Por Dagoberto Tejeda Ortiz
Cuando hablamos de la y del dominicano, de su identidad, estamos hablando de su manera de ser, de pensar, de sentir y de expresarse. Aunque étnicamente, el mulataje es común en la zona del Caribe y en algunos países del área donde hubo población africana, la manera de ser y de expresarse la y los dominicanos le da una identidad, que los diferencia de los otros países y determina una singularidad.
¿Cuáles son los elementos constitutivos de nuestra identidad como dominicanos? ¿De dónde nos vienen esas formas particulares, esas picardías, esa creatividad en nuestra manera de ser? ¿Cuáles son las bases étnico-culturales-históricas de nuestra identidad?
Hay una minoría, una élite blanqueada que afirma y asegura que de España, porque a los indígenas los desaparecieron en los primeros años de la colonización y los negros esclavos eran salvajes, incapaces, que olvidaron hasta su idioma. Nos españolizaron tanto, que sin importar unos cabellitos-alambres, una nariz achatada y un bembe voluminoso, nos hicieron creer que “éramos hijos de España, la madre patria”. Algunos, afirmaban que era un sincretismo.
Pero la discriminación y el racismo llegaron desde el principio, porque la realidad era otra. En nosotros el color de la piel, las formas del cuerpo, eran diferentes, los cuales no existían ni en España ni en África. Éramos particulares, éramos una expresión nueva, con una capacidad creadora extraordinaria. Éramos mulatos. El lenguaje y todas las expresiones culturales que llegaron de España fueron transformados, desde el carnaval hasta la gastronomía, enriquecidos en el proceso de criollización. Hoy, esas expresiones son una nostalgia y un recuerdo.
Para esconder el racismo, el más inteligente de los gobernantes fue Trujillo, que para identificación en la cédula de identidad, para no poner blanco, porque ya nadie lo creía o negro porque el negro en general cree que no lo es, inventó el color “indio”, que no existe en ningún catálogo de pinturas del mundo, recibiendo por esto el premio del record Guinness.
Aun así, esta definición para la identidad tuvo su impacto, resultados profundos que todavía hoy tienen vigencia, a tal punto, que en una encuesta realizada hace algunos meses por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) sobre la autopercepción racial y étnica de las y los dominicanos, entrevistando a 1,309 personas mayores de 18 años, el 45% de los entrevistados se identificó como “indio”, el 18% como “blanco”, el 8% como negro y solo un 9% como mulato.
Sin embargo una cosa es lo que dicen y otra la que son realmente, en una lucha donde la sociedad asume un papel de arbitraje con permisiones, prohibiciones y puniciones, que obligan a los fingimientos y a las hipocresías, para evadir sanciones discriminadoras y racistas. No hay dominicanas ni dominicanos a nivel popular, que estando en cualquier lugar, aun en la iglesia, al oír el toque a lo lejos de una tambora no se le revolotea el vientre, por la identificación e interiorización que siente a nivel musical.
Entonces, para comprender a la y al dominicano, hay que conocer sus expresiones e identificaciones, en simbolizaciones de un código que permite una comunicación no verbal, clandestinizadas, en un proceso de resistencia en contra de las imposiciones de la opresión de una élite alienada, llena de estereotipos y prejuicios.
Entonces el pueblo para expresarse, para comunicarse, al margen de la lengua impuesta, tiene su propio lenguaje no verbal, en códigos simbólicos que no aparecen en el diccionario pequeño o grande “Laruse”. William W. Megenney, lingüista, especializado en los aportes afrodescendientes, en un estudio del habla de la y del dominicano, expresó: “Cómo el choque inicial de muchos esclavos africanos, criollos parlantes, con un grupo de colonos españoles residentes en Santo Domingo, por ciertas circunstancias socioeconómicas del siglo XVI, ha producido un lenguaje y una cultura particular que reflejan una amalgama de influencias subsaháicas, portuguesas y españolas que hoy son parte integral y fundamental de la llamada comunidad mulata”.
De esta manera, la aportación africana va más allá de la existencia de ciertas palabras, como ocurrió con el “pororó” de Villa Mella, para ser parte integrante de la lógica y la musicalidad de nuestra habla, incluso donde predomina la gesticularidad. “Hablamos”, con los gestos y las gesticulaciones. Es un lenguaje de símbolos, como es el caso de lo vevés del vudú o en los rombo de las viviendas populares, donde está la explicación mágica, filosófica, de la vida y la muerte, cuyo significado para la élite y muchos intelectuales colonizados y alienados es otro.
Estando en Londres, París o Madrid, la entrada de varios dominicanos a un autobús o una plaza, automáticamente se identifica su nacionalidad: ¡Son Dominicanos! Van hablando y gesticulando como si tuvieran peleando, hablando alto como si no se oyeran entre sí, con palabras únicas y un cantaíto particular. ¡Hablamos con la boca, las manos, la frente y todo el cuerpo! Y así ocurre, por ejemplo, cuando bailamos. ¡Y eso, es herencia africana! Todo es muy elocuente:
a).- En nuestra cotidianidad, a nivel popular, cuando esperamos a alguien y no llega, nos ponemos la mano en la cintura, damos pasitos, con signos evidentes de tensión y ansiedad.
b).- Cuando nos dan una noticia no deseada, alzamos los brazos y miramos al cielo, dando pataditas en el suelo con un pie.
c).- Por el contrario, si la noticia es buena, apretamos el puño, gesticulamos con llenos de alegría, donde algunos los acompañan de exclamaciones: ¡Coño! ¡Coño! ¡Coño!
f).- Cuando identificamos a alguien como homosexual, colocamos una mano sobre la otra y movemos dos dedos o cuando señalamos a alguien como ladrón, recogemos los dedos de una mano en giro de izquierda a la derecha.
Esto es una pequeña muestra de un lenguaje simbólico no verbal, expresión de resistencia, de nuestra manera de ser, parte de nuestros ancestros discriminados, de la identidad de los que somos las y los dominicanos.