Prohibido bailar en Italia: una medida dirigida a los jóvenes le roba el ritmo a los mayores

0
149
Caribe, un salón de baile al aire libre en Legnago, Italia, clausuró su pista de baile en cumplimiento con la prohibición de bailar en esos lugares para prevenir la propagación del coronavirus.

En muchas ciudades y pueblos italianos, los salones de baile al aire libre ocupan una parte central de la vida de las generaciones mayores. Pero una ley impuesta a causa de la pandemia para limitar el hacinamiento en los clubes nocturnos los está obligando a cerrar sus pistas.

Por Emma Bubola

LEGNAGO, Italia — Raffaele Leardini, de 72 años, se puso su camisa de lino rosa, que abotonó hasta la mitad del pecho, se peinó hacia atrás y salió el jueves con su esposa al Caribe, su salón de baile al aire libre favorito. Cuando llegaron, encontraron el club abierto, pero la pista de baile estaba acordonada con cinta roja y blanca.

“¿Qué es esto?”, preguntó Leardini, un mecánico jubilado. “No pueden hacer esto”.

Pero lo hicieron. En un intento de limitar el resurgimiento del coronavirus, Italia prohibió bailar en clubes nocturnos y salones de baile al aire libre.

Como en otros países del mundo, los nuevos casos de coronavirus en Italia son propagados por los jóvenes, ya que se ha encontrado que varios brotes de contagio provienen de clubes nocturnos llenos de asistentes sin cubrebocas. Sin embargo, las nuevas normas destinadas a impedir que los jóvenes se reúnan en masa también han afectado a los italianos de mayor edad, para quienes una noche en el salón de baile es una parte muy preciada de la vida.

En julio, cuando se levantaron las medidas de confinamiento, el salón de baile Caribe reabrió con muchas reglas nuevas difíciles de aplicar. Solo las parejas casadas o “estables”, algo que debía declararse por escrito, podían bailar juntas. Se exigía el uso de tapabocas en la pista de baile, y las parejas de baile podían tomarse de las manos desinfectadas después de registrar sus nombres y de que se les tomara la temperatura.

Si se bajaban las mascarillas, el DJ detenía la música. Pero incluso con las restricciones, la posibilidad de bailar duró solo poco más de un mes.

El decreto del gobierno italiano respecto al baile, emitido el 16 de agosto, no hizo ninguna distinción entre los clubes llenos de gente sudorosa donde se escucha reguetón a todo volumen y los tranquilos centros comunitarios donde la gente se reúne en parejas para bailar valses al ritmo del acordeón.

Muchos asistentes habituales del salón Caribe, que atiende a una clientela de edad avanzada, dijeron que entendían que el gobierno estuviera tratando de proteger al país, y en especial a las personas de su edad, pero se sentían frustrados porque la prohibición incluía lugares que habían seguido las reglas. Un vocero del ministro de Salud dijo que cualquier tipo de baile requiere una proximidad física que puede propagar la infección.

Los clientes frecuentes no entendían por qué ya no podían sostener a sus parejas en la pista de baile, mientras que los bares, las playas, las canchas de fútbol para aficionados y los gimnasios permanecían abiertos.

“Estuvo bien cerrar los clubes nocturnos; los adolescentes no entienden la situación”, dijo Leardini, quien se alegró tanto de la reapertura del club en julio que se puso a llorar cuando escuchó la noticia. “Pero aquí hay gente con cerebro y cubrebocas”, agregó.

Leardini ha acudido a bailar al Caribe tres veces por semana con su esposa, Loretta Parini, durante más de cuatro décadas. Cuando tuvo que dejar de hacerlo debido a la cuarentena, entró en depresión. Dijo que había subido de peso y que cada noche abría su armario y se preguntaba si alguna vez podría volver a ponerse su colorida colección de camisas de baile.

“¿Cuánto me queda de vida, ocho años más?”, dijo entre sorbos a una cerveza Corona servida en una copa de vino. “No pueden quitarme todo”.

Por ahora, él y otros asistentes han tenido que conformarse con sentarse en sofás blancos al borde de la pista de baile y seguir el compás de la música con los pies mientras la cantante del club, con un vestido rosa largo y brillante, actuaba moviéndose por el perímetro delimitado por la cinta roja.

Grazia Maria Bellini, de 66 años, estaba entre las personas que escuchaban la música una noche reciente. Desde la reapertura del club, había reanudado sus citas de los viernes en la peluquería y compró un vestido largo de color verde con pequeñas rosas en el ribete. Pero antes de que tuviera la oportunidad de lucirlo, la pista de baile cerró de nuevo.

A los 11 años empezó a trabajar en una planta de pulido, donde pintaba madera con aerosol. Cuando se jubiló, y después de la muerte de su marido, probó con cautela la pista de baile.

Cuando fue por primera vez a un salón de baile cerca de su casa, en la ciudad norteña de Casaleone, no sabía cómo bailar liscio, el tradicional “baile lento” de Italia, pero un bailarín más experto la tomó de la mano y le dijo que era “ligera como una pluma”.

Cuatro años después, ambos estaban sentados frente a la pista de baile sellada con cinta.

Tuvieron que dejar de bailar “porque esos jóvenes se amontonaban”, dijo Bellini. “La cuestión es que no nos quedan muchas cosas más”.

El liscio —que incorpora una combinación de bailes de salón como el vals, la polca y la mazurca— se convirtió en el baile más popular de Italia en la década de 1970, en particular en las ciudades y los pueblos a lo largo de la costa del Adriático en la región norteña de Emilia-Romaña.

Aunque en buena medida los jóvenes evitan las melodías alegres que ensalzan las virtudes de la familia, estas canciones siguen siendo importantes para muchos italianos mayores, especialmente en las tierras bajas del norte del país. Y en muchas comunidades, las noches de baile de liscio ofrecen compañía y consuelo.

Moreno Conficconi, un músico de liscio de Emilia-Romaña más conocido como “Moreno, el rubio”, dijo que fue un error equiparar a los salones de baile con los clubes nocturnos.

“No se hacen multitudes en nuestra música”, dijo. “Solo hay abrazos intencionales”.

Cuando Italia anunció la prohibición de bailar, el gobierno prometió millones en subsidios a los dueños de clubes nocturnos, pero muchos centros comunitarios locales que organizan noches de baile no califican para recibir la ayuda.

“Nos cierran como si fuéramos clubes nocturnos, pero luego no nos ayudan como a esos establecimientos”, dijo Maria Pina Colarusso, una voluntaria del centro comunitario Arci en Soliera, un pueblo cerca de Módena.

La voluntaria dijo que como muchos de los centros comunitarios sobrevivían solo gracias a la venta de piadina y refrescos en las noches de liscio, se verían obligados a cerrar. Ella ya tuvo que cancelar las reservas de cientos de lugareños que se habían apresurado a conseguir un lugar para sus noches de liscio con cubrebocas.

“Cerraron nuestra pista de baile, pero fuera de ella todavía suceden cosas mucho más peligrosas”, dijo.

Todos en el Caribe parecían coincidir en que Benito Garofalo, de 80 años, era el mejor en la pista de baile.

Garofalo perdió a su esposa —a quien él describió como “no la más bella, pero la mejor”— en diciembre, y dijo que bailar era lo único que lo había ayudado a alejar los malos pensamientos.

“Ahora no tengo el baile, y los malos pensamientos han regresado”, dijo.

Con su camisa amarilla planchada de manera impecable, Garofalo se acercó a Cristina Danielis —una obstetra de 62 años jubilada recientemente de la cercana Mantua—, quien estaba sentada en un sofá con un vestido de flores.