POR JUAN CRUZ TRIFFOLIO
Luce interesante que el gobierno central haya iniciado el proceso de ampliación de algunos tramos de la carretera que une a la culta, olímpica y carnavalesca ciudad de La Vega con el atractivo y encantador municipio de Jarabacoa.
Hacemos referencia a una iniciativa valiosa dado la estrechez y peligrosidad que actualmente ofrece a los turistas nacionales e internacionales que cada vez reflejan un mayor incremento presencial en la denominada zona montañosa donde siempre es primavera.
Ya era tiempo de que las autoridades nacionales respondieran positivamente ante una necesidad sentida en la Cordillera Central demostrando con hechos que los moradores de esa paradisiaca y productiva demarcación territorial verdaderamente tienen dolientes.
No obstante, vale expresar que tal remozamiento vial refleja que, entre otras cosas, no está siendo realizado con el cuidado y el respeto que merece la preservación de los impresionantes y fascinantes recursos medioambientales que caracterizan aquellas empinadas y refrescantes montañas.
Es por lo anterior que hemos tenido que observar, amargamente, cómo algunos de los equipos pesados empleados en la obra en cuestión han destrozado y siguen aniquilando, inmisericordemente, varias de las impresionantes y exuberantes plantaciones de pinos, entre otras riquezas naturales, a consecuencia de que no parece existir una planificación y un accionar prudente que evite una dolorosa depredación de repercusiones impredecibles.
En algunos puntos de la angosta carretera, no se advierte una verdadera equidad en el uso del espacio para su ampliación, a ambos lados, pues aparentemente el criterio prevaleciente consiste en aquilatar, esencialmente, si el terreno es propiedad del Estado dominicano, privilegiando, en muchos casos, aquellos desaprensivos que desde hace un considerable tiempo usufructúan terrenos invadidos, irrespetando la propiedad pública.
Se trata de una inaceptable realidad que requiere de la intervención inmediata de las autoridades del Ministerio de Medioambiente y las autoridades provinciales en interés de evitar se continúe ejecutando un acto ilícito o arbitrario perpetrado a sabiendas de que existen grandes probabilidades de que cause daños graves, extensos o duraderos, en una zona encantadora que motiva a disfrutar de la tranquilidad, la reflexión, el verdor y el frescor de la madre naturaleza.
Por sólo poner un ejemplo, es el momento de evitar un ecocidio en los llamativos pinales ubicados en la parte frontal del Complejo Vacacional Ercilia Pepín, amenazados a desaparecer, posiblemente, junto a varias de las unidades habitacionales, adjudicadas y reconstruidas, por una cantidad considerable de familias inversionistas, con quienes no se ha tenido el respeto de ser informadas a tiempo sobre todo cuánto será depredado y cómo serán resarcidas.
Se trata de núcleos familiares que, ante la irresponsabilidad y dejadez del Estado, confiados en un derecho a compra, cimentando en un contrato legal y que, con el discurrir del tiempo, han realizado una inversión económica millonaria en los destartalados inmuebles recibidos, lo cual se ha traducido en una mejoría extraordinaria de las viviendas y todo su entorno natural.
Hacemos referencia a un modelo de convivencia humana y gestión administrativa que debe ser protegido y emulado por el actual gobernante dominicano, licenciado Luis Abinader, quien en múltiples ocasiones ha sabido enunciar el valioso aporte del turismo a la dinámica economía nacional.
Lo que podría ocurrir en el Complejo Vacacional Ercilia Pepín, administrado por la Corporación de Fomento de la Industria Hotelera y Desarrollo del Turismo, -CORPHOTELS-, luce ser innecesario sobre todo si los ejecutantes de la ampliación de la referida carretera, utilizaran con igualdad, en su parte frontal, ambos lados de la hoy estrecha vía vehicular.
Ampliar la carretera La Vega-Jarabacoa, como cualquier otra obra física, en una zona con las características que proyecta ese paraíso exuberante y paradisíaco, enclavado en el corazón de la principal cordillera del país, no puede ser refrendado con un ecocidio que lacere nuestra madre naturaleza, fuente de vida, agua, aire puro y verdor.
Evitemos indelebles y lamentables consecuencias en ánimo de procurar abrazarnos con una supuesta modernidad que no justifica, en modo alguno, tantos daños y criminalidad contra nuestro principal espacio de existencia humana.
Reflexionemos y marchemos, sin pausa pero sin prisa, evitando la necesidad de bullicio o prepotencia extrema, y dando paso a la sensatez, a fin de que logremos una ampliación vial, con la menor devastación posible.
Permitir un crimen ecológico en procura de justificar un llamado progreso no tiene validez alguna.
La advertencia está formulada, esperemos pues.