Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.- En la última década, la política de Estados Unidos ha estado marcada por un vaivén de emociones, narrativas polarizadoras y un electorado profundamente dividido. Cuando Donald Trump ganó la presidencia hace ocho años, la sorpresa se extendió como un pulso eléctrico por todo el mundo político y mediático.
Fue fácil, para algunos, catalogar esa victoria como una anomalía, un golpe de suerte propiciado por circunstancias únicas: el descontento con la élite, una candidata demócrata controvertida y una campaña populista sin precedentes. Pero en 2024, la historia se cuenta de otra manera.
Hoy, Trump no solo está camino a una reelección que parecía impensable hace unos años, sino que también podría lograr lo que ningún republicano ha conseguido en dos décadas: ganar el voto popular. Esta realidad redefine por completo la percepción de su figura y, sobre todo, de su impacto en el mapa político estadounidense.
Las circunstancias que rodean esta elección son un reflejo de un fenómeno más amplio, en el que se encuentran la evolución de la demografía, un profundo descontento económico y una retórica que, aunque divisiva, ha encontrado eco en un sector significativo de la población.
Las razones para esta posible victoria son diversas. La economía, a pesar de sus altibajos y los retos globales, ha sido una bandera que Trump ha ondeado con éxito. Los temas de inmigración, orden público y una postura nacionalista han resonado con fuerza en un electorado que siente que las instituciones tradicionales ya no les representan.
La narrativa de ‘América Primero’, que parecía deslucida y anacrónica hace una década, ha recobrado una renovada relevancia ante los desafíos internacionales y un mundo en constante transformación.
Los votantes ya no son los mismos de hace ocho años. Hoy, hay una generación que se ha criado en un entorno mediático en el que la información fluye sin filtros, las opiniones se amplifican en un instante y las divisiones se exacerban en espacios digitales. Este entorno ha consolidado a Trump como una figura no solo política, sino cultural. Sus seguidores no lo ven solo como un político, sino como un emblema de resistencia ante un sistema que sienten les ha fallado.
Si, como señalan las proyecciones, Trump logra llevarse el voto popular, no se puede desestimar ni tachar como una casualidad. Representaría una señal inequívoca de un cambio profundo en la identidad y los valores que una parte considerable del país defiende. Esto obligaría a todos los actores políticos a replantear estrategias, discursos y enfoques.
Este posible triunfo no es simplemente una validación de una figura, sino una reafirmación de una visión de país que, para muchos, sigue siendo atractiva. Nos toca a todos preguntarnos: ¿cómo hemos llegado hasta aquí y qué significa esto para el futuro político, social y cultural de Estados Unidos?