Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.- En los años de mayor auge del programa de radio Tribuna Democrática, Juan José Encarnación y el poeta Tony Rafúl brillaban como las figuras estelares, siendo los herederos naturales del carisma y liderazgo mediático del gran José Francisco Peña Gómez.
Este programa, considerado el más popular de su época, no solo era una tribuna política, sino también una plataforma donde se forjaban y consolidaban las estrategias del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y se conectaba con las bases.
En una conversación reciente con Encarnación, rememoró un episodio que marcó tanto su vida como la historia interna del PRD. Nos relató con detalle el día en que Peña Gómez, máximo líder de la organización en aquel entonces, sufrió un grave quebranto de salud.
Durante una jornada particularmente intensa, Peña experimentó una recaída que culminó en un desmayo. Ante la gravedad de la situación y consciente de que el tiempo apremiaba, Encarnación tomó la decisión de trasladarlo de inmediato a la clínica Abel Gonzalez, en el horario 11:30 de la mañana el 19 de mayo de 1985, sin consultar a nadie.
“El médico me dijo que habíamos llegado justo a tiempo,” recordó Encarnación con una mezcla de alivio y tensión. “De haber tardado tan solo 15 minutos más, Peña habría perdido la vida.” Fue una decisión que salvó al líder político, pero que también tuvo profundas repercusiones en la carrera de Encarnación.
Encarnación firmó los formularios necesarios para autorizar que le pusieran un marca pasos, una acción que, a sus ojos, era innegociable dada la gravedad del caso. Sin embargo, esta acción no fue bien vista por algunos sectores dentro del PRD, en especial por Salvador Jorge Blanco, quien era presidente de la República en ese momento.
Jorge Blanco interpretó el hecho como una afrenta o, quizá, como una omisión de su autoridad. Desde entonces, Encarnación enfrentó una serie de obstáculos que limitaron su futuro profesional dentro del Estado. Según Encarnación, fue vetado de cualquier posibilidad de empleo gubernamental bajo la administración de Jorge Blanco.
“No me arrepiento,” afirmó Encarnación con firmeza. “La salud de Peña estaba por encima de cualquier protocolo o jerarquía. No había tiempo para llamadas ni consultas; era actuar o lamentar una tragedia.”
Este episodio pone de manifiesto no solo la tensión interna que a menudo define la política partidaria, sino también el precio personal que algunos deben pagar por tomar decisiones basadas en principios. Encarnación actuó con resolución en un momento crítico, salvando al hombre que representaba la esperanza de miles de dominicanos.
Al mirar hacia atrás, es evidente que Encarnación tomó la decisión correcta. Sin embargo, también es un recordatorio de cómo las lealtades y rivalidades dentro de un partido pueden moldear los destinos individuales, incluso cuando se actúa en beneficio del colectivo.
Este hecho, aunque lleno de intriga política, también resalta la humanidad de quienes, como Encarnación, se atreven a priorizar el bien mayor sobre las consideraciones personales o políticas.