POR DAGOBERTO TEJEDA ORTIZ
“El Che es el ser humano más completo
de nuestra época”
(Jean Paul Sartre)
No había estrellas ni luces en la vía láctea, cuando nació Ernesto Rafael Guevara de la Serna, en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina, el 14 de junio de 1928. Era un niño común de su época. Tomaba leche, se desayuna, iba a la escuela y después a la universidad.
Aunque jugaba Rugby, era por vocación un aventurero. En el 1950 se fue de viaje para el noroeste argentino en bicicleta. Luego, hizo en moto un primer y un segundo viaje por varios países latinoamericanos. En el 1954, el gorila de Carlos Castillo Armas, con el apoyo de la CIA, ante las propuestas de cambios, del Presidente de la República Juan José Arévalo, encabezó un miserable Golpe de Estado. El Che estaba desde hacía seis meses en ese país. Este acontecimiento lo impactó para toda la vida. Esto, junto al panorama de injusticia y de exclusión con que se había encontrado en sus dos travesías en diversos países, lo conmovió, lo comenzaron a transformar, a redefinir su sentir y su visión de la vida.
Se radicalizaron sus ideas. El médico, reflexionando, escribió: “Para ser médico revolucionario o para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es la revolución”. Y decidió hacerla. En el 1956 conoció a Fidel en México decidió unirse a él para hacer la revolución en Cuba contra la dictadura batistiana.
El Che que salió de la Argentina a conocer países latinoamericanos, ya no era el mismo, ni física ni mentalmente. Se transformó, cambio y apelando a la ironía escribió:
“Que culpa tengo
yo de tener la
sangre roja y el
corazón a la izquierda”.
Después de un entrenamiento militar en México, el 25 de noviembre de 1956, partió junto con Fidel y 81 expedicionarios para el oriente cubano en el Granma, un yate donde el segundo piloto de la nave era el comandante dominicano Pichirilo. A su llegada a Cuba, fueron sorprendidos y masacrados por el ejército mercenario del dictador Batista y solo llegaron 20 con Fidel a Sierra Maestra para iniciar la guerrilla.
El Che fue uno de ellos. Escondiendo el asma que le acompañaba desde niño, el Che se ganó el grado de Comandante, jefe del segundo frente, por su coraje, su valor y sus habilidades militares demostradas, a tal punto que Fidel comentó posteriormente: “El Che es un maestro de la guerra, el Che era un artista de la lucha guerrillera”. Triunfó la revolución. Se entregó en cuerpo y alma a la reconstrucción de Cuba, a afianzar la revolución. Pero su generosidad era inmensa. El Che no luchó en la sierra por puestos, sino por la redención del pueblo cubano. Su lucha era por la justicia, por la igualdad, contra la opresión, contra la explotación del hombre, contra el imperialismo sin importa el lugar donde ocurriera. Dejó la comodidad del triunfo de la revolución cubana para volver a la lucha, a la montaña, a la guerrilla liberadora. Creció tanto que ya no cabía en Cuba. Por eso fue a ofrendar tu vida a Bolivia y todavía fue más lejos, cuando decidió a combatir en el Congo, en su África legendaria.
En la plenitud de su generosidad, el 9 de diciembre 1967, fue vilmente asesinado en La Higuera, en el mismo corazón de la selva, por la gorilada del ejercito oficial boliviano, por decisión de la CIA, el beneplácito de la burguesía, el silencio de la iglesia y la sumisión de un excremento, identificado como el General René Barrientos, que descansa en el zafacón de la historia, mientras es más refulgente que nunca la estrella en la frente del Che.
Ese fatídico día de su muerte, 9 de diciembre de 1967, yo estaba en Río de Janeiro, en Brasil y al recibir la noticia, en el Parque de La Lagoa, en Leblon, lloré de dolor, de rabia, de impotencia, recordando su imagen sonriente de vencedor y resurgente del optimista en la Plaza de la revolución cuando el sol se posaba en tu frente.
El Che, como Máximo Gómez y todos los revolucionarios del mundo, le tenían repulsión a la guerra y soñaban por cambiar el fusil o la espada, por el amor. Por eso en la voz de Silvio Rodríguez, se oía cantar:
“Y dijo el Che legendario
como sembrando una flor:
el buen revolucionario
solo lo mueve el amor”.
Pero el Che, como buen revolucionario, entendía que solo se hace la revolución con la guerra, porque no hay otra opción, por eso, la voz de Silvio Rodríguez repetía:
“Y comprendió que la guerra
era la paz del futuro
lo más temible se aprende enseguida
y lo hermoso le cuesta la vida”.
Por eso, este médico guerrillero, que estaba convencido de que “pueden morir las personas, pero jamás las ideas”, ofrendó su vida por los desposeídos de nuestros pueblos. Che-leyenda, Che-humano, Che-estrella, Che-amor, como te dijo Carlos Puebla, artista del pueblo, en su canción:
“Hombres como tú no mueren
ni en la historia ni en el tiempo.
¡Como abrían de morirse
los hombres que son eternos”.
En las calles, en las avenidas, en los caminos, en los montes y en los parques, miles y miles en el mundo llevan en el pecho la foto tuya de Korda con tu rostro y en su corazón tu recuerdo. No has muerto Che. Naciste a la gloria. Y como dijo Fidel: “Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos dejó sus virtudes revolucionarias, nos dejó su ejemplo”.
Y termino con tu frase de esperanza: ¡Hasta la victoria siempre. Patria o muerte, venceremos!