POR JUAN CRUZ TRIFFOLIO
Luce interesante prestarle atención al proceso de metamorfosis que reflejan algunos de los prohombres que conservan los legados de nuestra hermosa y ejemplarizante historia nacional.
Tal es caso del distinguido y esforzado educador Salvador Cucurullo, oriundo de Santo Doménica, Talao, Italia, cuyo nombre identifica una de las arterias vehiculares más importantes del Primer Santiago de América, Santiago de los Caballeros.
Conforme a lo narrado por algunos de sus biógrafos, a la edad de quince años emigró a Venezuela, donde realizó el oficio de coime de un billar.
De allí se trasladó a Cabo Haitiano, donde subsistió gracias al negocio de vender prendas.
En 1896, llegó a la ciudad de Santiago, la Hidalga de los 30 Caballeros, donde encariñado con el medio, residió de manera definitiva.
Educador
Su gran esfuerzo de voluntad y disciplina lo convirtieron en un apreciable valor en el área de la educación, ocupando, en un principio, la dirección de la Escuela de Bachilleres y pasando a ser Intendente de Enseñanza, un poco más tarde.
Destaca el acucioso historiador puertoplateño Rufino Martínez, en su Diccionario Biográfico Histórico Dominicano 1921-1930, que Salvador Cucurullo se refugió con la mayor devoción en compartir el pan de la enseñanza, “única tarea que en nuestro ambiente social permitía el mantenerse en regular y metódico movimiento intelectual, aparte de ser ella un certero recurso para modelarse el individuo a sí mismo”
Cuenta además, que por su dedicación y fecunda labor educativa, Cucurullo “mereció la autoridad de maestro queridísimo, como no lo ha sido otro en aquella sociedad, respetado y admirado por su saber, que muchos discípulos cantaron rayando en lo hiperbólico”.
Como educador Salvador Cucurullo es considerado un brillante forjador de valiosas generaciones de profesionales bajo los principios de la moralidad recta y diáfana, donde se destacaron estudiantes sobresalientes.
De pasos medidos, voz de bajo timbre, gustaba de la vida de salón, en la que prefería el esparcimiento del baile, terminó convirtiéndose en un verdadero ídolo en Santiago de los Caballeros, donde “tuvo el placer de oírse elogiar en todos los tonos”.
En lo concerniente a sus relaciones amatorias, el distinguido hijo de La Novia del Atlántico, Rufino Martínez, es preciso y categórico al afirmar sobre el educador italiano: “Solterón inatrapable, aunque en Mao se vio en un tris de ser atado; no quiso hacer uso del privilegio de escoger compañera en el más selecto ambiente social de Santiago”.
En pocas palabras, sobre la anterior faceta, el historiador en referencia es preciso y puntual al resaltar: “Eso de entusiasmarse y darle suelta a las pasiones, se lo dejó a los nativos”.
Al final de estas acotaciones sobre el zigzagueante trajinar de vida del intelectual y esforzado maestro Salvador Cucurullo, quizás como nota discordante, sin conocer sus referentes históricos, sería necesario reproducir una arriesgada valoración registrada en la obra Santiago de los Caballero, Apuntes Inéditos de Nicanor Jiménez, publicada por Editorial Letra Gráfica, en el año 2008.
Asegura el hijo de Justiniano Jiménez, considerado como el primer tipógrafo santiagués, quien es hermano de Onésimo y Porfirio Jiménez, que Salvador Cucurullo, según versiones, “desempeño el cargo de espía cuando la Ocupación Americana”.
Como colofón, vale expresar que tal aseveración se expone con el sólo y único propósito de generar un proceso sereno y objetivo que termine dando como resultado la verdad histórica que siempre ha de prevalecer.
Mientras el enunciado interés se materializa, en justicia, permítanos reconocer que el maestro Salvador Cucurullo seguirá siendo, en todas las demarcaciones territoriales donde hizo presencia, un entusiasta vigilante y estimulador de las diversas manifestaciones de cosas propias de la intelectualidad.
Vaya nuestro modesto reconocimiento, admiración y respeto por y para siempre al Gran Educador Italiano.