El presidente, y el pueblo dominicano, se encuentran en una encrucijada crítica con el problema haitiano.

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Por Roberto Veras

SANTO DOMINGO.- La cuestión de la migración haitiana hacia República Dominicana es un tema profundamente enraizado en la historia compartida y a menudo conflictiva de estas dos naciones que comparten la isla de La Española. Desde 1937, cuando el gobierno de Rafael Trujillo llevó a cabo una brutal campaña de masacres contra los haitianos en la frontera, la migración ha sido un punto de discordia y preocupación política en República Dominicana. Este oscuro capítulo es un recordatorio de las medidas extremas que se han tomado en el pasado en nombre de la seguridad nacional y la identidad dominicana.

En el contexto actual, el presidente Luis Abinader se enfrenta a desafíos similares, aunque en un mundo muy diferente. La situación en Haití se ha deteriorado significativamente, con una crisis política endémica, inseguridad rampante, y condiciones económicas precarias que empujan a muchos haitianos a buscar una vida mejor en nuestra República Dominicana. En respuesta, Abinader ha iniciado la construcción de un cerco en la frontera, una medida que busca controlar el flujo de migrantes haitianos hacia el territorio dominicano.

Este enfoque, aunque fundamentado en la preocupación legítima por la seguridad y el orden social, corre el riesgo de evocar las sombras del pasado y de simplificar en exceso un problema complejo. La migración, en su esencia, es un síntoma de desigualdades más profundas y de fallos estructurales en los países de origen. La historia nos enseña que las soluciones efectivas requieren un enfoque más humano y comprensivo, que aborde las raíces del problema y no solo sus manifestaciones.

El presidente Abinader, y por extensión el pueblo dominicano, se encuentra en una encrucijada crítica. Por un lado, es esencial proteger la soberanía nacional y garantizar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos dominicanos. Por otro, existe la responsabilidad ética de tratar a los migrantes con humanidad y compasión, reconociendo el sufrimiento y la desesperación que los impulsa a dejar sus hogares.

La construcción de barreras físicas puede ofrecer una solución a corto plazo para controlar el flujo migratorio, pero no aborda las causas subyacentes de este fenómeno. La estabilidad y el desarrollo en Haití son cruciales para una solución a largo plazo, lo que requiere un compromiso regional e internacional más fuerte para ayudar a reconstruir y estabilizar el país. La cooperación bilateral, el apoyo a iniciativas de desarrollo y una política de migración regulada y humanitaria podrían ser componentes de una estrategia más sostenible.

El apoyo del pueblo dominicano es fundamental en estos tiempos desafiantes. Sin embargo, ese apoyo debe ser crítico y consciente, exigiendo a los líderes que busquen soluciones que no solo sean efectivas, sino que también reflejen los valores de humanidad y solidaridad. La historia juzgará las acciones de hoy no solo por su eficacia inmediata, sino también por su justicia y humanidad.

En última instancia, la «mayor estampida de la historia» no es solo un desafío de seguridad nacional, sino una prueba de nuestra humanidad común. Cómo respondemos a este desafío definirá el carácter de República Dominicana en el escenario mundial y en las páginas de la historia futura. Es imperativo abordar este tema con un enfoque equilibrado que proteja los derechos y la dignidad de todos los involucrados, construyendo puentes en lugar de muros, tanto literal como figurativamente.