Una Sociedad Retorcida

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Por Germán Robles Quiñones

Dos grandes pensadores expusieron su visión sobre la maldad humana; el primero fue Nicolás de Maquiavelo que expresó: “El hombre es malvado por naturaleza”; el segundo filósofo, Jean Jacques Rousseau, expuso: “El hombre nace bueno, es la sociedad quien lo hace malo”. En ambos casos hay un elemento común: La Maldad Humana. Sin embargo, en el segundo de los casos ya se vislumbra que, desde tiempos ancestrales, el comportamiento humano está influenciado, en gran parte, por el medio donde se desenvuelve.

En el segundo lustro de la década de los años 70’s, el Dr. Joaquín Balaguer, presidente de la República Dominicana, pronunció una frase que institucionalizó la corrupción desde las esferas del Estado Nacional: “La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”. Un enunciado irresponsable, asumido por las masas ignorantes como un reconocimiento a su honestidad y probidad. Sin embargo, dicha frase permitió que generaciones de gobernantes se hicieran de la vista gorda ante los desmanes de sus funcionarios, quienes en complicidad con la alta sociedad iniciaron todo tipo de negocios que han resultado onerosos a las grandes mayorías que luego deben cargar con la insoportable carga traducida en reformas fiscales y reducción del compromiso social del Estado, mientras los funcionarios y empresarios ven incrementar sus fortunas, sin que las consecuencias legales tocaran a las puertas de sus lujosas residencias.

Hace 19 años, el caso BANINTER develó el estado de putrefacción de una sociedad corrupta, donde las aguas pestilentes tocaron los pies de muchos empresarios, artistas, comunicadores y hasta de la misma Iglesia Católica que servía de loador a esa clase a cambio de las jugosas ofrendas que eran recibidas con júbilo y sin la menor muestra de remordimiento por su complicidad ante un genocidio económico que produjo el empobrecimiento de muchos dominicanos y una distorsión económica nunca antes vista. Sin embargo, aquellos que se beneficiaron de ese estado de cosas, siguen libres, ricos y ejerciendo sin máculas sus diferentes actividades, ante los ojos de un pueblo olvidadizo.

Ahora se ha iniciado una nueva era, ojalá y no sea un espectáculo mediático para mantener a la mayoría embelesada en procesos interminables, para luego recurrir a vencimiento de plazos, insuficiencia de pruebas, violación de procedimientos y otras muchas cosas que pudiesen evacuar la famosa sentencia de “INOCENTE”. Hoy los expedientes están repletos de apellidos de “familias respetables”, de aquellos que miran con desprecio a los que no pertenecen a su Clan de Sangre Azul, pero que han visto crecer sus riquezas sobre la base del latrocinio y la impunidad que ha prevalecido desde la época colonial. Familias que, desde la fundación de la república, asociados a los grupos de poder político más abominables, han sido causantes y cómplices de todas las ignominias cometidas contra la colectividad.  Sus apellidos se han encumbrado hacia alturas infinitas y el tiempo, la manipulación de la historia y el silencio irresponsable de los intelectuales han borrado sus pecados del pasado, representándolos como los grandes filántropos.

Hemos tenido el privilegio de tener grandes hombres a las riendas del gobierno, pero también la desdicha de que los mismos han sido derrocados por la infamia de hematófagos ante la mirada indiferente de un pueblo carente de conocimiento.

La sociedad dominicana debe ser reconcebida desde sus cimientos; cada estrato debe ser estudiado micrométricamente para iniciar un plan nacional a mediano plazo que permita sacudir el lastre anquilosado en nuestra fisonomía de pensamiento.

Desgraciadamente, se requiere de una dictadura de la ley, de un sistema draconiano que vaya forjando una sociedad diferente, así cambiaremos el pensamiento de las futuras generaciones y aquel que se oponga, que se someta a las consecuencias, llámese como se llame, sea quien sea y tenga lo que tenga.