Contra El Olvido: Delta Soto

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Delta Soto y Rafael Villalona

Por Dagoberto Tejeda Ortiz

Cuando los diablos “cajuelos” se adueñaron de los barrios populares, Califé satirizaba a las élites con su frac y su bombín europeo en el parque Colón, Robalagallina volvía loco a los colmados pidiendo golosina para su muchachada, en pleno carnaval de la ciudad de Santo Domingo, el 18 de febrero de 1938, abrió sus ojos a la vida, la niña Delta Soto.

Creció siendo admiradora del teatro popular callejero de los Indios de San Carlos y desde pequeña realizaba actuaciones en cualquier escenario cotidiano, siendo preferida en las obras de teatro del Colegio Santa Teresita, centro educativo donde estudió. ¡Delta nació actriz y lo fue toda la vida!

Pero Delta nació también cimarrona, rebelde, revolucionaria.  En la última fase de la dictadura trujillista, era parte de una juventud contestataria, pintando letreros y repartiendo volantes subversivos antitrujillista.  Fue testigo de la epopeya guerrillera internacionalista del 14 de Junio con fines de acabar con la dictadura y para ser consecuente con ella misma, ingresó al Movimiento Clandestino del 14 de Junio.

AUTOR: Dagoberto Tejeda Ortiz

Cuando en abril del 1965 la patria fue mancillada por la grosera intervención norteamericana que profanaba nuestra soberanía nacional, Delta Soto estaba integrada en la gloriosa revolución de abril, en la lucha por la libertad y la dignidad nacional.  El Frente Cultural sobredimensionaba nuestra cultura popular y nuestra identidad nacional como orgullo de dominicanidad y estaba compuesto de fusiles de utopías reproduciendo sueños de heroicidad y esperanzas de nuevos amaneceres para la patria.

Delta, estudió teatro en Bellas Artes y luego, acompañado de su compañero de vida, el dramaturgo, actor y director de teatro, Rafael Villalona estudió actuación y dirección teatral en “Gites”, el Instituto Gubernamental de Artes de Moscú, Rusia, en la antigua Unión Soviética.

Con una visión crítica, contestataria contra el teatro colonizado y alienado tradicional dominicano, Delta y Rafael, regresaron al país con acciones subversivas ideológicas, en la búsqueda de un nuevo teatro de identidad, conceptualizado en la dimensión humana universal, pero centralizado en la dominicanidad, en nuestra realidad histórica-social.  Lo antropológico, lo cotidiano, el pueblo, su cultura popular, su folklore, deberían de ser nuevos componentes de la identidad teatralizada.

En la Plaza de la Atarazana, para afianzar una tradición de teatro desde los tiempos  coloniales, pero con una nueva propuesta, con un teatro de búsqueda, experimental, profanador, crítico, Delta y Rafael, con nuevos actores, dramaturgos y gente de teatro, lanzaron la proclama para el país, anunciando la innovadora y nueva propuesta de un teatro pedagógico-educativo, descolonizado, comprometido, democrático y libre.

Un proceso pedagógico-educativo de charlas, conferencias, cursos, talleres recorrió todo el país, en pro de un nuevo teatro, donde Delta y Rafael no tenían descanso, acompañado todo esto, con presentaciones de obras temáticas universales, del teatro clásico y contemporáneo, muchas de las cuales, en el contexto de la dictadura ilustrada Balaguerista fueron extraordinarios desafíos como el caso de “La Opera de Tres Centavos” o “Un tranvía Llamado Deseo”, símbolos subversivos de lucha por la dignidad humana.  Tuve el privilegio de conocer el tranvía original de la acción cívica, revolucionaria, del desafío de una negra por la igualdad en New Orleans.

Con un “duende” que camina de noche en toda la ciudad colonial, Freddy Ginebra, Delta y Rafael, realizaron el sueño y la osadía de fundar “Casa de Teatro”, en una trayectoria de trascendencia, que todavía es una referencia y un espacio para los sueños y las utopías.

Asociándose siempre a las quimeras, para hacerlas realidades, Delta y Rafael, realizaron odiseas con una mujer-luz, soñadora, testigo de aureolas, que conversaba con las estrellas, Margarita Luna  y fundaron  el Centro de la Cultura de Santiago, fragua trascendente de arte y creatividad.

Pero Delta, amante de la vida, era una educadora.  En medio de todo este trajín, sacaba tiempo para ofrecerle clases de teatro a grupos de niños y adolescentes, teniendo tiempo para la docencia universitaria en la UASD, donde impartía clases de actuación teatral.

Trabajó en la producción audiovisual, realizando comerciales para la televisión, la radio y el cine, donde su figura y su voz, quedaron eternizadas para las presentes y futuras generaciones.  Aun así, nunca dejó de estar presente cuando la patria necesitaba su presencia, luchando por sus intereses más legítimos.  Coherente con sus pensamientos por la igualdad y la justicia, puso todas sus fuerzas para que la Federación de Mujeres Dominicanas fuera una realidad, en medio de la revolución de abril del 65.

Dejó escritos diversos testimonios de su visión de la vida, de su quehacer cotidiano, de momentos trascendentes como fueron “Las Memorias de una Revolucionaria”, donde quedaron plasmadas sus vivencias y su participación en la odisea gloriosa de abril, defendiendo su pueblo, a la patria, comprometida con las armas en la mano.

Varias veces encontré a Delta, silenciosa, había actuación en su imaginario, actuaba con el delirio con que siempre lo hacía, su vida era el teatro, su amor era el público, sus compañeras y compañeros actores eran su compensación, su pasión era el drama y era el escenario que recreaba en sueños y en delirios. A pesar de eso, nunca estaba sola, la escuche conversar con Danilo Taveras, Jaime Lucero, Enrique Chao, Niní Germán y Ángel Haché, entre otros.

Delta Soto, la artista, la maestra, la actriz, “guerrera de la luz”, reconocida como “la voz de la revolución de abril”, la Dama del Teatro, la que no transigió, la soñadora de un teatro y una patria nueva, decidió reencontrarse con Rafael, su esposo y sus compañeros, se montó en el tranvía llamado deseo y calladita, se fue sin decir adiós.