POR ROBERT VERAS
Desde el mismo instante en que Manuel Jiménez asumió la gestión municipal en Santo Domingo Este, sus propios compañeros de partido le declararon una guerra silenciosa que ha marcado su mandato con un infortunio palpable. Lo que debería haber sido un período de servicio público y mejora para la comunidad se convirtió en un trágico reflejo de la política contemporánea, donde las lealtades partidistas parecen superar el compromiso con el bienestar ciudadano.
Desde el comienzo, la gestión de Manuel Jiménez fue recibida con una resistencia sin precedentes por parte de sus correligionarios. En lugar de ofrecer el respaldo necesario para llevar a cabo un trabajo municipal efectivo, se desató una guerra política interna que ha socavado cada paso que intentaba dar en beneficio del municipio.
El calvario de Jiménez no es solo una experiencia personal, sino un microcosmos trágico que ilustra los desafíos que enfrentan aquellos que buscan marcar la diferencia en la política local. En lugar de encontrar apoyo en su propio partido, Manuel se vio envuelto en una red de intrigas y desconfianza, donde cada movimiento era observado con lupa y cada logro minimizado.
Lo más desafortunado de esta situación es que la gestión de Manuel Jiménez buscaba ser diferente desde el principio. Buscaba romper con las prácticas habituales y ofrecer una administración municipal centrada en las necesidades reales de la comunidad. Sin embargo, parece que sus propios compañeros no estaban dispuestos a permitir que esa diferencia floreciera.
En lugar de enfocarse en el bienestar de la población y trabajar juntos para construir un futuro mejor para Santo Domingo Este, la guerra política interna ha eclipsado cualquier intento de progreso. Las tácticas partidistas han primado sobre la eficiencia administrativa y el servicio a la ciudadanía.
Este lamentable episodio en la gestión de Manuel Jiménez debería ser una llamada de atención para todos los ciudadanos. Demuestra que la política actual está plagada de divisiones internas y luchas de poder, dejando en segundo plano el verdadero propósito de la administración pública: el servicio a la gente.
Es hora de reflexionar sobre la calidad de nuestra política local y exigir un cambio. La ciudadanía merece líderes comprometidos con el bien común, dispuestos a dejar de lado las disputas partidistas para trabajar juntos en la construcción de comunidades prósperas y resilientes. El calvario de Manuel Jiménez en Santo Domingo Este debe ser un recordatorio de que la política debe ser un medio para alcanzar un fin noble: mejorar la vida de quienes confían en sus líderes para construir un futuro mejor.