POR VIANCO MARTINEZ
Santo Domingo, RD.- Pasó la mitad de los Doce Años de gobiernos de Balaguer en las cárceles, y una mañana de enero de 1992 fue a verlo a “su” Palacio.
Eran dos seres antagónicos a los que la vida puso en caminos distintos. Él había comandado tropas en la Guerra de Abril y era heredero de las ideas de Manolo Tavárez Justo, el gran líder revolucionario del siglo XX; Balaguer era un adlátere de Trujillo, el peor tirano de América; él había luchado desde muchacho contra toda forma de despotismo; Balaguer era el comandante de todas las devastaciones políticas y sociales de los últimos tiempos y en sus mandatos fueron asesinados, encarcelados, desterrados y desaparecidos muchos de sus camaradas.
Ambos tenían encima las marcas de la historia y ese día se vieron de frente en “su” Palacio y se miraron a los ojos.
“Yo fui a llevarle a Balaguer la propuesta de refundar la república, que estaba contenida en el libro homónimo, un documento resultante del análisis de la coyuntura política y social del momento”, dice Rafael –Fafa- Taveras; un libro que ya les había entregado a los rectores de las universidades, a todos los partidos, a José Francisco Peña Gómez y a otros líderes nacionales”.
El libro hablaba de una república demorada en las penurias institucionales y proponía soluciones. En el encuentro le acompañaba el empresario Manuel Lara.
Balaguer era un hombre diminuto y letal que no perdonaba a sus adversarios; pragmático hasta la frialdad y que sabía esperar. “Lo estaba esperando”, dijo Fafa que le dijo Balaguer.
Tras recibir el libro y escuchar la exposición de Taveras, el mandatario, según su relato, le ofreció un alto puesto en su gobierno. “Yo estoy planteándole mis ideas sobre los temas del libro y cuando terminé me preguntó: ¿Qué Secretaría quiere usted para que eche a andar ese proyecto?”
Fafa dice que le respondió negativamente la propuesta a Balaguer, pero le expresó su interés en que le diera su colaboración en la implementación de sus ideas.
“Mire doctor –dice que le dijo- si yo salgo de aquí con una Secretaría voy a hacer como todos los negociantes de la política. ¡Y cómo le digo a la gente que yo vengo a traerle un libro a usted y que usted me dio una Secretaría y yo la cogí! Yo no puedo. Usted puede cooperar conmigo sin yo tener que hacer eso”.
Fafa Taveras recuerda que ese día, a su llegada al antedespacho presidencial, había muchas personas esperando para ver al Presidente -del Partido Reformista, del empresariado y de otros sectores-. Pero cuando le dijeron que su ex prisionero estaba ahí, lo mandó a entrar de inmediato, sin hacerlo esperar.
“Me dijo: oiga, me gustó su disposición de venir a hablar conmigo porque hay gente muy primitiva que las diferencias las convierten en rencor y en obstáculos en vez de acercarse a ver cómo podemos hacer los arreglos de las cosas”.
También le dijo que en la nación dominicana había un déficit de previsión y que la política no está hecha de ilusiones. “Me dice Ay Fafa, la política es un problema de realidades, las ilusiones pueden ser lo más valiosa del mundo, pero no logran mover una piedra”.
Un hombre de la historia
Rafael –Fafa- Taveras es un hombre de la historia. Se enfrentó a Trujillo, a Balaguer, al Consejo de Estado, al Triunvirato, a los remanentes de la dictadura y al imperio más poderoso de la tierra. Fue dirigente del 14 de Junio, del Movimiento Popular Dominicano (MPD), del Bloque Socialista y del Núcleo Comunista de los Trabajadores. Y en la lista de ochenta y tres supuestos comunistas infiltrados en la Guerra de Abril que hizo el Gobierno de los Estados Unidos para justificar su intervención militar en 1965, lo puso en el número setenta y nueve.
Es parte de una generación que decidió morir de pie antes que vivir de rodillas, que no barajó pleito, que escribió con sangre su historia y que tuvo el mérito de ir al cadalso sonriendo.
De sus manos han salido varios libros, incluyendo La revolución inminente, Detrás de las rejas y Refundar la república. Sobre él ha llovido la historia, y si la vida se lo permite, tiene en mente escribir sus memorias.
Ya cumplió 82 años y está dedicado a sus programas de radio y televisión y a atender los retos que le trae la salud en el invierno de su existencia. Ya no está con él su compañera de siempre, Magaly Pineda, aquella capitaleña risueña que siempre voló con él por los mismos cielos y que seguramente le enseñó un nuevo lenguaje para comunicarse con la vida.
Balaguer lo metió preso en tres ocasiones, lo persiguió, le fabricó varios de los expedientes que sus maleables funcionarios judiciales preparaban a los opositores, lo cual era una práctica común en sus mandatos autoritarios.
