Por Juan Cruz Triffolio
Muchos de los miembros de la denominada cúpula política dominicana, carentes de un discurso edificante y orientador, han optado por recurrir a la diatriba manila contra sus opositores resaltando su pasado vinculado con el esclavizante flagelo de la corrupción.
Proyectan una visión y ejercicio político que tiende a rayar en una mayúscula irresponsabilidad social salpicada por la comiquería y una amnesia olímpica.
Son ellos los que, con su manera peculiar de aquilatar sus adversarios, parecen olvidar la máxima que subraya no lanzar piedras al vecino cuando se reside en una vivienda con techo de cristal.
En el submundo de la política vernácula, donde quien no corre, vuela, continúa siendo muy arriesgado el cuestionamiento despiadado a sus colegas pretendiendo exhibirse como paradigmas de la transparencia y lo impoluto, cuando, al igual a lo ocurrido a Diógenes y su linterna, al mediodía, resulta prácticamente imposible encontrar a alguien honesto.
Lucen ser indiferentes ante el mandato popular que con sobrada razón destaca que entre bomberos no es prudente pisar las mangueras.
Con raras excepciones, son estos arquetipos en la supuesta defensa de la moralidad en calzoncillos, los que buscan obstaculizar el crecimiento y el éxito de sus contrincantes creyendo que coexisten en una sociedad donde sus integrantes conforman un extenso conglomerado de borregos, tarados y manipulados, con vestimentas de ciudadanos.
Con su inadmisible manera de aquilatar, olvidan estos personajes, especializados en la invención de la mentira y el engaño y que por demás, pretenden venderse como inofensivas y obedientes ovejas, que el sabio pueblo dominicano termina valorándolos como lobos rapaces, incansables succionadores de la ubre de la Vaca Nacional.
Son los mismos que por su miopía al analizar la realidad dominicana del presente, en vez de preocuparse para responder a las acentuadas necesidades intelectuales y tecnológicas de los nuevos tiempos, malgastan su energía y escasa comprensión sobre el submundo donde se desenvuelven con torpeza, en procurar ser sensores despiadados, teniendo como punto de partida valores éticos y morales que rara vez han encarnado en su vivir cotidiano.
Hablamos de un núcleo político que recurre y resalta constantemente al ardid de verbalizar trivialidades como una manera de evadir el análisis y el dominio de los temas nodales del país y el mundo, ante la hipopapemia de un correcto manejo conceptual y de contenidos imprescindibles.
Con su cuestionable modelo de comportamiento y valoración, procuran casarse con la gloria obviando la existencia de un pueblo que, en sentido general, ha dado demostraciones de saber castigar en el momento considerado prudente.
Y tiene que ser así porque la reiterada y repugnable práctica que motiva a estas acotaciones, más que corresponderse con el auténtico interés de que la dinámica política partidaria dominicana esté cimentada en una tabla axiológica donde la moral, la ética y la transparencia enderece el accionar de sus protagonistas, históricamente, ha pasado a convertirse en una cuestionable y ridícula pantomima que no genera credibilidad.
Ojala un día no lejano cambien de ruta y nos sorprendan asimilando, por y para siempre que, contrario a lo que algunos consideran, en la sociedad dominicana del presente, hace mucho tiempo que se conoce al cojo sentado y al ciego durmiendo.
Superen ese tira y jala….