En los países comunistas el socialismo ha fracasado en la práctica

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Por Roberto Veras
 
SANTO DOMINGO, RD.- Desde muy joven nos inculcaron la idea de que, en una sociedad capitalista, quienes debían tener el control absoluto eran los obreros, porque sólo a través de su hegemonía podría construirse una sociedad más justa: el socialismo.
 
Este, decían, sería la antesala del comunismo, un modelo utópico de igualdad y prosperidad colectiva. Sin embargo, la realidad histórica ha demostrado que estas ideas, aunque atractivas en el papel, han fracasado en la práctica.
 
Desde la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, el socialismo no ha logrado materializar las promesas de bienestar y equidad que tanto proclamó. En ninguno de los países donde se ha instaurado este régimen, se ha alcanzado el nivel de desarrollo o calidad de vida que supuestamente debía ofrecer.
 
Ejemplos claros de ello son naciones como Nicaragua, Venezuela, China, Cuba, Alemania del Este en su momento, y la propia Rusia. Aunque cada uno de estos países tiene su contexto particular, comparten un denominador común: sus pueblos han sufrido hambre, represión y carencia de servicios básicos.
 
Nicaragua y Venezuela son hoy ejemplos alarmantes de cómo las políticas socialistas, implementadas bajo el discurso de justicia social, han llevado a sus ciudadanos a enfrentar niveles alarmantes de pobreza, migraciones masivas y la pérdida de libertades fundamentales.
 
En Cuba, a pesar de las décadas de propaganda que exaltan los logros del socialismo, la realidad es una población que vive en condiciones precarias, con acceso limitado a alimentos, medicinas y oportunidades.
 
China, por su parte, ha optado por un modelo híbrido que combina un sistema económico capitalista con un gobierno autoritario socialista. Si bien ha logrado un crecimiento económico notable, lo ha hecho a costa de los derechos humanos, la libertad de expresión y la dignidad de millones de ciudadanos.
 
La Alemania del Este y la Unión Soviética, ejemplos icónicos de la «eficiencia socialista», se desmoronaron ante la ineficacia económica y el descontento social.
 
Dondequiera que se ha implementado este sistema, las consecuencias han sido devastadoras. La centralización del poder, la eliminación de la iniciativa privada y la subordinación de la economía a los intereses del partido en el poder han llevado al empobrecimiento de las masas y a la consolidación de élites políticas insaciables.
 
Es por ello que afirmo con convicción que los obreros, como clase social, no han sabido dirigir. No porque les falte inteligencia o valor, sino porque el sistema que se les ofreció como solución a sus problemas estaba defectuoso desde su concepción. Las decisiones colectivas, cuando no están guiadas por principios de libertad, responsabilidad y respeto por la individualidad, terminan en fracaso.
 
La historia no debe ser ignorada ni distorsionada. Los intentos de instaurar el socialismo han dejado una lección clara: la prosperidad de las naciones no radica en la concentración del poder en manos de una élite, ya sea burguesa o proletaria, sino en la creación de sistemas que promuevan la libertad, la competencia y la igualdad de oportunidades. El verdadero progreso no puede ser impuesto desde arriba; debe ser construido desde abajo, con la participación libre y activa de todos los ciudadanos.