Un barredor de amnesias

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Por Miguel Cruz Suarez – Tomado del Granma.cu

Mucho le debemos a la Revolución. Ahora, que atraviesa tiempos difíciles, es poco leal arrojar sobre ella las culpas y pretender pintarla con los colores del fracaso.

Crecí entre campesinos, y son muchas las historias prerrevolucionarias que de sus bocas escuché: ellos fueron siempre los más sufridos, los más marginados y olvidados por los gobiernos anteriores a 1959.

Las imágenes aún se pueden ver si se buscan en archivos y publicaciones de entonces, y las estadísticas se pueden constatar. Pero lo más nítido es lo que nos narraron sobre gente real, que caminaba por mi barrio día tras día, y que fue testigo de la miseria y de la precariedad.

Se requiere de un barredor de amnesias y de una aguja fina para desinflar el globo en el que algunos quieren hacer flotar una Cuba «próspera», esa que pregonan e intentan posicionar en las redes sociales a través de videos y fotos muy bien seleccionados.

Hay que acudir a la sapiencia de aquellos que acumulan en sus arrugas y dedos añosos tantas historias de un tiempo en que, para miles de cubanas y cubanos, saber escribir era una quimera, y sentirse un humano con derechos, un sueño.

Solo refrescando esos pasajes del ayer será posible comprender que la historia no es el dulce cuento de que con apenas unos centavos bastaba para llevar prosperidad y abundancia a todos los hogares. No, esa no era la realidad de aquellos que miraban con tristeza a sus hijos de vientres inflamados y pies descalzos, ajenos a las aulas o a las consultas médicas, temerosos de una guardia rural dispuesta a defender los intereses de los latifundistas. Esa no era la realidad de tantas madres que recibieron los cuerpos sin vida de sus hijos jóvenes, cuando tortura y plomo eran receta común de gobiernos sumamente impopulares y corruptos.

No se hacen revoluciones en los paraísos, tampoco toman las armas los que se sienten satisfechos y felices. Aquella Cuba que se nos describe, pletórica de bienes y recursos; iluminada y floreciente; acogedora y llena de oportunidades, repleta de mesas bien servidas y mercados impresionantes, no habría necesitado una Revolución, apoyada sin ambages, por la gran mayoría, sobre todo en nuestros campos.

Aquella Cuba nunca existió para millones de compatriotas.