A la pantalla Cien años de soledad

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Gabriel García Márquez

POR ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

A los que nunca dejaron de acosar a Gabriel García Márquez con la petición de que permitiera llevar a las pantallas Cien años de soledad, el escritor les respondía de las maneras más disímiles, pero siempre sacando a relucir la misma esencia negadora: imposible ponerles cara a personajes que han adquirido su propia fisonomía en la mente de los lectores.

Gentilmente tajante en sus respuestas, el colombiano solo pareció molestarse cuando, en el año 1982, de una manera un tanto altiva, el actor Anthony Quinn divulgó que le había ofrecido un millón de dólares por los derechos de autor y la respuesta había sido un no rotundo. Como contestación, García Márquez dio a conocer un artículo titulado Una tontería de Anthony Quinn. «Mi reticencia de que se haga en cine Cien años de soledad –insistió en su idea recurrente– se debe a mi deseo de que la comunicación con mis lectores sea directa, mediante las letras que yo escribo para ellos, de modo que ellos se imaginen a los personajes como quieran, y no con la cara prestada de un actor en la pantalla. Anthony Quinn, con todo y su millón de dólares, no será nunca para mí ni para mis lectores el coronel Aureliano Buendía».

Sin embargo, Quinn había lanzado una idea que, más de 40 años después, vendrá a concretarse en parte, pues él no veía a Cien años de soledad como una película que, en su escasa duración, difícilmente abarcaría el universo macondiano en toda su complejidad, sino integrada en una «serie de 50 capítulos para la televisión». Y precisamente eso hará Netflix (en 20 capítulos) después de tramitar los derechos de autor con los hijos del escritor, Rodrigo y Gonzalo García

Barcha, bajo un precio del cual no se ha hablado una palabra.

¿Quedaría incumplida entonces la solicitud del novelista?

El buen cineasta que es Rodrigo García Barcha, asesor del proyecto, ha dicho que la serie permitirá que Cien años de soledad sea conocido en el mundo por millones de espectadores, que tendrán ante sí un producto filmado en Colombia y hablado en español, luego de largas discusiones con productores que abogaban rodar en inglés y con actores de Hollywood.

No pocos estudiosos de la obra del novelista –entusiasmados con el proyecto– han reiterado que las negaciones de García Márquez se referían más bien a «una película», formato impropio para atrapar un denso mundo que transita entre lo mágico y lo real.

Los tiempos cambian, y Rodrigo sabe que la «mala suerte» ligada a las diferentes adaptaciones de las novelas de su padre se debe a que siempre se respetaron en demasía los textos, sin hacer los cambios propicios requeridos por cualquier lenguaje cinematográfico. En el caso de Cien años de soledad, una novela de escasos diálogos y, por lo regular, pronunciados en tono sentencioso.

En recientes declaraciones, el cineasta dijo que ha tenido la oportunidad de leer los guiones iniciales y está satisfecho y tranquilo, pues se han hecho un par de cambios estructurales de manera inteligente. Para él lo importante es la esencia de la historia, «el respeto de lo que la historia quiere contar y de lo que la gente vivió, sin abaratar sus emociones».

Aunque se ha dicho que la serie pudiera estrenarse este año, habría que apresurarse, ya que aún no se conocen ni directores ni protagonistas.

Gabriel García Márquez solía decir que el cine era lo que más había estudiado, y ya en 1963 se ganaba la vida como guionista en México. En El Espectador de Bogotá comenzó como crítico de cine, estudió en el Centro Experimental de Cine de Roma, fue actor y, más tarde, lo veremos como uno de los fundadores de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, donde impartió diversos talleres de guion.

El cine marcó al novelista y la influencia de los recursos cinematográficos se observan en sus obras, principalmente en Cien años de soledad, salpicada de flashback y de elementos mágicos que, a juzgar por el desarrollo de los efectos especiales, encontrarían un universo adecuado en pantalla. Queda por comprobar si los acontecimientos, tensiones y rostros de sus antológicos personajes, traspuestos a un medio que tanto amó, pero también temió en el caso de Cien años… no atentan contra el monumento alzado en cada una de nuestras memorias, lo que no quita para apostar por el riesgo.