafos nunca existió, y menos con un matrimonio a punto de consumarse, y recrea el conflicto vivido por el sacerdote durante la dictadura militar, años en que –según confesión propia– su posición fue salvar a cuanta víctima pudo, pero se le reprochó no enfrentar con vigor a los golpistas, lo que posteriormente motivaría una remoción de cargo por parte de sus superiores. También se recrea el momento en que el joven se sintió un elegido y acudió al llamado de la fe, convencido en convertirse en sacerdote.
Esta inmersión en el pasado del futuro Papa resulta reveladora, a pesar de romper la narrativa intimista que se venía transitando, pero contrasta con la nula atención que se le presta al Papa alemán en lo concerniente a rastrear en sus años mozos.
Un filme, Los dos Papas, de nobles intenciones y agradable de ver, diestro en superar con creces el reto artístico de apoyarse esencialmente en la conversación entre dos hombres, cinta que no teme ponerle punto final a la historia recurriendo a las fórmulas de un happy end, pero que deja al discernimiento de los espectadores cuanto no tenía en sus propósitos enfocar.
- Tomado de Granma – 26 de enero, 2020