Guardó prisión de enero a junio de 1969, el mismo año en que las autoridades militares de Balaguer desaparecieron en Dajabón a Henry Segarra, uno de sus compañeros; y de 1970 a 1975, un periodo particularmente sangriento que cerró con el asesinato del periodista Orlando Martínez en plena vía pública.
A pocos días de su liberación, fue detenido de nuevo por cuarenta y dos días más. “Esa vez –recuerda el ex prisionero de Balaguer- yo estaba trabajando la táctica del MPD de lo mejor al campo y me agarraron en Baní. Yo andaba clandestino y me estaba moviendo con Manfredo Casado Villar en los campos de Ocoa”.
Medio en serio, medio en broma, Fafa Taveras observa que se llevó el dudoso mérito de ver abrir y cerrar una cárcel. “Yo tengo un mérito insólito porque el único que ha inaugurado una cárcel y la visto desaparecer soy yo; yo fui el primer prisionero en la cárcel preventiva del ensanche La Fe”. El segundo fue José Israel Cuello.
En sus días de encierro, Fafa creó, junto a otros presos políticos, un periódico escrito a mano que puso a circular en la Penitenciaría Nacional de La Victoria. En esos días también participó en los preparativos de una sublevación de prisioneros.
El día que salió de la cárcel, después de su más largo encierro, Fafa Taveras fue directo a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), que era la retaguardia de la izquierda revolucionaria, y allí, en el descampado de la Facultad de Ingeniería, en presencia de una multitud de fervorosos estudiantes y activistas políticos, pronunció un encendido discurso, con palabras prohibidas que aún retumban en esa generación de luchadores:
“Hoy todo estudiante de vergüenza tiene que ser revolucionario, y tiene que ser revolucionario porque la sociedad ya no da más y tiene que levantarse sobre su propio cadáver moral. Yo conocí la ciudad del Jefe (Trujilo), ahora me toca conocer la ciudad del Doctor (Balaguer) en la conciencia de que hay que saber la montaña de cadáveres que costó construirla”.
Once años después, Taveras escribió un libro, en un lenguaje altamente poético, para contar su experiencia carcelaria: Detrás de las rejas (Ediciones Bloque Socialista). Lo dedicó a varios de sus compañeros y amigos muertos a manos de las fuerzas del gobierno de Balaguer: Otto Morales, Tito Montes, Amín Abel y Francisco Alberto Caamaño; a Maximiliano Gómez (El Moreno), asesinado en Bruselas, y a los periodistas abatidos por el régimen Gregorio García Castro (Goyito) y Orlando Martínez.
En él escribió: “A veces no quisiera hablar de la cárcel. Pero la cárcel es un dolor continuo. Sin tregua. (…) Uno quisiera quitarse de encima esta presencia, sacarle el cuerpo a la prisión y hablar siempre de otras cosas. La vida, la lucha, la realidad y los sueños se conjugan aquí, reuniéndose en espesa angustia y rodeándonos. La cárcel es una red”.
“Cinco años lejos de mi puesto; lejos de mi lugar en el seno del pueblo. Cinco años con las manos políticas ociosas. Cinco años lejos del taller de la lucha viva y cotidiana. Cinco años, salpicados de tragedia dentro y fuera, sabiendo las duras ausencias que me esperan mientras me voy haciendo viejo”.
Y prosigue: “Yo he tenido 502 visitas en esos cinco años. Indefectiblemente, en las ventanas las he visto llegar y despedirse –cuando he tenido ventana- porque a veces solo podemos presentirlas. Por los pases y el tiempo sabemos la distancia; por el rostro, la agonía. Ellos, la mujer y los hijos, la hermana, la suegra, la cuñada, la amiga, la vieja vecina que siempre nos recuerda, la compañera; de vez en cuando vienen con sonrisa ajena”.
En la obra recuerda el día que lo metieron en una celda solitaria y lo desnudaron. “Esa costumbre de desnudar a los presos es un rito. De repente, uno se siente empequeñecido y comienza a sentir la humillación”.
Y una reflexión profunda en la página 53: “Aquí los prisioneros solamente estamos dentro de la cárcel, afuera los familiares tienen la cárcel dentro”.
A pesar de esa ordalía a la que lo sometió Balaguer, él fue a verlo esa mañana de enero de 1992. Sin rencores y sin resentimientos. Mucha gente no entendió esa visita, especialmente muchos de sus viejos camaradas. Pero hoy, veintiocho años después, él la defiende a capa y espada.
“Yo no vi a Balaguer como un enemigo, y menos como un enemigo personal, sino como un representante de los lineamientos más oscuros y conservadores que ha regido la sociedad dominicana desde su nacimiento”.
En su opinión, el caudillo reformista fue el resultado de la realidad dominicana, igual que Trujillo. “Y la historia –precisa- tendrá que verlo como el modelo del ejercicio de la política a tono con el desarrollo histórico de la conciencia política dominicana”.
