Al contemplar el vacío pareciera ser que para las personas que viven en los alrededores del teleférico lo único colorido en sus vidas son esos techos
Por Audry Trinidad
LOS ALCARRIZOS, RD.– Después de cinco años, volví a subirme en el teleférico de Santo Domingo. Abordé en la parada Charles De Gaulle y allí inició mi recorrido.
Al pasar por el sector de Sabana Perdida, miré hacia abajo. Pude notar cómo algunos techos todavía estaban coloreados y disfrazados de arte, pero más allá de esos hermosos tonos de azul, amarillo, rosa y demás, percibí que estaban allí como una cortina de humo, nublando la cruda vida de los que viven más abajo.
Al contemplar el vacío pareciera ser que para las personas que viven en los alrededores del teleférico lo único colorido en sus vidas son esos techos, donde hasta los tinacos fueron bañados de pintura.
Durante el trayecto, desde las alturas, solo basta echar una mirada: los baños destechados, los tendederos de ropa, personas lavando en las afueras de sus viviendas con poca ropa puesta son algunas de las escenas que se viven a diario cuando subes a dicho medio de transporte.
Estando allí arriba era perceptible la necesidad de los que viven debajo. Miseria, pobreza y necesidad son de las impresiones que se pueden notar mientras transitas en un vagón.
No conforme con ver a la distancia, decidí ir a ver más de cerca la realidad de los moradores de algunas zonas que recorre este transporte urbano y saber si podía comprobar esas impresiones, esas precariedades que me atraparon en mi viaje en el teleférico.
El primer destino fue el sector de Sabana Perdida, donde habían coloreado los edificios. Al caminar unas cuadras, desde abajo, no son perceptibles los colores de los techos, a los habitantes tampoco parecieran interesarles.
En el sector impera la delincuencia, los atracos son el pan de cada día y no hay autoridad que los socorra. Pareciera que la voz de los necesitados nadie la escucha.
Entre otras problemáticas de la zona, está el agua potable, la cual no da abasto a toda la zona, dejando cientos de personas sin este recurso, el cual es primordial para vivir.
Como si vivir sin agua y con una delincuencia que no da tregua fuera suficiente, la energía eléctrica se une al elenco. De acuerdo a los habitantes las averías en los transformadores son muy constantes lo que provoca que estos pasen hasta 24 horas sin luz.
Asimismo, destacaron que han denunciado sus necesidades en varias ocasiones, sin embargo, el silencio de las autoridades ha sido la única respuesta.
“Óyele el nombre, Sabana Perdida, perdido eternamente”, expresó una dama al referirse al amplio sector de Santo Domingo Norte.
Desde el teleférico, se percibe como una zona más del Gran Santo Domingo, empero, al sumergirte a sus barrios, Sabana Perdida luce tal y como su nombre lo describe y con miles de ciudadanos que no tienen acceso a recursos básicos.
Al final, “el tiempo saca a luz todo lo que está oculto”, las coloridas pinturas de las paredes y techos de decenas de hogares se irá y desde la telecabina se podrá observar la marginalidad que predomina en Sabana Perdida.
Cuatro estaciones tiene el teleférico de Santo Domingo y solo un sector fue utilizado para que artistas visuales plasmaran su arte.
Al llegar a la estación Gualey, no hay colores ni dibujitos que puedan disimular la indigencia del lugar.
Desde la cima, se percibe las casas hechas de zinc oxidado, arrabalización, las personas bañándose en las afueras de sus viviendas sin temor a ser vistos por los que transitan en los vagones del trasporte aéreo.
Rosa Amancio, quien ha vivido toda su vida en el populoso barrio del Distrito Nacional, narró todo lo que ha tenido que soportar desde que se instaló el teleférico.
A pocos metros de altura de su casa pasan las cabinas y hasta hoy Amancio no se acostumbra al sonido que genera su paso por los cables, pues siempre que escucha pasar los vagones por encima de su vivienda, alucina que uno de estos se desprenda y caiga sobre su casa.
Rosa relató que en los momentos que sube al techo de su morada para tender la ropa, es frecuente que quienes pasan en las cabinas le vociferen ¨todo tipo de cosas¨, llegando a irrespetar su persona.
Ante esto, resaltó que su vivienda debió ser movilizada a otro lugar donde se sintiera segura.
“Eso no estuvo bien diseñado, todo los que vivimos debajo del teleférico debieron llevarnos a un lugar más seguro”, dijo Amancio.
Asimismo, manifestó que a pesar de que su vivienda es propia, no le permiten realizar ningún tipo de construcción en el techo, con el fin de que no interceda con el cableado de este sistema de transporte masivo.
Por su parte, Carlos Vargas otro residente del barrio, mostró la desesperación que vive junto a su familia, quienes han tenido que acostumbrarse a vivir bajo el trayecto de la telecabina.
“Yo hasta pesadillas he tenido con ese teleférico”, declaró Vargas.
El lugareño explicó que cuando inició la construcción del teleférico se encontraba construyendo un tercer nivel en su vivienda, el cual las autoridades le ordenaron parar.
Vargas recordó que le prometieron resolver su situación cuando la obra estuviese terminada. La solución nunca llegó y lo único que recibió este padre de familia fue la pérdida de miles de pesos que había invertido en mano de obra y materiales de construcción.
De igual forma, Carlos Vargas recalcó que el expresidente Danilo Medina había hecho la promesa de trasladar a todos los ciudadanos que se encuentran vulnerables al teleférico.
Empero, esa promesa se desvaneció como el humo.
En la otra cara de la moneda, ciudadanos destacaron que, a pesar de exponer la privacidad de muchos conocidos, ese medio de transporte ha sido una bendición para ellos, debido a que les brinda un acceso fácil y económico para dirigirse a lugares como el trabajo, escuelas y universidades.
Los habitantes destacaron que Gualey continúa siendo cuna de malhechores que no respetan horario para dar tormento a la población.
Ubicado en el litoral oeste del río Ozama, este barrio muestra la desigualdad de la sociedad dominicana, donde los pobladores aseguran son muy pocos lo que pagan por la electricidad.
“Aquí no se paga luz, por eso uno no se puede quejar si se va de vez en cuando. Hay dos o tres personas que tienen contador”, confesó un señor de 64 años, quien se desempeña como mecánico.
Más allá de ser un medio que solucionó el transporte a muchos dominicanos que viven en zonas urbanas, el teleférico nos exhibe la miseria que año tras año continua atormentando miles de personas en distintos sectores de la capital dominicana, donde para captar dicha realidad solo tienes que subir a un vagón y mirar hacia abajo.