Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.- Ayer tuve el placer de asistir a la «Feria del Libro». Entre los eventos, decidí presenciar la conferencia sobre María Montez, impartida por su biógrafa, Margarita Vicent.
Fue una charla cautivadora, llena de historias y detalles de la vida de una leyenda. Durante la actividad, me topé con un viejo amigo y su encantadora esposa.
Entre anécdotas y risas, nos dimos cuenta de cuánto habíamos extrañado esos encuentros. Decidimos, entonces, prolongar la noche y recordar buenos tiempos en un karaoke. Entre canciones y nostalgias, nuestra reunión se extendió hasta bien entrada la madrugada.
Por la mañana, siempre recibo la visita de un amigo al que, cariñosamente, llamo “el mudo” por sus condiciones de no hablar, pero el mudo puede comunicarse por la cámara del teléfono.
Con su rutina habitual, comenzó a preparar café, y yo, aún algo adormilado, le pedí que, si sonaba el teléfono, respondiera por mí y que si alguien necesitaba hablar, yo devolvería la llamada después.
Sin embargo, olvidé aclararle que debía contestar con videollamada para que pudiera hacer señas y comunicarse mejor.
Para nuestra sorpresa, Triffolio, otro buen amigo, intentó contactarme y llamó hasta tres veces. El mudo respondió cada vez, pero sin la cámara, lo que creó una situación inesperada.
Triffolio no entendía al mudo, y el mudo no lograba explicarse, un verdadero espectáculo que habría sido digno de ver. Aquello debió ser un diálogo de gestos y confusión, una escena digna de cualquier comedia.
En retrospectiva, es un recordatorio de que los malentendidos pueden ser, en ocasiones, el inicio de los recuerdos más graciosos.