Por Mariela Pérez Valenzuela
Corresponsal jefe de Prensa Latina en República Dominicana
Esa mujer de ojos preciosos representa la fuerza de una guerrera defensora de las causas más justas de América Latina, mientras deleitaba a su público con sentimentales baladas que hablan de amores y de olvidos y de tardes que lloran por ser abandonadas.
Silvestre nació el 16 de agosto de 1952 en la provincia San Pedro de Macorís y fue criada en la de Hato Mayor. Cuando tenía 11 años de edad, su familia se trasladó a Santo Domingo, la capital, donde años después se convertiría en la más popular y querida vocalista del país caribeño.
Su voz melodiosa, siempre atrapada en el romanticismo, fue creando una leyenda en el público dominicana, tierra de famosos intérpretes de bachatas y merengues, géneros en los que también realizó incursiones con éxito.
Ella devino imagen de una mujer de fuerza telúrica que transmitía alegrías, pero también frustraciones, que hacía pensar en las tristezas sociales y en la búsqueda de la verdad.
La vida le propuso cambios, nuevas formas de pensar y de convicciones engrandecidas por sucesos que la marcaron. Siempre mantuvo en sus canciones el amor, ese que transmitía el sentimiento de todos en una sola canción.
La niña de Macorís, que empezó su carrera artística cantando temas publicitarios de la mano de Cecilia García, desempeñó roles estelares en el escenario nacional.
Más de un crítico indicó que la intérprete de cabellos encrespados cantaba baladas si el corazón se lo pedía; dio melodía instrumental a la poesía; bachatera que hacía bailar en su jolgorio orquestal a un pueblo.
SONIA CANTÓ LO QUE SINTIÓ
Cantó Sonia, que paseaba con soltura diferentes ritmos, todo lo que sintió, lo que le gustaba, lo que quiso, lo que le dolía.
La muchacha en que se convirtió se integró a los procesos emancipadores de los años 60’ del pasado siglo. Escuchaba boleros, pero también a los Beatles; del son y el merengue al rock, y un día despertó en medio de la resistencia del pueblo dominicano a la invasión de Estados Unidos en 1965.
La vida le impuso una nueva visión de la política y comprendió, con golpes duros, los abusos cometidos contra gente inocente por los marines llegados del norte.
De estatura más bien pequeña, quien luego se convertiría en la voz de República Dominicana y del Caribe, comenzó su carrera artística cuando era apenas una adolescente.
Estudiaba Pedagogía en la Universidad Pedro Henríquez Ureña, cuyo nombre honra al eminente pedagogo local, cuando debutó de manera oficial como vocalista en el programa Gente, de Radio Televisión Dominicana.
Su consagración ocurrió cuando la famosa compositora Leonor Porchella de Brea la escogió para interpretar su tema “Dónde podré gritarte que te quiero” en el IV Festival de la Canción Dominicana, en el cual obtuvo el segundo lugar.
La popularidad llegó de inmediato. Sus interpretaciones unían su bella voz a un sentimiento que solo suelen sentir los grandes y son capaces de transmitirlo a los públicos.
Sonia era del pueblo que la recuerda por sus grandes éxitos (La tarde está llorando, Yo pisaré las calles nuevamente, Ojalá, Es mi vida) tanto en República Dominicana, donde se le considera inigualable, como en numerosos países de la región.
Consolidada su carrera en este país, Silvestre viajó a Cuba en 1973 invitada por el Consejo Nacional de Cultura y, desde entonces, la magia de la canción social se convirtió en parte de su repertorio. Esa visita enriqueció su repertorio y dirigió su música hacia otros recónditos lugares de su sensibilidad.
Esa vez, en La Habana, cantó acompañada por su coterráneo Víctor Víctor y la orquesta cubana Irakere.
Desde que ella conoció la nueva canción o nueva trova cubana comprendió que existía más allá de las fronteras dominicanas otro quehacer musical que le dio un significado nuevo a su música.
Sonia se convirtió en una asidua visitante de la nación vecina, donde el proceso revolucionario le transmitió vivencias con las cuales se identificó y compartió.
Cuando falleció en 2014, a los 61 años, hacía 40 que encantaba a los grandes públicos. Era, entonces, una artista consagrada, sensible ante la injusticia social y con una conciencia política que le hizo luchar, desde los escenarios, por los valores humanos que ella consideraba esenciales.
Hasta el último día de su vida, Sonia fue coherente con sus ideas y con su arte.