Añade: “La vida me ha dado una lección que yo le vivo diciendo a la gente, y es que el rencor es un arma muy mala, tanto para el que la lleva como para el que la sufre. La política no es eso, y a mí eso me ha ayudado en mi forma de ser y a vivir mi vida tranquilamente y sin rencores”.
Hoy, entre un café y otro, en medio de una conversación llena de recuerdos sentidos y evocaciones, seducido por la magia de una mañana de marzo que aprendió a reír entre los pinos que luchan contra el cemento de su urbanización, llega con el viento una pregunta obligada:
-¿Balaguer no le pidió excusas por meterlo preso?
-No, no hablamos nada de eso. Después me enteré que uno de sus colaboradores le dijo: doctor, pero ese hombre ha sido su prisionero. Solo eso.
Al final de la reunión, el Presidente le pidió que posaran ante las cámaras. “El hecho es que cuando terminamos está todo el mundo ahí esperando. Llegaron los periodistas y Balaguer me dijo: Démonos la mano para que ellos vean que nosotros no estábamos peleando”.
Dos años después, Fafa Taveras se volvió a encontrar con él en medio de la crisis electoral de 1994 provocada por las dudosas deficiencias de la Junta Central Electoral (JCE) y por las sospechas de un fraude orquestado por Balaguer en perjuicio del candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Estaba acompañado de Peña Gómez y Héctor Aristy, dos nombres que al Presidente Balaguer le provocaban urticaria.
“En la crisis del 1994 -cuenta Taveras- Peña Gómez me dice que él quería que Héctor Aristy y yo lo acompañáramos al encuentro con Balaguer, donde se iba a firmar un acuerdo. Cuando estamos ahí se hace el acuerdo y se dice todo; yo doy la vuelta y le digo: Doctor, vainas de la vida, yo estoy asistiendo a esta culminación de su práctica política. Y me dice él: Fafa, uno nunca sabe cuál es el destino de las cosas”.
Luego de eso la figura del caudillo siguió gravitando por seis años más en la vida de la nación.
Caonabo Reynoso, jefe del Servicio Secreto
Fafa Taveras está pensando escribir sus memorias, y cuando lo haga contará en detalles algo que lleva guardado entre sus más curiosos recuerdos, y que tiene que ver con el coronel Caonabo Reynoso Castillo, el jefe del Servicio Secreto, que era la policía política de Balaguer.
Reynoso Castillo era oficial de la Policía cuando los constitucionalistas, en medio de la guerra constitucionalista, tomaron la fortaleza Ozama el 29 de abril de 1965 y, luego de ser capturado junto a veintiséis agentes más, trató de escaparse vestido de mujer. Fafa estaba al mando de una columna de combatientes del 14 de Junio que custodiaba los prisioneros y dice que intervino a favor del oficial cuando sus compañeros empezaron a burlarse de él.
“Diez años después -agrega-, en 1975, yo salgo de cumplir cinco años de cárcel, y a los diecinueve o quince días llega esa ofensiva del Servicio Secreto y se mete a mi casa. Yo estaba en el cuarto con Magaly, que había venido del extranjero. Me apuntaron con una ametralladora Thompson y ahí estaba Caonabo Reynoso Castillo y me dice que fue a buscarme personalmente porque era la única forma de salvarme la vida. Magaly bajó conmigo porque ya había pasado lo de Amín (Abel). Caonabo me dijo que no tuviera miedo y, efectivamente, se portaron muy bien conmigo. ¡Y no me mataron!”.
Taveras piensa que el jefe del Servicio Secreto quizás tuvo presente en ese momento su intervención en la guerra para impedir que los combatientes de abril que lo custodiaban tras su arresto en la fortaleza Ozama se siguieran burlando de él por tratar de escaparse vestido de mujer.
“Mucha gente, que tiene una actitud personal con el odio frente a los combatientes y con el rechazo de los otros, no se da cuenta que nosotros somos un instrumento de la causa que estamos defendiendo, que no tenemos problemas con ellos, sino con los que los mandan”, reflexiona Taveras.
“Yo nunca tuve odio ni rencor, y por eso, en ese gesto de ese hombre, yo encontré una base para fortalecer mí disposición. No se puede tener odio con ellos; aunque tú los combatas, son un instrumento. Y esa experiencia me ha ayudado a vivir”.
Fafa Taveras sigue de pie
Y aquí está él, Fafa Taveras, caminante de la vida y una leyenda de la lucha política de la República Dominicana. La vida le enseñó lecciones y le quitó amigos, pero él, por decisión propia, nunca ha permanecido al margen de la historia.
Rodeado de hijos y de nietos, sigue de pie frente a la vida, luchando para que nunca dejen de florecer las violetas en esta república de barro y de azúcar donde están enterrados sus muertos.
Para él, esta ciudad atardecida de penas que vienen de lejos, donde el tiempo no deja de llorar sus derrotas, tiene el olor de sus recuerdos y las fragancias que le dejó Abril en las manos.