Contra El Olvido: Monchín Pinedo

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Monchín Pichardo Mejia

Por Dagoberto Tejeda Ortiz

La industria azucarera transformó a San Pedro de Macorís en una metrópolis en la época de la danza de los millones en los albores del siglo XX.  Todo marchaba hacia el progreso, aunque los barrios marginados solo huelìan a pobreza, caña y melaza. 

Las calles empolvadas del barrio popular de Miramar, fue el escenario natural de la representación del drama bíblico de David y Goliat de los Cocolos que llegaron a cortar caña de las isla inglesas, donde se distinguió El Primo y después Linda, con tambores flautas, hachas simbólicas y danzas legendarias que invitaban al frenesí.

Entre los estudiantes que a pies desafiaban al sol para ir a la escuela, a sus clases, estaba Ramón Agustín Pinedo Mejía, que todos conocían como “Monchín” y Maximiliano Gómez, que sus amigos apodaban “El Moreno”.  ¡Ambos trascendieron a la vorágine de los ingenios azucareros que arropaban a San Pedro de Macorís para llegar al umbral de la Patria!

AUTOR: Dagoberto Tejeda Ortiz

En plena dictadura trujillista, desafiando al terror y a la represión del régimen, al trasladarse a la ciudad de Santo Domingo, Mochín ingresó y fue de los fundadores del desafiante  Movimiento Popular Dominicano (MPD), pasando a ser miembro de su Comité Central junto a los dirigentes, entre otros, Máximo López Molina, Andrés Ramos Peguero, César Rojas, Baldemiro Castro, Ilander Selig, Gustavo Ricart, René Sánchez Córdova, Leopoldo Grullòn y Cayetano Rodríguez del Prado.  Gracias a su amistad, Maximiliano Gómez, “El Moreno”, ingresó al MPD y luego por sus méritos del trabajo revolucionario fue miembro del Comité Central de este valeroso partido.

Al entrar Monchín a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) fue dirigente sobresaliente del Grupo Estudiantil FRAGUA, participando activamente, después de la Revolución de Abril,  en el Movimiento Renovador, que transformó la universidad de elite en la Universidad del Pueblo, para que tuvieran acceso a ella los sectores populares.

Cuando las fuerzas más retrogradas y nefasta, se decidieron por el Golpe de Estado al Prof. Juan Bosch, Monchín fue parte del grupo del MPD que intentaron una acción insurreccional en Cevicos en contra de esa aberración, responsabilidad de la burguesía-Iglesia católica-imperialismo en contra del pueblo dominicano.

En abril del 1965, cuando los gringos mancillaron la soberanía nacional con la segunda intervención norteamericana, a pesar de su sensibilidad, Monchín no se quedó leyendo poesías, sino que se integró a la lucha armada y después de muchos enfrentamientos fue herido en la cabeza, sobreviviendo como buen guerrillero urbano que era.

Además de revolucionario, comprometido siempre con las mejores causas del país, Mochín era un atleta y un amante de los deportes.  Fue profesor de la Facultad de Ciencias y Director de la Dirección de Deportes de la UASD.  Además, fue miembro (1978-1982) del Comité Olímpico Dominicano.  Fue permanente defensor de los deportes aficionados, incluso, presidente de la Federación Dominicana de Peloteros de Santo Domingo.

Mochín no supo nunca lo que eran las vacaciones.  Su vida estaba integrada a los intereses nacionales, siempre estaba comprometido con una causa popular.  Lo conocí mientras era Director de Deportes en la UASD y yo era director de la Escuela de Sociología. Luego, cuando yo era Director de Cultura de la UASD, recibía con alegría la visita constante de Mochín, siempre acompañado del amigo Sotero Vásquez,  agenciando el apoyo cultural para los grupos e instituciones patrióticas y populares.

La visita incluía siempre una conversación y un análisis de la situación política del momento.  Mochín era una persona de permanentes convicciones revolucionarias.  Siempre al lado del pueblo, siempre pensando en la revolución, en una sociedad dominicana diferente, soñando siempre con la justicia y con la igualdad.  A su edad, no existían las medias tintas, los medios tonos, era radical, seguía pensando en sus ideales emepedeistas de cambios y de revolución.

Me dijo varias veces que estaba terminando sus memorias.  Tenía un inventario de los lugares sacrosantos donde estuvieron los diversos comandos revolucionarios de la Zona Norte y conoció el odio y la ferocidad de la Operación Limpieza por los genocidas del CEFA. vestidos indignamente de militares.  Él fue un sobreviviente de esta pesadilla.  Guardaba con celo sus conversaciones con El Moreno, sus vivencias con la lucha del MPD contra la tiranía trujillista y sobre el proceso estudiantil del Movimiento Renovador.  ¡Qué pena que se llevara con él sus memorias!

Pero Monchín, tenía un extraordinario sentido del humor, nunca estaba pesimista, tenía indignación, pero no existía odio ni rencor contra nadie. La palabra venganza no existía en su vocabulario. Estaba por encima de todas esa nimiedades, la lucha constante lo había humanizado.  Monchín era un ser humano excepcional, extraordinario, lleno de optimismo, de esperanza y de amor.  ¡Era un soñador! ¡Era un auténtico revolucionario!

Las conversaciones con Monchín siempre eran catarsis gratificantes, rejuvenecedoras, trascendentes, hablaba con autoridad, tenía el carisma del guerrillero de las trincheras de abril y el encantamiento del líder carismático. Iba siempre acompañado de una mochila que llevaba su dignidad como símbolo revolucionario.  ¡No transigió! ¡Su ejemplo fue su herencia! ¡Presente en la lucha contra el olvido!  ¡Hasta luego!