Por Dagoberto Tejeda Ortiz
La dictadura Trujillista a nivel social se sostenía en una moral de clases que siempre era
discriminatoria, falsa e hipócrita. Era una moral de apariencias y de conveniencias.
Se proclamaba, se definía como legítima, “buena”, y se practica de otra manera, dependiendo del sector social a que perteneciera cada persona. Una ética fundamentada en la etiqueta de la religión católica-cristina, con el control social de “las buenas costumbres”, expresada en “buenas o malas palabras” y en las acciones de violación o no de la Ley.
Pero además, de este control social existía una autocensura para los artistas y en la música para los creadores, para los compositores y los intérpretes. Prevalecía una censura en todos los medios de comunicación social. Ninguna emisora radial o periódico difundía canciones que tuvieran “mala palabras” y el doble sentido estaba clandestino si lo había.
La música popular era “decente”, letras de calidad, llenas de romanticismo y de folklore. ¡Tenían poesía!
Los señores tenían “queridas”, llamadas ahora “segunda base” y no eran sancionables. El primero era Trujillo, cuyas “queridas” oficiales eran toleradas a nivel social. En los pueblos habían “Zonas de Tolerancias” en los espacios marginados que a nivel popular eran conocidas en muchos lugares como “los cabareses”, donde “los jóvenes se hacían hombres”, porque la virginidad era sagrada y las relaciones sexuales permitidas era solo en matrimonios legitimados.
Las prostitutas eran discriminadas socialmente y estigmatizadas, como la homosexualidad,
donde las familias se avergonzaban y eran proscritas de la misma. Las que ejercían en sus casas clandestinamente eran toleradas y bautizadas como “Cueros de Cortinas” y aquellas que abandonan esta vida, cínicamente llamadas de “vida alegre”, pasaban a “honrarse”.
Era una falsa moral de clases sociales, de “apariencias” , que mantenía la dictadura con la bandera de las “buenas costumbres”, en el respeto a la Ley, la moral cristiana, con el control del Estado en el comportamiento de cada persona, cuyas sanciones morales sector social a que perteneciera.
El derrumbe de la dictadura implicó una ruptura que mostraba como estaba organizada la sociedad y como se redefinieron los valores sociales y morales, incluso los contexto geográficos sociales.
En esta coyuntura, numerosos campesinos emigraron a las ciudades surgiendo nuevos barrios marginales desatando una avalancha hacía la ciudad de Santo Domingo, la capital del país, que transformó los barrios marginados existentes, multiplicando su población y provocando el surgimiento de nuevos barrios marginados que definieron una recomposición, necesidades y exigencias urbanas que no tenían.
A nivel popular había llegado la libertad, la ruptura de lo establecido, pero con una conciencia de borrar las herencias trujillistas, en una dimensión de que lo “sagrado” del panteón y de los símbolos de la dictadura eran falsas y que las representaciones eran mentiras en rituales desengaño, impuestas como dogmas.
Las respuestas eran de radicales negaciones. Los maestros, los representantes de la iglesia católica, los militares, etc., era percibidos como cómplices de la dictadura. Se produjo lo que en la sociología se conoce como “anomía social”.
La marginalidad, la pobreza de los barrios, la frustración de ilusiones en medio de carencias
llena de desesperanzas, acunaba una rebeldía que carcomía las interioridades de la gente, la cual se fue acumulando hasta la eliminación de la dictadura. En la primera fase de la ruptura de la dictadura, con esa migración constructora de nuevos contextos urbanos, de barrios marginados, de rupturas ideológicas, con otra visión de la vida, llena de frustraciones y rebeldía, aparece el surgimiento de la bachata como propuesta y como respuesta musical nueva.
Será rechazada, condenada por la lírica (la letra), convertida en crónicas de la cotidianidad de esos barrios, con el lenguaje y el sentimiento de la espiritualidad marginada, la cual será estigmatizada despectivamente como “música de cabaret”, “música de guardia”, cuando en realidad eran crónicas contestarías, en contra del mundo de valores y rebeldía contra una ética y una falsa moral de minorías que se creían los representantes más puros de la sociedad dominicana.
Toda la temática del amor y el desamor de la música popular de Puerto Rico, Colombia, México y Venezuela tuvieron una cuota importante en la definición del mundo de la Bachacha, pero la dimensión rítmica, la expresión bailable y la lírica le dieron singularidad, le dieron identidad, que culminó siendo reconocida a nivel musical como expresión oral e intangible de la humanidad por la UNESCO.
A pesar de promesas y quizás de buenas intenciones, el impacto, la transformación de los barrios marginados por los gobiernos no ha sido suficiente, con ausencia de política públicas, la desesperanza y la frustración quedaron vigentes, los jóvenes, sin empleo, huérfanos de esperanzas, asumieron conciencia y llenos de rebeldía, buscaron sus propias expresiones musicales, en un rechazo por las existentes, cuyos contenidos eran catarsis, propuestas y respuestas, surgiendo así la “música urbana” como crónica social,escandalizando a las élites, a la moral y a las buenas costumbres con sus letras profanas y temas inmorales, sin calidad.
La han satanizado. Los críticos de esta propuesta musical no han comprendido que esta es una etapa de una realidad social que se irá transformando y que pasará lo mismo que con el merengue, que fue rechazado por el baile pegado de las parejas o la bachata por sus letras y hoy son patrimonio cultural de la humanidad. Ya la música urbana en dominicana es una realidad y va en camino de su identidad, estando convencido de que luego será reconocida por la sociedad y por la UNESCO como patrimonio nacional e internacional.
Nos guste o no, es una expresión popular, dimensión de los barrios, a las cuales hay que respetar, tenemos que luchar ante la desnaturalización por la comercialización que pudiera ocurrir para que se convierte en una expresión de entidad nacional.