Por Dagoberto Tejeda Ortiz
Desde que Fidel Castro llegó al Colegio Belén, en Santiago de Cuba, comenzó a llamarle la atención a los compañeros de clase y a los profesores por sus ideas. Desde allí, comenzó aflorar una aureola de liderazgo. En la Universidad de La Habana, aumentó la intensidad como líder estudiantil, dimensión que se expresó con su presencia en el Bogotazo Colombiano y luego en toda la lucha contra la dictadura batistiana que culminó con el heroico asalto al Cuartel Moncada y de allí a la Sierra Maestra.
Lo obligaron a exiliarte en México, a la luz del glorioso Movimiento del 26 de Julio y regresó a Cuba desde el puerto de Tuxpan, a enfrentar con armas en la mano al dictador Fulgencio Batista en el emblemático yate Granma, con 81 revolucionarios, entre los cuales estaba Raúl, Camilo Cienfuegos, el Che y el dominicano Pichirilo, co-piloto de la nave.
Con cerca de 20 de estos revolucionarios, Fidel llegó a la Sierra Maestra en las indomables montañas de Santiago de Cuba, tierra llena de historia, de leyendas y de epopeyas, con la presencia permanente en sus entrañas de Martí, el inmaculado, de Maceo, el Titán de Bronce y del Generalísimo Máximo Gómez, el más grande guerrillero de América, “El Napoleón de las Guerrillas”, como lo bautizó Juan Bosch. ¡Espíritus que lo acompañaron siempre!
La inmensa Sierra Maestra fue pequeña para Fidel, se convirtió en el máximo líder de la revolución, en el símbolo de la dignidad, del patriotismo, donde le siguieron todos los cubanos dignos y todos los que en cualquier lugar del mundo, se identificaban con su lucha redentora, antiimperialista y anticolonialista, para ser de Cuba un país libre y soberano.
Pero el imperialismo no podía aceptar ni soportar una epopeya libertaria como esta, tan cerca de su territorio. ¡Era un atrevimiento! Pero a Fidel, con un pueblo que le seguía, no lo doblegaron, no entró en componendas, todo lo contrario, los desafió, siempre con la consigna esperanzadora de que “Todos los enemigos se pueden vencer”.
Este guerrillero invencible, con un fusil fulminante, justiciero de día, ante los enemigos implacables del pueblo, se llenaba de flores en las noches bajo la luz de las estrellas, mientras soñaba con el amanecer, expresada en una sonrisa contagiante, con una fe inconmovible y en un optimismo victorioso.
Cuando José Francisco Peña Gómez, el líder de masas más trascendente en toda la historia dominicana viajó a la Habana, invitado por Fidel, fui uno de los privilegiados miembros de esa delegación dominicana. En la sala de recepciones del Palacio de la Revolución, Fidel compartió con toda la delegación dominicana. En un momento dado, Jesús Rivera, me presentó ante Fidel, expresándole el trabajo nuestro en la cultura y el folklore, enfatizando a Convite, grupo musical de Nueva Canción.
Fidel, era sencillo, campechano, espontáneo, pero extraordinariamente brillante. Estuve presente en varias de sus conferencias y discursos y puedo asegurar que es el estadista más profundo, con más conocimientos que todos los políticos del siglo XX y lo que va del XXI. Fidel era un maestro, un pedagogo, un escritor, un extraordinario tribuno que enloquecía al pueblo, que tenía credibilidad, que estaba legitimado y que podía ser escuchado durante horas porque tenía el don del encantamiento. ¡Para mi es el político, el patriota, el revolucionario más fascinante que he conocido en mi vida!
Fidel era un personaje imponente, carismático, encantador de la palabra, poeta de las imágenes, filósofo de la vida, un obsesionado de los principios, tan sensible como el amanecer, tan tierno como el rocío, tan fascinante como las flores. Diestro guerrillero, estratega de la guerra, tan duro con la injusticia y la desigualdad como las rocas-símbolos de la Sierra Maestra. ¡Fidel era único, era irrepetible!
Fidel admiraba y amaba al pueblo dominicano. En el encuentro en el Palacio de la Revolución, nos testimonio que vino a dominicana a su regreso de Colombia para Cuba, después del Bogotazo, donde hizo escala en el aeropuerto. A su salida, reiteró consigo mismo ayudar acabar con la dictadura trujillista aún antes de llegar a La Habana. Nos habló de sus vivencias en Cayo Confites, misión que no pudo logarse. A pesar de todas las consecuencias, su palabra fue sagrada, apoyando las acciones antitrujillistas, a los revolucionarios internacionalistas de la epopeya del 14 de junio del 59 y luego al Coronel del Honor, Francisco Alberto Caamaño Deñó y sus compañeros revolucionarios a su regreso al país por Playa Caracoles.
El viernes 25 de noviembre de 2011, en Cuba Internacional, con una voz pausada y palabras entrecortada, escuché, con lágrimas, dolor e impotencia cuando Raúl, su hermano, anunció a Cuba y al mundo su muerte.
No podía creerlo, o mejor no quería creerlo, porque lo habían asesinado varias veces los excrementos contrarrevolucionarios, pero era Raúl el que lo informaba. ¡Cómo dudarlo! Después de esta noticia, lo que más me conmovió fue su último legado, que lo engrandecía más. Raúl dijo: “Fiel a la ética martiana de que toda la gloria de uno cabe en un grano de maíz, el líder de la Revolución, rechazaba cualquier manifestación de culto a la personalidad y que consciente con esa actitud hasta las últimas horas de su vida, insistiendo que una vez fallecido, su nombre y su figura nunca fuera utilizados para denominar instituciones, plazas, parqueos, avenidas, calles u otros sitios públicos, ni erigidos en su memoria monumentos, bustos y otras formas similares”.
Al conocer, que sus restos serían colocados en una roca simbólica de la Sierra Maestra, en el cementerio patrimonial de Santa Efigenia en Santiago de Cuba, donde descansan los restos de Martí y docenas de compañeros revolucionarios, valoré aún más su grandeza. Porque sé que para que lo recuerden, Fidel no necesita monumentos recordatorios, porque él vive en todos los corazones del pueblo cubano y en todos los corazones de los oprimidos del universo, de los pobre del planeta, en los que quieren un mundo mejor y en todos los revolucionarios de la tierra. ¡Hasta luego Comandante, en un nuevo aniversario de tu partida!