Por Dagoberto Tejeda Ortiz
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Al inicio de la década de los 80, se llevó a cabo un proceso de revalorización de la medicina social en el país y en América Latina. El objetivo central de esta investigación, radicó en el interés por redefinir la relación entre salud y sociedad, en la visión y en la definición de que la concepción de salud, era no solamente la ausencia de enfermedad, sino un espacio de bienestar social, global, que tenía que ver con los conocimientos, el saber y las prácticas culturales, insertadas racionalmente en un sistema político-económico-social determinado.
En esos momentos, cuando asomaba con fuerza descomunal el fantasma de la globalización neoliberal del capitalismo, cuando se proclamaba con más énfasis la conceptualización clínica-biologista de la salud; cuando la industria farmacéutica se afianzaba como el gran monstruo devorador, en un sistema mercantilizado, donde el campo de la salud era tan solo mercancía y la medicina un modelo de comercio deshumanizado en la lógica del lucro del capital.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), cuando todavía era centro crítico con cierta independencia, convocó una reunión mundial en Almata, Rusia, para la discusión de los gobiernos sobre la definición de la relación de salud y sociedad a nivel mundial. Tres de las recomendaciones más importantes e innovadoras de este encuentro fueron:
Primero. El reconocimiento y la necesidad de insertar los conocimientos y las “técnicas milenarias o ancestrales” de la medicina tradicional, en los sistemas oficiales de salud.
Segundo. La definición de los diversos niveles de atención en salud demandados por la racionalidad científica, por las comunidades y la sociedad en general.
Tercero. Legitimar la importancia de la Atención Primaria y junto a ella, integrar la participación de las poblaciones en las estructuras comunitarias, en las acciones permanentes institucionales de las políticas públicas de salud.
Estas sabias recomendaciones, en los países neoliberales quedaron tan solo en pronunciamientos, heroicos ensayos gubernamentales marginales y en intentos académicos de algunas universidades, (capitulo en dominicana que será posteriormente analizado), mientras trataba de implementarse en los países socialistas de aquel entonces.
En esta misma década, en una reunión sobre salud y sociedad convocada por la Oficina Panamericana de la Salud (OPS) en la Habana, Cuba, compartimos, entre otros participantes, con un Vice-ministro de Salud de Vietnam quien todavía mantenía la euforia de la victoria contra el ejército más poderoso del mundo, el cual sucumbió frente a este heroico pueblo. Según algunos analistas, hubo una pérdida de más de un millón de soldados norteamericanos, en una de las guerras más crueles y violentas de la humanidad.
Pero ¿Cómo pudo un país pobre, pero rebelde, acorralado, ocupado por fuerzas enemigas, por un ejército invasor, dar respuestas a sus problemas de salud-enfermedad sin la existencia de una industria de salud? ¿Cómo pudieron los vietnamitas preservar su ejército popular, el Vietcong, en plena guerra con estas limitaciones? ¿Cómo lograron dar respuestas efectivas a los problemas de salud-enfermedad de su pueblo, en una guerra cruel y despiadada que duró 20 años?
Nos comentaba el Viceministro de salud en esa reunión (al tiempo que nos mostraba productos o resultados originales de ese proceso), que la primera decisión que adoptaron, fue la de reunir a los pocos médicos disponibles, con las personas de más edad, portadores del conocimiento de la medicina tradicional en las comunidades, además de convocar a los (as) curanderos (as) de sus aldeas y sus poblados.
De aquellos invaluables intercambios de experiencias, los médicos recogieron todas y cada una de las informaciones más relevantes de estos ancianos, verdaderos archivos vivientes, así como de los curanderos (en donde residía el saber popular) que les enseñaron el cómo y el con qué, las personas de más edad (carentes de recursos económicos y servicios médicos), curaban cada una de las enfermedades familiares y de la comunidad.
Estos profesionales de la salud fueron enviados al Instituto Pasteur, en Francia, el centro de investigación de microbiología más importante de Europa y allí verificaron y analizaron las propuestas del saber popular desde la óptica de la ciencia y la tecnología occidental de la salud, logrando incluso, la racionalización del uso, así como de las dosificaciones de los remedios (medicamentos) encontrados, logrando así revalorizarlos para sus curaciones. ¡Gracias a eso, los vietnamitas sobrevivieron y vencieron!
Cuando finalmente triunfó la revolución, a pesar de quedar un país destrozado, afortunadamente, estos conocimientos no se perdieron, muy por el contrario, adquirieron gran valor. Diseñaron programas para su implementación y en las escuelas, organizaron sembradíos de las principales plantas medicinales que fueron parte de su victoria, concientizando a profesores y estudiantes de la importancia de estos cultivos.
Como parte de dichos programas, en las escuelas se asignaban espacios de interacción para que los técnicos de salud, los estudiantes y los profesores participaran de ejercicios prácticos, en los cuales involucraban tanto a los padres como a las personas voluntarias de la comunidad. Los domingos, se realizaban, (con la asesoría de los técnicos autorizados) talleres para la elaboración de medicamentos de estas plantas. Gran parte de los medicamentos producidos por estos quipos de trabajo, tenían como destino los centros comunitarios de salud para su justa distribución en la población necesitada.
De esta manera, además de los múltiples beneficios a un sistema de salud, abierto y democratizado, se permitía la oportunidad para adquirirse los conocimientos necesarios, para que todo el mundo sembrara y cosechara estas plantas en el patio de su casa.
A estas actividades populares, en donde se describían e identificaban las propiedades de las plantas y cómo utilizarlas, se le sumaban las enseñanzas de las técnicas milenarias como la acupuntura y la iridiología, para los diagnósticos personales y la cura de sus problemas de enfermedad.
Otro aspecto importante que se sumó, fue el tema de las dietas alimenticias, las comidas equilibradas en función de los insumos de los cuales disponían, como pieza fundamental para lograr el equilibrio y la salud total. Se implementó además, la práctica de la meditación, como variable fundamental para mantener la salud mental, emocional y espiritual de la comunidad.