Por Roberto Veras
La corrupción es un acto inmoral que pierde la fe pública sobre la maquinaria gubernamental. Se vuelve más severo cuando estos actos involucran a funcionarios, pues son ellos el brazo más visible del gobierno.
Cuando un funcionario actúa ilegalmente, se deshonra, tanto a sí mismo como a su gobierno y al sistema judicial, la corrupción gubernamental es un fenómeno complejo, es un problema que nos ha afectado y nos seguirá afectando.
Muchos aspectos de la actividad del gobierno han cambiado con el paso del tiempo, sin embargo, un aspecto que se ha mantenido relativamente sin cambios es la presencia de corrupción en algunas entidades del gobierno.
Sin embargo, toda sociedad que esté dispuesta a desarrollarse, a emprender prácticas prudentes y una administración transparente debe evitar la corrupción.
Pero las sociedades corruptas tienen dificultades para evitar el saqueo de las tesorerías públicas y, por lo tanto, su desarrollo es casi imposible.
La corrupción es una amenaza letal para cualquier sociedad, pues mata el desarrollo económico de una nación, debilita la cultura política y desestabiliza el crecimiento y el desarrollo de una sociedad.
Los pueblos siempre necesitan esperanza, pero, ¿qué esperanza se puede esperar de manera realista de un sistema donde se hacen denuncias con pruebas y testigos y no se castiga al corrupto?
Desafortunadamente, la única expectativa realista es que, como la historia, un sistema corrupto se repite; es la naturaleza del sistema, pero ha llegado el momento de hacer un alto en el camino.
En los países pobres como el nuestro, donde la corrupción está muy extendida, los pobres son los que más sufren, a menos que se garantice la rendición de cuentas y el castigo, las autoridades seguirán siendo corruptas y la sociedad seguirá débil y enferma.