Tres veces Lecuona

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Ernesto Lecuona, nacido hace hoy 125 años.

Lecuona asumió en su pianística las raíces que se integraron en la identidad nacional. De un lado, España; de otro África; y entre ambas zonas, la propia transculturada.

Autor: PEDRO DE LA HOZ* 

Adelantado, hombre puente, promotor de la poesía martiana: la obra de Ernesto Lecuona es tan abarcadora que cuando ahora suman 125 años de su nacimiento en Guanabacoa, el 6 de agosto de 1895, solo me detendré en estos tres aspectos para dar la idea de una huella cenital en la cultura cubana.

Se sabe que fue un pianista muy dotado desde temprana edad. Discípulo de Hubert de Blanck, dominó el repertorio clásico y romántico, y deslumbró a públicos diversos al desplegar un virtuosismo cargado de sentido. Pero bien pronto, en plena adolescencia, supo mirarse a sí mismo como para sentir la necesidad de expresarse.

A los 17 años de edad estrenó una de sus primeras obras y con ella, aunque no hubiera seguido componiendo, lo cual, afortunadamente, no fue el caso, tendría un lugar asegurado no solo en la historia, sino en la sensibilidad de los cubanos.

Se trata de La comparsa. En diciembre de 1912 la tocó en una velada organizada por Hubert de Blanck en el conservatorio y en el teatro Sauto, de Matanzas, en recitales donde exponía públicamente la altura conquistada como eminente estudiante.

La comparsa  marcó un punto de giro en la tradición pianística nacional y en uno de sus géneros emblemáticos, la danza; el joven Lecuona retomó el hilo desenvuelto por los más notables compositores de nuestro siglo XIX, quienes derivaron una forma bailable a una de concierto, y le imprimió un nuevo carácter, que se haría presente en el resto de su sucesiva producción para el instrumento.

Es posible advertir la plasticidad sonora de la obra, que sugiere la irrupción de la comparsa, sus evoluciones coreográficas y su alejamiento en la calle, todo ello registrado en admirable síntesis melódico rítmica y con el oído puesto en la presencia de África entre nosotros, de la cual aún, en los medios sociales donde se difundían las danzas de salón, no había plena conciencia.

Como compositor, en efecto, Lecuona asumió en su pianística las raíces que se integraron en la identidad nacional. De un lado, España; de otro África; y entre ambas zonas, la propia transculturada. La perspectiva hispánica de uno de sus más conocidos ciclos de danzas ha hecho que no pocos españoles, luego de escuchar Andaluza, Gitanerías, Guadalquivir, Alhambra, Córdoba y Malagueña, o al disfrutar Ante El Escorial, piense que el autor es tan español como Albéniz.

Pero cuando suena Danza de los ñáñigos, Danza lucumí, Ahí viene el chino, Conga de medianoche  o Y la negra bailaba, el archipiélago se pone en pie.

El autor de canciones es bien conocido y reconocido. No hay cantante lírico aquí, mujer u hombre, que prescinda de Lecuona. Y no solo aquí, sino en muchas partes del mundo. Siboney posiblemente sea una de las piezas cubanas de mayor irradiación mundial.

Sería deseable, sin embargo, poner un acento mayor, en los repertorios de nuestros cantantes y los programas de los medios de difusión, a un ciclo lecuoniano que destaca por su compromiso con la poética de José Martí.

Una rosa blanca, La que se murió de amor, Un ramo de flores, Tu cabellera, De cara al sol, Mi amor del aire se azora, Sé que estuviste llorando y Es mi canto de amor (Aquí está el pecho, mujer), conforman una serie que, al decir del maestro Hilario González, califican entre lo mejor del lied en la cultura musical latinoamericana.

  • Tomado del Granma. cu – 05 agosto 2020.-