Por Dagoberto Tejeda Ortiz
El carnaval es una manifestación episódica y al mismo tiempo es una continuidad. Son momentos de plenitud, que en sí mismo, contienen expresiones artísticas-culturales- sociales-estéticas-espirituales únicas, inéditas, trascendentes. Son historias acabadas, son propuestas irrepetibles, con autores y protagonistas populares, que se transforman en actores, recreando un mundo mágico, negador de la cotidianidad, pero dándole vida a la plenitud de los sueños en catarsis de compensaciones existenciales individuales y colectivas.
El carnaval posibilita la existencialidad de lo que niega la sociedad, en esencias creativas que adquieren contenidos, colores, símbolos, en lo imaginario de idealizaciones recreadas artísticamente definiendo identidades, siempre contestatarias y algunas veces subversivas. Cada momento es particular y cada carnaval es único, al igual que la dimensión de sus rituales y la participación de sus devotos.
Los sueños del momento y la parafernalia de príncipes, reyes, diablos, carrozas, personajes, trajes y máscaras, sin importar el grado de plenitud que alcancen, de su perfección artística, su existencia es transitoria, duradera hasta el último día del carnaval, sin posibilidades de repetirse. La tradición carnavalera, solo permite que sea una sola vez, como la flor del maguey, porque al final se produce la lucha de lo nuevo y de lo viejo, de la vida y de la muerte, donde triunfa la vida. De ahí su continuidad en la sucesión de los momentos históricos.
Desaparecerán y solo quedarán en los recuerdos de los participantes, protagonistas y observadores, dejando una sensación de nostalgia por su transitoriedad. En esa oralidad, no se podrá trasmitir las dimensiones mágicas a las nuevas generaciones. Pasaran con el tiempo a los contenidos del olvido y la riqueza creativa de esos momentos, serán pasajeras y pasaran a ser parte del olvido.
Por eso, los museos posibilitan la recreación de su existencia. Trascender a los momentos para hacerlos históricos y hacerlos permanentes, para recordar, para convertirlos en referencias existenciales pedagógica-educativa, para eternizarlos.
La acción de los museos, posibilitan a los momentos trascender, vencer al tiempo, para convertirlos en una continuidad de creación, de lo imaginario popular, para mostrar la riqueza de lo que hemos sido y lo que somos, para contribuir en la definición de la identidad de un pueblo y de un país. De ahí, la importancia y la trascendencia de los museos.
En La Vega, el carnaval es una locura y una pasión. Unifica al pueblo, lo transforma, le da orgullo e identidad. Es una catarsis creativa y existencial. Son momentos de trascendencia y de creatividad, donde la ruptura del anonimato, la acción de ser protagonista, hacen de La Vega un pueblo lleno de vida, que le sonríe a la realidad, que construye sus sueños y que tienta a la trascendencia. La magia camina por las calles y la plenitud de la realización se queda en el corazón de los veganos.
Con la devoción y el amor de los creyentes, veganos amantes del carnaval y de su pueblo, hicieron posible la creación del Museo del Carnaval Vegano, una propuesta trascendente, pedagógica-educativa, única, que recorre el tiempo, relegando los momentos para darnos la continuidad y la riqueza de un carnaval excepcional.
Este museo, impresionante, en estos momentos, a pesar del sacrificio, la entrega, el amor de los responsables de su existencia, por falta de apoyo económico, va a cerrar sus puertas, ante la vergüenza del mundo y la indignación de una sociedad que ha exaltado el carnaval en la plenitud de su identidad.
Apelamos a un nuevo gobierno, que ya se ha identificado con los cambios, para que el cierre del museo del carnaval vegano no se produzca y que no cierre sus puertas a ninguna hora, porque este museo es una necesidad histórica, pedagógica-educativa de La Vega y del país.
Es un museo majestuoso, monumental, con historia, con tradición y con identidad, orgullo y patrimonio de la nación. ¡No puede cerrar!